El patriarcado debajo de la piel
En el sistema de Justicia las mujeres son las últimas en ser atendidas.
Marcela Gereda
Nos guste o no nos guste, a todos nos atraviesa la cultura patriarcal. Es como una especie de peste bíblica que corre en nuestra sangre y que heredamos sin cuestionarla, generación tras generación. En que familia no se dice a diario: “nena sírvale a su hermano”. Y nunca la recíproca. O cuando uno no ha visto un bebé vestido de azul, y la gente alrededor asumiendo que es niño, cuando bien podría ser niña.
La semana pasada –el Día de la Mujer– estuvo circulando un video en las redes sociales de una adivinanza. Es una historieta, la cual iba algo así: “un hombre y su hijo, tienen un accidente, en el accidente muere el padre, una ambulancia recoge al hijo, al llegar al hospital, el médico dice: no puedo operarlo, es mi hijo. ¿Quién es esa persona? Todos los entrevistados contestan que era una situación imposible porque el padre había muerto. A ninguno se le ocurrió que el médico podía ser la madre.
Cuenta mi amiga C. (quien ejerce como médica en Guatemala) que en su consultorio cuando está atendiendo a algún paciente y estos contestan una llamada dicen entre murmullos “te llamo luego que sigo con el doctor”.
Aunque a muchos no les guste, ese día, concuerdo con la historiadora salvadoreña Elena Salamanca cuando dice que “el 8 de marzo debe ser aceptado como día simbólico porque el mundo sigue siendo hostil para muchas mujeres todos los días. Tenemos que aceptar que hemos conquistado libertades que nuestras abuelas y madres no conocieron”, agrega: que en estas sociedades “nos enseñaron a ser misóginas, era mejor odiarnos que aceptar que otras mujeres hacían las cosas tan bien como nosotras”.
Desde chiquita, recuerdo haber experimentado cómo las niñas se veían como competencia y no como aliadas. Luego participé en proyectos (como antropóloga) en los que las mujeres (sin oportunidad de estudio) debían colaborar en todas las tareas del hogar, mientras los hombres iban a estudiar. Es común entre nosotros que sean los hombres quienes heredan, antes que las mujeres. En el sistema de Justicia las mujeres son las últimas en ser atendidas.
La antropóloga mexicana Marcela Lagarde explica que el patriarcado es un orden social genérico de poder basado en un modo de dominación del hombre. Este orden asegura la supremacía de los hombres y de lo masculino sobre la inferiorización de las mujeres y de lo femenino. Enajenación entre las mujeres
Argumenta que dentro de la cultura patriarcal, a las mujeres se les socializa para cuidar hijos, y se les hace creer que ese es el único rol posible para sus vidas y en ello se pierde la noción de conocerse, valorarse, formarse, desarrollarse. Es decir que dentro de la cultura patriarcal se nulifica el sentido de ser mujer y se vuelve todo las tareas y el cuidado de los hijos, olvidando que el verdadero valor de una persona no es solo lo que hace, sino es la vida misma.
Para algunas feministas el patriarcado es la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los/las niños/as de la familia, dominio que se extiende a la sociedad en general. Implica que los varones tienen poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que se priva a las mujeres del acceso de las mismas pero no implica que las mujeres no tengan ningún tipo de poder, ni de derechos, influencias o de recursos.
En su estudio Los cautiverios de las mujeres: madres esposas, monjas, putas, presas y locas; Lagarde explica que el patriarcado se caracteriza por: oposición entre el género masculino y el femenino, asociada a la opresión de las mujeres y al dominio de los hombres en las relaciones sociales, normas, lenguaje, instituciones y formas de ver el mundo, rompimiento entre mujeres, basado en una enemistad histórica en la competencia por los varones y por ocupar los espacios que les son designados socialmente a partir de su condición de mujeres. Y el machismo, basado en el poder masculino y la discriminación hacia las mujeres.
De Lagarde y otras feministas aprendemos que los roles que se conceden a mujeres y hombres son construcciones sociales y culturales con base en las funciones biológicas que corresponden a cada sexo. En nuestra cultura hemos aprendido a “ser niñas” o niños y ello pasa por una manera de asumir el mundo, que definirá los roles y espacios que iremos ocupando.
Qué viva la liberación y la solidaridad entre mujeres que nos hace vernos como iguales y no como competencia, qué viva la esperanza de desprogramarnos de esa cultura patriarcal que llevamos en las venas para dejarla de heredar a quienes vendrán después de nosotros.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2018/03/12/el-patriarcado-debajo-de-la-piel/]
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