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El otro interlocutor

Uno que renegocie con EE. UU. su geopolítica regional.

Mario Roberto Morales

Para EE. UU., la oligarquía guatemalteca es un problema de seguridad nacional. Porque ese grupo de cinco familias (con otras 17 en derredor) mantienen y preservan un sistema económico cuya función principal es ser una eficaz e incesante fábrica de pobres, los cuales se le tornan a EE. UU. en inmigrantes que saturan su ejército laboral de reserva con mano de obra descalificada. También, porque esta oligarquía, debido a su carácter delincuencial –crimen organizado, narcoactividad, limpiezas sociales, impulso a la corrupción pública, masiva evasión de impuestos, trata de personas, robo de automóviles, eliminaciones selectivas mediante sicarios, y un largo etcétera de rubros empresariales cobijados por un Estado canalla bajo su dominio–, impide que EE. UU. ejerza un control efectivo sobre el delito organizado, la narcoactividad y el terrorismo en el área del Triángulo Norte de Centroamérica, la cual es puerta de entrada y salida de México, que es a su vez el primer peldaño de bajada al “patio trasero” de la potencia que hoy comparte con China y Rusia la multipolaridad global.

A Estados Unidos le disgusta la oligarquía local, además, porque no le conviene tratar con creadores de conflictos sociales; con clicas que no aceptan que su método feudal de explotación popular ya no da más de sí, ni que su sistema económico es suicida, pues basa su reproducción en la muerte de quienes constituyen su mercado y a quienes les vende su chatarra y les paga salarios de hambre: ese pueblo al que los sembradores de palma africana le impiden cultivar maíz, frijol y legumbres, y al que los dueños de hidroeléctricas dejan sin agua al canalizar los ríos para generar energía que luego le venden a famélicas pobrerías a precios inflados; ese pueblo al que el ejército debe reprimir para instalar cementeras que la comunidad no quiere cerca de sus poblados; ese pueblo al que el Estado no educa ni le brinda salud; ese pueblo a la deriva y presa fácil del delito organizado y la violencia como única forma de sobrevivir.

Un caos sin control como este, tan cercano a su frontera, es sin duda un problema de seguridad nacional para EE. UU.

¿Por qué entonces tiene de interlocutor a la oligarquía? Pues porque no hay otro actor válido con el que pueda pactar para llevar a cabo su geopolítica regional, y con el cual negocie los términos de sus necesidades exteriores. Es urgente por ello crear a ese actor que sustituya a la oligarquía. Éste puede conformarse a partir de una convergencia puntual de pequeños, medianos y grandes empresarios no-monopolistas que aspiren a expandir sus empresas y a prosperar; con miembros de las capas medias que anhelen mejores salarios; con obreros y campesinos organizados que busquen salir de la pobreza; y con intelectuales de acuerdo en la necesidad de crear un gran frente amplio que se convierta en ese interlocutor válido y no-oligárquico ante Estados Unidos. ¿Para qué? Pues para mejor renegociar el plan geopolítico regional desde una posición de dignidad, soberanía y certeza de un desarrollo económico y humano para todos en el Triángulo Norte.

Este es el momento justo para hacerlo, ya que amplios sectores con ideas diversas coinciden en que la oligarquía es obsoleta y mantiene su poder a sangre y fuego. No hay mucho tiempo. Tendamos puentes entre los diferentes grupos que deliberan sobre esta necesidad: fundemos el frente amplio y conformemos ya a ese otro interlocutor imprescindible.

Un caos sin control como este, tan cercano a su frontera, es sin duda un problema de seguridad nacional para EE. UU.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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