Edgar Celada Q.
Empiezo por agradecer a Sophos por ser anfitriona de la presentación de un libro que, por su duro contenido, acaso lastime la fina sensibilidad de quienes no alcancen a concebir la crudeza de los hechos que se analizan en él: un libro-espejo de lo que ha sido y es Guatemala.
Sigo con el agradecimiento a la editorial y a la autora por invitarme a presentarlo. Pero, sobre todo, quiero agradecerles por la publicación de una obra en la que se unen la vocación científica con el abordaje de un capítulo sórdido de la historia nacional. Estamos ante un libro que invita a sus lectores a asomarse con una mirada seria, audaz, no panfletera, a uno de los tantos renglones torcidos de nuestra historia.
¿Por qué escribir, por qué publicar y por qué leer este libro? Las respuestas vendrán de cada una y cada uno de ustedes, luego de recorrer sus 202 páginas, impregnadas del imán de las buenas obras, que no permiten soltarlas, que nos llevan a «devorarlas» de un tirón.
Sobre las motivaciones de la autora, tengo el conocimiento directo de las fundamentales y tengo la certeza de que antes que esgrimir el mazo de la condena moral —por demás merecida— hacia el personaje que es el sujeto principal del estudio (Carlos Quinteros, Miguel o el Hombre lobo), Elizabeth Osorio se plantea un ambicioso propósito reflexivo.
A lo largo del libro encontrarán reiteradamente cuáles son esas motivaciones profundas, en las que es imposible disociar a la militante de la académica. Pero es del caso citar el propósito explícito de la obra:
llegar a comprender: a) la psiquis humana y sus transformaciones a partir de la tortura; b) la solidez, real o imaginaria, de los principios en los y las militantes frente a la tortura; y c) los procesos psicosociales que interactúan para quebrar la moral y la voluntad de las y los militantes que, con su actitud, generaron consecuencias funestas para toda la militancia del PGT.[2]
Sabemos de muchos casos de obras que, según una conocida expresión de Carlos Marx, fueron entregadas «a la crítica roedora de los ratones».[3] Dicho de otra manera, para que esta obra llegase a nuestras manos y nuestros ojos hizo falta una editorial y un editor.
Se adivina la huella de Manolo Vela, conocido estudioso de los procesos de los que se ocupa este libro. Y a él se agrega la conocida audacia de F&G Editores, de Raúl Figueroa Sarti, cuya trayectoria editorial está jalonada por gran cantidad de títulos publicados en esta línea temática.
Dicho esto, caemos a la tercera pregunta: ¿por qué leer este libro? Y sus variantes: ¿cómo leerlo? y ¿con qué claves leerlo? Inevitablemente me refiero a mi propia lectura, que sin duda es distinta a la que harán cada una y cada uno de ustedes.
Leer este libro mueve el piso y lleva a escarbar en una historia que, para el de la voz, se remonta a casi 60 años atrás. Me llevó a recordar a un grupo de estudiantes del Instituto Nacional Central para Varones (INCV) que allá por 1967 y 1968, casi saliendo de la militarización de la enseñanza media, tuvieron la audacia de reconstituir la asociación de estudiantes.
Me llevó a evocar las centenarias araucarias del Central y la cabina de la Voz del INCV, la radio escolar cuyas trasmisiones incendiarias abrían con los metales cuasimarciales con que inicia el Capricho italiano, de Tchaikovski.
El presidente de esa reconstituida asociación de estudiantes fue Carlos Quinteros, quien llegaría a ser Miguel o el Hombre lobo, caso de estudio de este libro.
Pero junto a él había por lo menos media docena más de muchachos, cuyas vidas tomaron el rumbo de la militancia revolucionaria. Permítanme mencionar a dos de ellos: Hugo Adail Navarro Mérida y Jorge Alberto Chávez, ambos traicionados por Miguel, 15 años después.
La vida y la muerte de los tres: Navarro, Chávez y Quinteros, corrobora la reflexión de Margarite Yourcenar para quien el diagrama de una vida humana se forma por «tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue».[4]
Hugo Navarro (Pedro, su nombre como militante) y Alberto Chávez (conocido en la militancia como Manolo) fueron lo que desde muy jóvenes quisieron ser y murieron como lo que fueron: revolucionarios, comunistas, a carta cabal. De los de siempre, diría Otto René Castillo.
En cambio, el Hombre lobo, dijo ser revolucionario durante 16 años y acaso lo fue, pero terminó su vida como traidor y como esbirro.
Ambos calificativos no son peyorativos: corresponden a la realidad histórica. Y lo valioso del libro de Elizabeth Osorio está, precisamente, en que no se conforma con calificar la conducta de Miguel, o de su hermana Alma Lucrecia Osorio Bobadilla, o de otros que incurrieron en delaciones, sino estudia con seriedad los por qué de sus conductas y nos propone una explicación desde la psicología social.
