Carlos López
En El pacto, un joven de origen humilde, hijo de general revolucionario, con más mañas que esfuerzo llega a ser presidente de México. Para llegar a la cumbre, hizo un pacto con sus amigos de escuela. La cofradía que nace en una cantina de la Ciudad de México (el símil es bastante afortunado y es anticipo del jolgorio en que ya instalados en la Presidencia convirtieron al país entero) se organiza para incrustarse en el poder para de ahí tomarlo. El grupo no tiene principios ni ideales, es pragmático y hermético; sus integrantes dan un carácter sagrado a sus fines profanos. Éste es el germen de la corrupción institucionalizada como forma de gobierno y el saqueo permanente de las arcas públicas desde mediados del siglo XX mexicano hasta 2018, cuando se les acabó la diversión.
En este relato trepidante —como los hechos que narra— Margarita González Saravia incursiona de nuevo en la saga de la novela histórica mexicana de larga y portentosa tradición, en la que tiene un papel relevante Nellie Campobello con Cartucho, un relato inolvidable.
Contada en primera persona —la más difícil para narrar—, la novela más reciente de González Saravia desarrolla con destreza los intríngulis del poder en esa época de jauja para los políticos que hicieron del servicio público un negocio. Otra técnica difícil, novedosa de la historia, es la voz masculina empleada por la autora para narrar (el único antecedente en América Latina era el de Clarice Lispector, en Brasil, con La hora de la estrella).
El pacto es un libro breve, pero el tiempo y las acciones que maneja la novelista son largos, decisivos; ella tiene la virtud de todo buen narrador: la unidad temática. Sin ripios ni nada que distraiga al lector, lanza directo el dardo al centro del asunto. Ésta es otra dificultad mayor para quienes se dedican al oficio y en este relato se percibe de manera natural; con poco contexto y con un fraseo contundente, se logra un efecto demoledor. Estos aspectos —el del lenguaje y el manejo de las acciones—, donde resaltan la sencillez, el pragmatismo, abonan en la precisión. Nada sobra, nadie falta en el relato. La división de los capítulos le imprime un ritmo vertiginoso a la historia, que atrapa al lector por la concatenación de hechos y la verosimilitud, logrados con dominio de la técnica del buen contar, con talento e ingenio.
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