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El Ministro de la Defensa y la cultura patriarcal

Las palabras dan cuenta de lo poco sancionado que resulta ser machista.

Marcela Gereda

Entró muy campante él. Con certeza y convicción en sus palabras, reveló la profunda cultura patriarcal por la que estamos atravesados, de la que somos hijos y herederos. Esa misma que construimos como “sentido común” y que legitimamos en nuestra manera de relacionarnos y crear la cultura.

De ahí que no me sorprenden en lo más mínimo las palabras del Ministro de la Defensa, Williams Mansilla, al justificar la violación a una alumna en el instituto Adolfo V. Hall diciendo que solo se puede considerar delito porque la víctima es menor de edad, ya “que ella tenía una relación sentimental con el joven desde hacía algún tiempo”.

Queriendo ser muy sensato el general Mansilla justificó esto porque “nuestra idiosincrasia no nos da para tener esa relación (diaria de hombres y mujeres) a una edad de 17 años”.

Las palabras de nuestro Ministro de la Defensa no solo revelan el patriarcado que atraviesa a la clase política, a las instituciones públicas, el Estado machista del que formamos parte, también dan cuenta de lo poco sancionado que resulta ser machista en una sociedad como la nuestra en la que el sentido común de las diversas clases sociales es la socialización dentro de una lógica en la que hay supremacía y dominio de lo masculino sobre lo femenino.

Y es que cómo no van a haber esas expresiones indignantes, si la legislación vigente promueve la desigualdad de género mientras que las instituciones públicas y la cultura patriarcal refuerzan la violencia de género que implica la desigualdad entre hombres y mujeres.

Ejemplo de esa desigualdad de género enquistada en el Estado es la falta de cumplimiento de los Acuerdos de Paz, en los que se promovía la igualdad en la educación y en las diversas esferas de lo público.

En 1996 se firmó el Acuerdo que garantizaba que la mujer tenga igualdad de oportunidades y condiciones de estudio y capacitación, y que la educación contribuya a desterrar cualquier forma de discriminación en contra suya en los contenidos educativos” (ASESA, 1996), sin hacer una evaluación profunda, podemos saber que dicho acuerdo no solo no se cumple, sino que nuestro país es uno de los países con más alto índice de violencia de género.

Es imprescindible reconocer que quienes reproducimos y legitimamos esa cultura patriarcal, somos nosotras las mujeres. Lo hacemos en nuestra praxis social y al no cuestionar los roles que nos han sido socialmente asignados.

El patriarcado es un orden social genérico de poder basado en un modo de dominación cuyo paradigma es el hombre. Este orden asegura la supremacía de los hombres y de lo masculino sobre la inferiorización de las mujeres y de lo femenino. Es asimismo un orden de dominio de unos hombres sobre otros y de enajenación entre las mujeres, es decir que deriva en una incapacidad de solidaridad y de crear comunidad entre las mujeres.

El antropólogo Claude Lèvi-Strauss, en su estudio El futuro de los estudios de parentesco demostró que, con el fin de que las sociedades funcionaran ordenadamente, el patriarcado demandó por mucho tiempo que las mujeres fueran intercambiadas entre hombres e integradas al linaje del padre, olvidando el de la madre. Ellas, como mercancías, servían al bien común desde su relación de dependencia con un hombre mayor y únicamente como reproductoras de la especie.

Dentro de la cultura patriarcal, a las mujeres se nos socializa para cuidar hijos y se nos hace creer que ese es el único rol posible para nuestras vidas pero con ello se pierde la noción de conocernos, valorarnos, realizarnos, etcétera… Es decir, que dentro de la cultura patriarcal se nulifica el sentido de ser mujer y todo se centrifuga en las tareas y el cuidado de los hijos.

Así, el poder patriarcal no se limita a la opresión hacia las mujeres, sino también hacia otros sujetos sometidos al mismo poder, como es el caso de las niñas y niños, la juventud o aquellos grupos que por clase social, origen étnico, preferencia religiosa o política, sean minoritarios o diferentes al grupo dominante.

La cultura patriarcal se inscribe al estrato simbólico o como estructura inconsciente que conduce a los afectos y distribuye valores desde la clase política, para luego convertir esas narrativas y prácticas en discursos hegemónicos. ¿Cómo podemos salir de esos esquemas patriarcales enquistados en la endeble institucionalidad pública? ¿Cómo demandar derechos para lograr libertades en condiciones de igualdad?

Así, el poder patriarcal no se limita a la opresión hacia las mujeres, sino también hacia otros sujetos sometidos al mismo poder, como es el caso de las niñas y niños, la juventud o aquellos grupos que por clase social, origen étnico, preferencia religiosa o política, sean minoritarios o diferentes al grupo dominante.

Fuente: elPeriódico [http://elperiodico.com.gt/2016/03/14/opinion/el-ministro-de-la-defensa-y-la-cultura-patriarcal/]

Marcela Gereda
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