El triunfo de un ensayo perenne
Ana María Vara
El autor uruguayo fallecido el lunes deja una vasta producción, principalmente literaria. Sin embargo, será recordado por Las venas abiertas de América Latina, su longseller histórico-político que ya tiene más de cuarenta años
Con una obra inmensa y mayoritariamente literaria aunque no de ficción, Eduardo Galeano será recordado sobre todo por un ensayo que cumplió más de cuarenta años, un longseller que sigue agotando ediciones en librerías y kioscos. El uruguayo concluyó febrilmente Las venas abiertas de América Latina en 1970 para poder presentarlo al concurso Testimonio de Casa de las Américas. Pero no ganó: el primer premio fue para María Esther Gilio y sus reportajes de La guerrilla tupamara, como recuerda Fabián Kovacic en la biografía recién publicada (Vergara, 2015).
La decepción se transformaría en euforia por el éxito inmediato y en sorpresa por su vigencia. Acusado de setentista, demodé y maniqueo, el libro resistiría a las dictaduras, a la avalancha neoliberal, a la languidez posmoderna y hasta a la pérdida de interés de su autor: en los últimos años, Galeano estaba cansado de hablar de Las venas… Ya no se sentía cerca de esa forma de escritura y, como todo artista que se renueva, quería cantar sus nuevas canciones.
¿Qué tiene Las venas… que convoca a una generación tras otra? Varios autores la han descripto como la primera versión alternativa de la historia de América Latina. Una contrahistoria, como la definió alguna vez el propio Galeano, escrita en un registro de divulgación, sostenida por abundantes fuentes y por una trama intensa. Un texto a la vez informado y poético, donde la argumentación y las emociones se refuerzan mutuamente.
Las venas… parte de la dependencia directa de la época colonial, y la explotación del oro y la plata, asociados con la codicia en el imaginario occidental. Luego cuenta la misma historia pero en relación con regímenes políticos presuntamente independientes y referida a otros productos. Al establecer un paralelo con las situaciones de la sección anterior, sin embargo, las nuevas explotaciones se aproximan a las viejas, y el azúcar, el cacao o el café devienen tan codiciables como el oro o la plata. El texto avanza finalmente hacia formas de explotación más abstractas, como la imposición del libre comercio y los empréstitos. A lo largo del libro, cada historia de explotación de un recurso natural va acompañada de la explotación paralela de un grupo étnico o social, que es reprimido siempre que se rebela: la metáfora de la sangre alude a la doble explotación de naturaleza y personas.
Ahora bien, con todo lo setentista que pueda parecer, Las venas… representa la condensación y el emblema de un modo de contar la historia de la región que, en el momento de su escritura, ya tenía más de cinco décadas. Y que reemergería en cada nuevo momento de efervescencia política, incluido el presente.
La matriz narrativa de la obra de Galeano fue creada por periodistas y escritores en las primeras décadas del siglo XX: se trata de un discurso deliberada y minuciosamente construido por intelectuales contestatarios, vinculados al anarquismo, el comunismo y el socialismo, que se propusieron hacer visible el avance imperialista sobre la región, sobre todo pero no únicamente, de Estados Unidos.
Uno de los primeros fue Rafael Barrett, un español que llegó a Buenos Aires en 1903 y se estableció en Asunción en 1904, desde donde lanzaría su j’accuse sobre el maltrato de las poblaciones nativas en Lo que son los yerbales paraguayos, publicado como una serie de notas en 1908. Una denuncia por la que tuvo que dejar ese país, aunque peor suerte tuvo su socio en la aventura, el anarquista argentino Guillermo Bertotto, que fue apresado y torturado.
La fama de Los yerbales se extendería por los cenáculos hispanoamericanos, y se disputarían su sentido de Ramiro de Maeztu a Álvaro Yunque. La obra inspiraría cuentos memorables de Horacio Quiroga, como «Los mensú» y «Una bofetada», y sería reeditada a lo largo del siglo por editoriales anarquistas, hasta alcanzar la categoría de canónica al ser incluida en un tomo de Biblioteca Ayacucho en 1978, con prólogo de Augusto Roa Bastos.
¿Qué cuenta Barrett allí? Básicamente, el modo tiránico de someter a los trabajadores locales para extraer la yerba mate del interior de la selva misionera, en la triple frontera. Son tiempos previos al inicio del cultivo de esta planta, y los peones -los mensú- debían internarse en el infierno verde para alcanzar la riqueza que exportarían unas pocas empresas. Engañados por «la contrata», esclavizados por un adelanto que nunca podrían repagar, gastaban su vida entre la extenuación y el paludismo, o la tortura y el asesinato, si intentaban escapar. «Han saqueado la tierra y han exterminado la raza», condensó Barrett en una fórmula magistral.
El esquema narrativo-argumentativo que está detrás de Los yerbales es contundente: hay un recurso natural que es explotado, hay una población local vinculada a ese recurso e igualmente explotada, hay un explotador extranjero, y hay un cómplice local: las elites nacionales.
Esa misma trama se repetiría en ensayos, en poemas y, sobre todo, en novelas en las décadas de 1930 y de 1940: el realismo social antiimperialista, en la terminología del crítico norteamericano John Beverley.
Un poema revelador es «Caña», de Nicolás Guillén, quien se convertiría en poeta oficial de la Revolución cubana. En apenas un puñado de palabras, Guillén cuenta en 1930 la misma historia de los yerbales paraguayos pero sobre el azúcar cubano. Adelantando además la metáfora de la sangre:
El negro
junto al cañaveral.
El yanqui
sobre el cañaveral.
La tierra
bajo el cañaveral.
¡Sangre que se nos va!
En narrativa, un ejemplo notable es El tungsteno, del peruano César Vallejo. Publicada en la editorial Cenit de Madrid en 1931, cuando Vallejo ya era un militante comunista, la novela reedita la historia de América Latina de manera metafórica, a partir del establecimiento de la Mining Company, de capitales norteamericanos, en la imaginaria mina de Quivilca. Uno tras otro, diferentes grupos indígenas son exterminados para extraer el metal de uso bélico, en plena Primera Guerra.
El peruano exploró la misma trama en un guión y una sátira teatral que permanecerían inéditos por mucho tiempo, Presidentes de América y Colacho hermanos, dejando de manifiesto la elaboración estética e ideológica detrás de su novela.
El boom recontaría esta historia con recursos más sofisticados: recordemos el episodio de la compañía bananera en Cien años de soledad, o el prólogo de La hojarasca, de Gabriel García Márquez. Hoy este discurso casi no se encuentra en la literatura, aunque de tanto en tanto reaparece en el cine. Pero, más interesante, ha resurgido de manera notable en las recientes protestas ambientales. Consignas como «El agua vale más que el oro», «Vienen por el oro, vienen por todo» o «No al saqueo contaminante» reeditan claramente este marco interpretativo.
Las venas abiertas de América Latina debe su vigencia, en gran medida, a que constituye el emergente -y un recordatorio- de un modo como los latinoamericanos pensamos la historia de nuestra región. Una corriente profunda que fluye hace más de cien años.
*Ana María Vara es autora de Sangre que se nos va. Naturaleza, literatura y protesta social en América Latina (Editorial CSIC, 2013).
Fuente: [http://www.lanacion.com.ar/1785032-el-triunfo-de-un-ensayo-perenne]
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