El Papa Francisco, nuevos odres para viejos vinos
El internet y los grandes medios electrónicos nos han inundado en las últimas semanas de noticias que son elocuentes acerca de la modestia y sencillez en el trato del Papa Francisco. El periódico argentino La Nación nos ha llenado de las anécdotas sobre su carácter llano y bonachón, de su propensión a usar el servicio colectivo de transporte, de su falta de solemnidad para hablar con los periodistas con los cuales se ha entrevistado, de su visita en su lecho de enfermo al anciano bibliotecario del Vaticano. Se ha celebrado hasta que ha usado una pulsera amarilla que le regaló un cardenal sudafricano durante uno de los actos protocolarios. Y se ha destacado que eligió el nombre de Francisco para recordar a San Francisco de Asís el apóstol de los pobres y de la paz. “Como me gustaría una iglesia pobre y para los pobres” ha dicho Francisco y eso se ha celebrado con bombos y platillos.
Estamos pues ante una ofensiva mediática que busca proyectar una imagen del Papa que no se condice con su controversial pasado y las acusaciones que ha recibido: un hombre al servicio del genocida Emilio Massera, militante de la ultraderechista “Guardia de Hierro”, indiferente ante la suerte de las víctimas de la desaparición forzada y de sus propios compañeros jesuitas que fueron reprimidos por la dictadura argentina. No es una sorpresa que un alto prelado de la iglesia católica argentina reciba tales señalamientos. No fueron pocos los jerarcas y sacerdotes católicos argentinos que fueron cómplices activos en la represión. Uno de los más conocidos fue el cardenal Raúl Primatesta, durante 33 años Arzobispo de Córdoba. No fueron pocas las ocasiones en los que sacerdotes católicos argentinos violaron el secreto de confesión para denunciar a militantes revolucionarios ante los órganos represivos; tampoco lo fueron las veces en que sacerdotes participaron en las sesiones de tortura a las víctimas de la desaparición forzada. Es ya un lugar común la complicidad criminal de la iglesia católica argentina con el genocidio en dicho país.
Cualquier analista atento, puede barruntar el sentido del nombramiento de un Papa latinoamericano en el momento actual. Lo han hecho ya Julio C. Gambina y Horacio Verbitsky en Argentina, Rafael Cuevas Molina en Costa Rica, Raúl Zibechi en Uruguay. Se nombra a un Papa latinoamericano de amplios antecedentes reaccionarios, en un momento en que Latinoamérica es la región en donde el antineoliberalismo es más pronunciado y en donde se han observado grandes movimientos sociales y políticos que han culminado en una oleada de gobiernos progresistas. No se trataría solamente de reconocer que el 42% de los católicos se encuentra en Latinoamérica, sino de una vasta operación para contrarrestar la crisis hegemónica neoliberal en la región. La alegría reaccionaria no se ha demorado, empezando por los 44 acusados en el juicio por delitos contra la humanidad en Argentina cometidos en el campo de exterminio de La Perla. Todos ellos aparecen sonrientes con un moño amarillo celebrando la designación de Bergoglio como el Papa Francisco.
Es necesario destacar que el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y el defenestrado teólogo de la liberación Leonardo Boff, le han dado al papa Francisco, el beneficio de la duda. Boff ha dicho que acaso Bergoglio haya sido más liberal de lo que parecía pero que actuó como un fundamentalista porque era un subordinado. Pero abundan los ejemplos de altos prelados que han actuado en sentido contrario: Oscar Arnulfo Romero en El Salvador, Raúl Silva Enríquez en Chile, Juan Gerardi en Guatemala, Sergio Méndez Arceo en México y muchos otros más.
Ojalá me equivoque. Pero hoy, el Papa Francisco parece un viejo vino en un odre nuevo.
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