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El poder como abuso

Carlos Aldana

Las recientes declaraciones del alcalde capitalino, especialmente sobre su guerrerismo y su opción por “pegar” a la prensa, muestran cómo el ejercicio de un poder sin contrapesos es la fuente primaria de la descomposición y el abuso.

El poder, sin duda alguna, es necesario para construir realidades distintas. Hace referencia a la capacidad de influir en las decisiones y acciones de los demás, así como en esa capacidad para modificar las formas de pensar y sentir de otros. Se necesita poder para cambiar la sociedad, para modificar el camino de las cosas. Pero esa capacidad para incidir no necesariamente ocurre desde un cargo o desde un puesto oficial, como la realidad nos demuestra cuando descubrimos el poder de tanta gente buena, maravillosa, humilde pero esforzada, decidida, firme y con visiones muy claras y de las cuales no se alejan.

Pero lo visto en el alcalde es la seña de que el poder no solo es capacidad de influir, sino disposición para el abuso, para el irrespeto y para dañar valores, principios y actitudes que son necesarias para la construcción de la paz en nuestro país. Claro que no es el único ejemplo del poder como abuso, porque ya hemos venido viendo, en una telenovela muy larga y con varias versiones, cómo las autoridades de nuestro país han abusado del poder y han hecho de este un abuso. Ellas y ellos como ejemplo del poder como abuso y del abuso del poder.

Ya sea para amenazar a quienes piensan diferente, o para manipular en función de decisiones que convienen a intereses sectarios, o para afirmar visiones anacrónicas y que habría que estar destruyendo ya (como la predisposición a la pelea, la violencia, la guerra, el patriarcado), el poder como abuso es el mejor recordatorio del origen mismo de esta palabra, pues proviene de la voz indoeuropea poti-: “amo, señor”. Sentirse los “amos y señores” de las realidades (ya sean instituciones, comunidades o países, incluso aulas) es la muestra de cómo el poder puede descomponer la visión, la actitud y la interioridad de quienes las ejercen. Por eso terminan incurriendo en abusos como la intolerancia a posiciones contrarias y la negación de la discusión o la contradicción. No soportan que otros puedan tener posiciones contrarias, mucho menos que otros eleven su voz para demandar el derecho básico de pensar, sentir y actuar diferente.

El poder excesivo y sin limitaciones descompone y se convierte en un arma, no en una herramienta para construir. Abusar del poder, en el sentido de ejercerlo más para intereses y visiones personalistas que sociales, a costa del desarrollo y la dignidad de los demás y sin discusiones internas, representa una de las consecuencias más obvias y menos deseadas que podemos presenciar en personajes que ocupan posiciones políticas e institucionales. El problema es que se convierte en una malísima manera de educar para la ciudadanía o para el ejercicio democrático, porque se sigue profundizando la efectividad de un estilo autocrático de liderazgo.

Este modo de sentir y vivir el poder está completamente conectado al militarismo del que hablamos hace ocho días. Es una manera, sin uniforme, de seguir acentuando la vía del ejercicio ciudadano que se fundamenta en la fuerza, la opresión, el uso de las armas, la violencia y el desprecio a los demás. Ni cien pasos a desnivel ni cien rutas del Transurbano pueden tener más valor que la interiorización de una vida ciudadana desde el respeto pleno y la convivencia sana con los diferentes.

Este modo de sentir y vivir el poder está completamente conectado al militarismo del que hablamos hace ocho días. Es una manera, sin uniforme, de seguir acentuando la vía del ejercicio ciudadano que se fundamenta en la fuerza, la opresión, el uso de las armas, la violencia y el desprecio a los demás.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/08/el-poder-como-abuso/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Aldana Mendoza
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