De Miguel puede decirse lo que Julius Fucik escribió, en su clásico Reportaje al pie de la horca, sobre su delator:
Antes fue un hombre recto, que no trató de huir de las balas cuando combatía... Ahora palidece bajo la vara de un agente de la Gestapo y comete una traición para salvar la piel. ¡Cuán superficial sería su valor para ceder ante unos golpes! Tan superficial como sus convicciones. Era fuerte en un grupo, rodeado de camaradas que pensaban como él. Era fuerte porque pensaba como ellos. Pero ahora, aislado, solo, rodeado por el hostigamiento del enemigo, ha perdido completamente su fuerza. Lo ha perdido todo porque empezó a pensar en sí mismo. Para salvar la piel sacrificó a sus camaradas. Lo dominó la cobardía y por la cobardía es un traidor. [5](Las negritas son mías).
En el caso que nos ocupa, Elizabeth relata uno a uno los principales actos de traición cometidos por Quinteros en contra de sus más cercanos camaradas del PGT-PC, cuyas vidas contribuyó a cegar, acaso con la inútil pretensión de borrar las huellas vivientes de su felonía.
Pero una vez que nos hace recorrer esa dramática historia, busca la explicación, las causas de la traición y la felonía. Con paciencia entrevista a quienes conocimos a Carlos Quinteros y después a Miguel, va juntando las piezas de la descomposición del aislamiento y la frustración política en que se encontraba en 1983.
No adelanto lo que Elizabeth informa sobre el particular. No seré, como se dice ahora, un spoiler: conviene leer el libro. En cambio, me permito citar un texto de Mariano González, quien a su vez cita a «un militante», sobre este mismo caso:
¿Qué llevó a Miguel a convertirse en menos de 24 horas en un traidor?: a) La certeza de que estaba acorralado, que sus "compañeros de confianza" en ese momento, eran ya infiltrados y que, hiciera lo que hiciera, no iba a sobrevivir, y b) ¿y para qué resistir? Si, total, sus antiguos camaradas eran todos unos hijos de puta que lo habían ninguneado, engañado, incomprendido y hasta traicionado... Además de ser culpables de su extrema frustración y el estado de descomposición personal en el que ya estaba.[6]
Llegados a este punto hay que hacer una alerta contra la tentación del enfoque personalista, que pierde de vista la agudeza de la lucha de clases en Guatemala, transformada en una guerra irregular desde el campo revolucionario y una guerra sucia desde la contrainsurgencia.
En esto no hay por donde perderse respecto de la claridad estratégica del Estado oligárquico, que se propuso acabar con el partido de los trabajadores: así fue desde 1932 en el inicio del ubiquismo, con el fusilamiento de Juan Pablo Wainwright y Bernardo Gaitán, o el encarcelamiento, por los 14 años de la dictadura, de Antonio Obando Sánchez.
Así fue en 1966, con la desaparición de Víctor Manuel Gutiérrez Garbin y Leonardo Castillo Flores en el caso de los 28 desaparecidos; así fue en enero de 1971 con el asesinato de Marco Antonio Leoni; así fue en septiembre de 1972 con la captura y desaparición de Bernardo Alvarado Monzón y sus compañeros de la Comisión Política; así fue en diciembre de 1974 con el asesinato de Huberto Alvarado Arellano y Miguel Alvarado Lima; el mismo objetivo perseguían al asesinar a Manuel Andrade Roca y a Santiago López Aguilar, en los 80.
Así fue también en agosto de 1983, con la captura y desaparición de José Luis Ramos, o en noviembre de ese mismo año con el asesinato de Andrés Pastor González (Remigio) y José Luis Monterroso (Ramón).
En todos esos casos, y en cientos más, había una definición de clase precisa e instintiva del poder oligárquico-burgués: había que destruir al PGT, al partido de los trabajadores. En la historia política de Guatemala, ningún partido fue perseguido con tanto encarnizamiento como ocurrió con el PGT.
Y cuando me refiero a ese partido tengo en cuenta a su rama juvenil, la Juventud Patriótica del Trabajo, la JPT, que aportó una cuota invaluable de militantes como Amado Cabrera Mérida, Luz Haydee Méndez, Edwin Manzo, Mario Argueta, Oliverio Castañeda de León, Luis Colindres, Héctor Interiano, Carlos Cuevas Molina y decenas más a quienes, injustamente, debo dejar sin nombrar porque es una lista inmensa.
En su libro Militantes clandestinos, historia del Partido Guatemalteco del Trabajo-Partido Comunista (PGT-PC), Juan Carlos Vásquez Medeles hace un balance de lo que él llama el efecto Miguel, esto es, el recuento de las delaciones, capturas, asesinatos y desapariciones que alcanzaron a «los militantes de las organizaciones que ostentaban las siglas del PGT, o que mantenían un vínculo directo con el partido».[7]
En total Vásquez Medeles contabiliza 105 militantes, el 54 por ciento de los casos que se incluyen en el llamado Archivo Militar, o Diario de la Muerte.
