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Mario Roberto Morales

Quizá la sentencia de Gurdjieff que más nos puede cambiar la existencia es la que afirma que “Lo único que hay que sacrificar en esta vida es el sufrimiento”. Y esto, porque abre las puertas a una forma de vivir más allá de la culpa, el arrepentimiento y el miedo, y nos permite aspirar a permanecer en la consciencia del ahora, sea cual sea su naturaleza: feliz o infeliz, buena o mala, hermosa o fea, trágica o cómica. Dedicarse a sacrificar el sufrimiento ante cada uno de los cotidianos ataques de culpa que padecemos requiere adquirir una mentalidad “pagana”, en el sentido de superar el condicionamiento cultural que nos hace deducir la moral de la religión y no del respeto a la propia especie para su sobrevivencia. Las culturas paganas son anteriores a las culturas culposas, las cuales son regidas por las religiosidades monoteístas que sustituyeron a los grandes panteones de dioses que no eran sino expresiones de las pasiones humanas y de sus múltiples posibilidades de contradictoria combinación.

La moral como algo que se deduce de una religión lleva a las sociedades a inventar “sentidos comunes” en los que lo bueno y lo malo responde a los intereses del grupo que fundó la nación de que se trate sobre las espaldas de los grupos excluidos de los derechos y obligaciones de esa “comunidad imaginada” llamada nación. Por eso, la veneración de los dogmas no es sino expresión del exitoso poder del grupo dominante. Los paganismos deducían su moral de las leyes (no de la religión). Por eso, eran un poco más libres que las sociedades monoteístas. Hablando de leyes, Gurdjieff dijo que “Sólo puede ser justo quien es capaz de ponerse en el lugar de otros”. No quien juzga desde un conjunto legislativo creado para legalizar el interés particular de una clase dominante: por ejemplo, el carácter sagrado de la propiedad privada y el rol subordinado de las mujeres como garantes de la legitimidad de los herederos del patriarca. Ponerse en el lugar de otro como condición de ser justo nada tiene que ver con ser un juez, sino con la capacidad de comprender las motivaciones profundas del otro para perpetrar un hecho incorrecto (como atentar contra la integridad de la especie en cualquier forma). Por eso, Maximón concede “milagros malos” si éstos son justos desde el punto de vista de las motivaciones que tiene el creyente para solicitar un milagro semejante. Por eso también, los dioses griegos peleaban entre sí por las peticiones de sus creyentes. Si deducimos nuestra moral de la religión, no tenemos una moral libre. Y la libertad, según Gurdjeiff, es la libertad de consciencia. Porque, como también afirma: “Es imposible saber qué es lo correcto sin conocer lo incorrecto”. Sin la capacidad de ponerse en el lugar del otro. De experimentar el mal.

De aquí que dijera también que “La fe consciente es libertad”, pues es una fe nacida del conocimiento. Y si la libertad humana es libertad de consciencia, ésta no puede depender de una institución creada por otros, sino tiene que ser algo emanado de un implacable autoconocimiento. Esto implica un ser humano evolucionado. Por ello asentó asimismo que “La evolución del hombre es la evolución de su actividad consciente”. Es decir, de su actividad liberada de las cadenas de la moral instituida.

El gran obstáculo para alcanzar esto es el miedo a la propia libertad. Pues obviamente de él brota el horror al paganismo, el pánico a nuestros más recónditos dioses, el temor a nosotros mismos: el miedo a Maximón.

Ponerse en el lugar de otro como condición de ser justo nada tiene que ver con ser un juez, sino con la capacidad de comprender las motivaciones profundas del otro para perpetrar un hecho incorrecto (como atentar contra la integridad de la especie en cualquier forma).

Publicado el 19/05/2021 ─ En: elPeriódico

Fuente: [https://mariorobertomorales.info/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

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