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Élites anticomunistas: un auto retrato de la crueldad

Área de Historia Local. AVANCSO.

Lo que se obtiene con violencia, se defiende con violencia dijo M. Gandhi. Esta frase queda como anillo al dedo a las élites que, una vez más, han obstruido la justicia invocando al comunismo y al anticomunismo. Para estas élites parece que el mundo no camina. Su actitud cínica de justificar violaciones, mutilaciones, horrendos asesinatos, exterminio de comunidades mayas y rurales, como una heroica manera de acabar con el comunismo, y defender la patria, solo agrega más sentido a su extraordinaria brutalidad. Así exhiben que se nutren del autoritarismo, del anticomunismo y del racismo, condición que les impide construir una verdadera nación e imposibilita que otras y otros la construyan. Cual amos medievales siguen fincando su poder en “el derecho de matar” para arrancar obediencia. Es así como se han relacionado con el pueblo maya, xinca, garífuna y con las poblaciones ladinas empobrecidas y rurales.

Estas tenebrosas élites han demostrado por sí mismas que no son aptas para gobernar, pues constituyen un verdadero atentado contra la vida. Así han minado la existencia del grandioso pueblo maya y eliminado la vida de tantas revolucionarias y revolucionarios. Su permanencia en el poder es un extremo solo permitido por la lógica perversa de la política en Guatemala, y el consentimiento de quienes se han dejado seducir o han metabolizado sus premisas como única forma de “vivir en sociedad”. Cuando no conocemos más que dictaduras, es fácil conceder a los tiranos el derecho a gobernarnos.

Lejos de “conducir” el país, estas élites debieran ser procesadas por el alcance de sus acciones. El Ejército fabricó individuos autómatas penetrando profundamente en sus psiquis, dirigió con terror la polarización de la sociedad, sembró el miedo y el silencio. Como instrumento de degradación, fomentó una virilidad asesina en los entrenados como Kaibiles, en los reclutados forzosamente como soldados y en muchos convertidos en patrulleros civiles. Su intención fue crear seres impávidos, despiadados y sanguinarios, que reprimieran cualquier signo de compasión imitando a las fieras y a las aves de rapiña.

Uniendo Guerra Fría y colonialismo interno, anticomunismo y racismo, el Ejército aplicó sistemáticamente procedimientos de diferenciación y separación entre “indios buenos” e “indios malos”, estos últimos entendidos como subversivos, comunistas e insurgentes, aniquilados a partir de la sospecha. Así lo da a entender el mismo Otto Pérez Molina en entrevista dada a CNN el 10 de mayo pasado[1]. Cuando el entrevistador pregunta qué quiso decir −en 1982− al afirmarle al periodista Allan Nairn “todas las familias están con la guerrilla”, Pérez Molina vociferó que “En el ‘82, la facción de la guerrilla… EGP involucró a las familias completas, no respetó edades, desde los ancianos hasta los niños más pequeños, les pusieron pseudónimos. Tomaron el poder local…”. ¿Por eso fueron exterminados?

Cuando, extrañados, ahora dicen que no hubo intención de desaparecer a un pueblo, raza o etnia determinada, no se dan cuenta que están exteriorizando lo peor de su verdad. Lo vejatorio está precisamente en esa falta de voluntad, en la facilidad, en la normalidad con que se asesina a los indígenas. Así pues, la aversión al comunismo se consumó, aunque no solo, exterminando comunidades mayas, pasando por los más crueles mecanismos de muerte a niños, mujeres, ancianos y hombres desarmados. Si la “guerra” planificada desde el Estado contra la guerrilla arrojó estos funestos resultados hay sobradas razones para entender que el anticomunismo fue una perfecta excusa para cometer atrocidades que siempre se habían querido contra “los indios indeseables” y “peligrosos”. Desviar el castigo contra el comunismo hacia “los indios”, daba también la impresión de mayor efectividad pues se magnificaba al enemigo. Eso generaba simpatía en determinada población especialmente urbana, criolla y ladina, insensibilizada ante la existencia y la muerte de “los indios”.

Lo amargo es enterarse cómo ciertos individuos de izquierda que jamás se han interesado en pensar -con seriedad- qué significa ser tratado como “indio” o “india” en este país, irresponsablemente siguen obviando el problema colonial, el racismo y su conexión con las matanzas masivas de gente maya. Hoy coinciden con los simples versos del anticomunismo: “a los indios se les mató por guerrilleros y no por indios”. Con ello quieren conminarnos al silencio para “no polarizar al país” hablando de genocidio. Pero, ¿no ocultan con esto sus errores devenidos en horrores? ¿También les parece insignificante la muerte de “los indios” por “ser indios”? Ante esto, el silencio jamás será la vía, porque callar significaría profanar la memoria de nuestros muertos y convertir lo siniestro en rutina.

Por estas razones hay quienes nos negamos a ser “dirigidos” por estas élites con vocación asesina. Así como no son aptas para gobernar, confirman que carecen de liderazgo moral e intelectual. Al expresarse evidencian que el pensamiento, el razonamiento, el sentido de la justicia y de la libertad no son lo suyo; lo son eso sí, el rumor y la propaganda para encender miedos, odios y agitar emociones violentas. Para muestra, un profesor que se dice a sí mismo liberal, se da el lujo de congratularse con Ríos Montt porque “él hizo en los años ochenta lo digno y lo apropiado” (elPeriódico 22/05/13)[2]. Sin el más mínimo razonamiento respalda hechos tan atroces. Sus palabras llenas de odio e impregnadas de las más elementales emociones, distan de ser las de un profesor digno, menos culto; sin embargo, “enseña” en un espacio que, en este país, quedó perfecto a su pensamiento retrógrado. No me extraña que se atreva a condenar la injerencia extranjera, cuando él es el fiel ejemplo de lo que detesta.

¿Qué podemos aprender de estas élites? Nada. Hay graves males que el dinero no cura. Ellos tienen sobradas condiciones para crear pensamiento, ciencia, arte, literatura, música, innovaciones políticas y tecnológicas en un país con el extraordinario privilegio de la pluralidad. Pero no, estas élites ensimismadas solo saben de sangre, de armas y de violencia, solo conocen de represión, saqueo y depredación. Y así, pretenden “instruirnos”, “conducirnos”, “moralizarnos”, “civilizarnos”. Nunca es tarde para que reconozcan que sus métodos medievales y sanguinarios jamás levantarán al país, al contrario lo hundirán más como pasa en estos momentos. Por eso, usamos nuestras palabras para decirles que su crueldad es algo inconcebible en nuestras vidas. Su brutalidad no cabe en la existencia de quienes si queremos celebrar la vida, no como sujeción, sino como un evento autónomo, hermoso y fecundo.

Desviar el castigo contra el comunismo hacia “los indios”, daba también la impresión de mayor efectividad pues se magnificaba al enemigo. Eso generaba simpatía en determinada población especialmente urbana, criolla y ladina, insensibilizada ante la existencia y la muerte de “los indios”.