Siempre quise darte mil regalos;
regalos que te sirvieran;
regalos que te gustaran.
Siempre quise darte mil regalos:
un abrazo, un beso;
el platillo aquél, que con pasión devoras.
Siempre quise darte mil regalos:
una copa de buen vino;
una copa de spumante.
Siempre quise darte mil regalos,
y te los dí; te los dí a mares,
entre ellos mi presencia, mis oídos y mis brazos;
mi pañuelo, mis manos y mi mente;
mis palabras de consejo y mis palabras indulgentes;
a veces, pocas ellas, mis palabras de censura,
pero, más que todo, mis palabras de consuelo.
Siempre quise darte mil regalos;
aún quería darte mil y miles,
mas no sé ni cuántos fueron.
Siempre quise darte mil regalos
y no sé si mil,
pero sé que muchos fueron.
Nunca me costó brindarte algo;
siempre fue muy fácil darte todo;
sin embargo, confesarte debo,
que de todos esos mil regalos,
el único que me costó y aún me cuesta
es mantener el obsequio de mi ausencia.
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