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“…en las calles, exigiendo libertad”

Edgar Celada Q.

Entre infinidad de imágenes simbólicas nacidas en el fragor de la indignación juvenil y social de 2015, hay una especialmente significativa que habla tanto de renovación como de continuidad en la lucha popular.

Entusiastas, comprometidos, cuatro jóvenes –para mí aún anónimos– se ven en una fotografía participando en una de tantas marchas de aquel año señero, portando un vinil de fondo obscuro en el cual se lee:

“No más glorias, ni venenos.

Si habemos

ROGELIAS y OLIVERIOS”

Ese breve mensaje, cuyas claves interpretativas resultan claras para quienes conozcan un poco de la historia nacional, condensa el vínculo entre las luchas del presente con las libradas –cada quien en sus condiciones y en su contexto histórico– por Rogelia Cruz Martínez y Oliverio Castañeda de León.

El 11 de enero del año que corre, se cumplió el 50 aniversario del salvaje asesinato de quien fuera reina nacional de belleza y militante estudiantil de la facultad de Arquitectura, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Y el próximo 20 de octubre se conmemoran 40 años, del también impune asesinato del secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), que hoy orgullosa y dignamente lleva su nombre.

Tremendo error histórico de quienes dispusieron asesinarlos a ambos. Hoy se cuentan por miles, como decía el vinil, las Rogelias y los Oliverios.

Nadie recordará los nombres de los esbirros que dieron las órdenes vesánicas, como no sea para execrarlos.

En cambio, Rogelia Cruz Martínez y Oliverio Castañeda de León viven hoy en esa densidad simbólica, imperecedera, que alienta las aspiraciones democráticas, progresistas y revolucionarias de la juventud consciente de Guatemala.

Porque Rogelia y Oliverio fueron eso, jóvenes conscientes y consecuentes con sus más profundas convicciones. Jóvenes que no dudaron poner en práctica la máxima martiana: “el mejor modo de decir, es hacer”.

Por eso los asesinaron. Y por eso, podemos decir de ellos, en la voz también mártir de Roberto Obregón: “Nadie hablará del futuro, / sino de la oscuridad / que nos duele/ en los ojos. / Tal es el secreto / de los amaneceres”.

El futuro truncado de Rogelia y de Oliverio, es este presente de oscuridad del cual nos habla el poeta tuneco desaparecido en 1970; pero sigue siendo el presente de negruras anunciadoras del amanecer, que tarda pero inevitablemente llegará.

¿Por qué? Porque hay Rogelias y Oliverios.

Quien escribe estas líneas convictas de confianza en la inevitabilidad de la alborada, forma parte de una generación diezmada, intermedia entre la muerte de Rogelia –a quien no tuvimos la honra de conocer personalmente, pues en el año de su sacrificio iniciábamos nuestra propia ruta militante– y el liderazgo ascendente de Oliverio, truncado cuando tenía 23 años de edad y apenas, en realidad, se asomaba a la vida.

De haber sobrevivido a la noche oscura de la contrainsurgencia, Oliverio tendría hoy 63 años de edad y formaría parte de este contingente de sexalecentes que está lejos de buscar la poltrona plácida del retiro (“el ciudadano nunca se jubila”, solía decir mi padre).

Aquí estamos, los sobrevivientes, quienes podemos dar testimonio directo de cómo él, Oliverio, encarnó lo mejor, lo más limpio de aquella generación estudiantil y juvenil que se sacrificó por decenas, centenas y millares.

Más de una vez nos hemos preguntado, al constatar que Guatemala perdió el rumbo y se convirtió en un páramo de mediocridad y corrupción, ¿qué sería este país si no hubiese ocurrido esa terrible sangría de talentos y capacidad de compromiso hasta las últimas consecuencias?

Muy probablemente, hoy, Oliverio sería un destacado como respetado profesional de la Economía, estaría en la brega académica o cumpliendo puestos de alta responsabilidad de Estado, dentro o fuera del país y, seguramente, estaría trasmitiendo su experiencia a la generación actual de la dirigencia estudiantil.

Si bien la Historia no se escribe sobre lo que puedo haber sido y no fue, el ejercicio retro-proyectivo puede ser pertinente para las y los jóvenes que hoy desempeñan los roles que en su momento tuvieron personas como Rogelia y Oliverio: ¿dónde estarán dentro de 10, 20 o 40 años?

Es pertinente hacer esa pregunta porque, a diferencia de nuestra generación del cincuentenario, las y los jóvenes de hoy tienen al alcance la posibilidad de ver el amanecer de la patria; tienen por delante el reto de formar parte de y ¿por qué no? encabezar la auténtica reconstrucción nacional. Pues, de nuevo en palabras de Roberto Obregón, “¿Acaso no pertenecen los sueños al presente?”

Vivimos en Guatemala (¿cuándo no?) tiempos difíciles: la bestia está herida y por eso da coletazos desesperados. Nada, es cierto, garantiza la victoria; pero hay suficiente energía social acumulada, hay una conciencia extendida de la necesidad de cambiar el rumbo y, de un modo u otro, ahora o poco después, poner fin al desgobierno de quienes defraudaron la promesa del amanecer democrático.

Llegará. Sin duda. Por eso, volviendo a la pregunta sobre Oliverio hoy, en el 40 aniversario de su sacrificio, viene a la mente, al corazón, a la garganta emocionada y los puños crispados, espontánea y justa, la consigna del día: “Si Oliverio no está aquí, ¿Oliverio dónde está? Oliverio está en las calles exigiendo libertad”.

Fotografía de autor anónimo, obtenida de Facebook

[1] Periodista, guatemalteco sin Suchiate. Trabaja para el Instituto de Investigación y Análisis de los Problemas Nacionales, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde dirige la Revista Análisis de la Realidad Nacional.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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