¿Todo es atribuible «directamente» a Carlos Quinteros? Sí y no. En alguna parte del libro Elizabeth Osorio dice que, probablemente, la Inteligencia militar al principio no tenía claridad del arma que había adquirido al capturar a Miguel y con los meses utilizó a fondo esa “bomba”.
En la presentación de este mismo trabajo, durante la reciente Filgua, alguien preguntó a Elizabeth sobre la posibilidad de que Miguel estuviera colaborando con el ejército desde antes de su captura. No recuerdo cuál fue la respuesta de la autora, pero creo que Carlos Quinteros no era un infiltrado, como varios que si hubo en el movimiento revolucionario.
No hacía falta que lo fuera; lo que Elizabeth llama la «conversión» de Miguel —y que con propiedad se califica como traición— hizo el daño reseñado por las condiciones que llevaron a las organizaciones revolucionarias a su alta vulnerabilidad.
A la distancia de 40 años, o más, puede sonar exculpatorio o conveniente pasar en silencio las propias fallas del movimiento, a las que indujeron las condiciones de la lucha clandestina urbana y que la contrainsurgencia supo aprovechar desde sus prácticas de guerra sucia.
¿Cuántos lustros puede vivir un militante o una militante «a salto de mata»? Cambiando constantemente de casa; sin establecer o mantener relaciones duraderas con el vecindario, o con la propia familia. Eso por lo que toca a la vida cotidiana, pero ¿cuánto afecta también a su perspectiva política el aislamiento del palpitar social, el divorcio del movimiento, el sentir y el pensar real del pueblo, de las masas?
Y ¿qué decir de las secuelas del traslape entre la actividad abierta con la sociedad civil y la vida clandestina?
Sumemos las frecuentes violaciones a las normas de la clandestinidad, las conductas liberales, el horizontalismo y la ruptura de la compartimentación, dictadas a veces por las rigideces políticas propias del centralismo estalinista, el ahogo de la democracia y las luchas internas de poder.
Todo esto, que aquí solamente menciono de pasada, operó en el caso que nos ocupa. Por supuesto, el foco de atención del estudio de Elizabeth no es éste; es más, creo que no llega a considerarlo. Pero igual, si se quiere entender lo ocurrido, debe añadirse ese contexto de la vida interna de al menos esta parte del movimiento revolucionario.
Además de los prólogos firmados por Yolanda Aguilar Urizar y Juan Carlos Vásquez Medeles, el libro incluye, al final, una semblanza de la vida revolucionaria de Elizabeth y su familia, escrita por Manolo Vela. Es un justo complemento que puede leerse independientemente, pero que no puede dejar de leerse. Ahí dice Vela:
Este relato es una pequeña ventana para aproximarnos a toda una generación de jóvenes latinoamericanos que se lanzaron con entusiasmo contra el Estado militar. Excepto el miedo, lo tenían todo y se hallaban —eso se pensaba en aquel tiempo— en el lado justo de la historia.[8]
Algunos de quienes estamos hoy aquí somos parte de aquella generación. Y con perdón de Manolo, seguimos estando en el lado justo de la historia. Prueba de ello es que estamos aquí felicitándonos por la publicación de este libro.
No pudieron ni podrán acabar con nosotros, precisamente por eso, porque estamos en el lado justo de la historia, el lado que tiene rostro social, colectivo, el lado de la Utopía, en donde el hombre, por fin, dejará ser lobo del hombre.
Gracias por su atención.
[1] Texto leído por el autor el 13 de agosto de 2024 en la presentación del libro El hombre lobo. Lucha clandestina, delación y sobrevivencia, de Elizabeth Osorio Bobadilla, realizada en la librería Sophos, de la ciudad de Guatemala. El título y las referencias bibliográficas fueran agregadas para esta publicación.
[2] Osorio Bobadilla, Elizabeth (2024) El hombre lobo. Lucha clandestina, delación y sobrevivencia. Guatemala: F&G Editores. Pág. 2.
[3] Marx, Carlos (1859) «Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política», en C. Marx y F. Engels (S/f) Obras escogidas. Moscú: Editorial Progreso. Pág.184.
[4] Yourcenar, Margarite (2015) Memorias de Adriano. México: Grupo Editorial Tomo. Pág. 384.
[5] Fucik, Julius (1985) Reportaje al pie de la horca. Madrid: Akal. Pág. 28.
[6] González, Mariano (2014) «El Hombre Lobo» en Plaza Pública, 10 de noviembre de 2014.
[7] Vásquez Medeles, Juan Carlos (2019) Militantes clandestinos. Historia del Partido Guatemalteco del Trabajo-Partido Comunista (PGT-PC). México: Universidad Iberoamericana. Pág. 330.
[8] Vela Castañeda, Manolo (2024) «“Uno varias veces ya murió” Elizabeth Osorio Bobadilla» en Osorio Bobadilla, Elizabeth (2024) El hombre lobo. Lucha clandestina, delación y sobrevivencia. Guatemala: F&G Editores. Pág. 178.
Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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