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En el límite

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

Finalizó enero y los traspiés en el universo de la política nacional vuelven a ser la comidilla en los medios de comunicación y en las redes sociales. Así, estamos prestos a preparar la festividad que sacrificará ritualmente cualquier error o dislate y vaya que no faltan: los impedimentos legales para ejercer su cargo de la Ministra de Comunicaciones; las medicinas donadas a los hospitales vencidas; la tensión evidente en el Ministerio de la Defensa; la colocación de Bonos del Tesoro; la disparatada sugerencia de devaluar el Quetzal, el escándalo por los salarios en el Congreso de la República. Así, las escuelas de sabios discuten acaloradamente sobre la gravedad de la situación y todos los argumentos parecen ahogarse porque los ojos del ciudadano común siguen los hilos de una realidad cotidianamente insoportable: asaltos, extorsiones, asesinatos: las cicatrices de la adversidad sobre la piel.

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Y ese ciclo vuelve cada cuatro años, por una sencilla razón, las cuentas de la economía, la política, el desarrollo social y de las instituciones no cuadran desde hace décadas. Es decir, se privatizó la política, la educación, la salud y cuanta institución, que en sus haberes y saberes, pusiera en peligro la manida idea de reducir al Estado al mínimo. En ese sentido, los partidos políticos no funcionan ni se articulan con la ciudadanía y las instituciones, son máquinas electorales que se aceitan para la ocasión, no tienen organicidad, cuadros, militantes, programa, mucho menos, visión de Estado. La educación pública es para “el pobrerío”, también los hospitales. Cualquiera que lo dude que se dé una vuelta por la emergencia del San Juan de Dios y sabrá lo que es ingresar a un hospital de guerra, mientras en los rostros de los pacientes chorrea una mirada de insomnio y resignación. La educación privada, en su mayoría es una calamidad.

No hay día que no escuchemos sobre las bondades de los términos eficiencia, productividad y competitividad, entre otros neologismos, pero los resultados son magros para ser creíbles. Si bien existen dos o tres ejes importantes de desarrollo y prosperidad, el problema está en los millones que viven lejos de éstos, es allí donde se concentran los diez millones de pobres. Incluso, la expansión de la capital y algunas cabeceras departamentales presenta rasgos deprimentes por la ausencia de crecimiento ordenado y planificación urbana. La ciudad de Guatemala es una bomba de tiempo en cinco años.

Así, vivimos en el límite de todo, con esa urgencia de la inminente catástrofe en todos los órdenes. Ni con 50 años de Cicig podremos combatir la corrupción cuando ésta, entre otros mecanismos, son los únicos que permiten a muchos ascender en este edificio de cinco pisos sin elevador ni escaleras, como bien dictaminó Edelberto Torres-Rivas. Sin partidos modernos, sean de derecha o izquierda, seguiremos en la sombra de los límites que oscurece nuestros días. En pocas palabras, políticos con visión de estadistas, más allá de los intereses sectoriales que distorsionan cualquier acción gubernamental. O diremos como Denise León, poeta argentina: “Aquí estamos /en la casa / donde crecimos/ mirando cómo / el agua / finalmente / se lo lleva todo”.

Fuente: [http://www.s21.com.gt/fiticon/2016/02/02/limite]

Gerardo Guinea Diez
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