Ni razón, ni lógica, ni pudor.
En el psicogeriátrico la humanidad, envejecida, se arruga sin que el espejo se de cuenta y el calendario está, ahí, sin oficio.
-Estás completamente loco- me dice Güili señalándome con su dedo anular tiezo como una tiza que pretende escribir en el pizarrón que no le enseñó a escribir.
Sus azañas son las del niño volando en el pegazo del carrousel de la feria pueblerina y las del soldado corriendo por el descampado con un arma de palo y las imágenes, de un gringo masacrando indios emplumados, que se robó en el televisor del vecino.
Rino poseía al ratón del gallinero; las gallinas eran de su mamá. Ese mundo habitado por vacas, puercos, gallinas y ratones sigue siendo el mismo con la diferencia de que el psicogeríatrico está habitado por locos y completamente locos. Los locos son ellos, los que envejecen sin razón, ni lógica, ni pudor; los completamente locos somos los que los despertamos a las siete de la mañana para que se laven, se vistan, desayunen y erren por sus universos infinitos y por la repeticion de sus recuerdos.
El ratoncito de Rino era desobediente y siempre corría a esconderse para no obedecer a los deseos de su dueño. Y, de repente, lejos del gallinero, Rino tiene ratoncitas que rehuyen a sus manías sexuales reprimidas en la cueva del ratón.
Las asistentes de enfermería prefierían despertar a Güili que se levanta preguntando cuándo llega pegazo o el día en que pasa san Nicolás regalando relojes, mientras que Rino quiere besarlas y tocarles las nalgas y masturbarse y contarles que la Condesa nunca se negaba a complacerlo.
Condesa, la vaca, vivía en el mundo de Rino y el ratón era el delirio por hacer el amor con una mujer.
Autor: Jorge Guerra
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