Mario Roberto Morales
Considerar la moral como un conjunto de normas universales abstractas sin nada que ver con los actos humanos concretos, es más común de lo que se cree. Ya se trate de morales derivadas de religiosidades, de las deducidas de la ley, de las nacidas de espiritualidades diversas o de convicciones dictadas por la tradición y el sentido común, a menudo quien dice practicarlas las adopta como un halo de principios que se acatan pero que no se cumplen porque la realidad se impone con todas sus asperezas y mezquindades.
El notable escritor estadounidense Ambrose Bierce es autor de un relato breve titulado “El lobo y el cordero”, en el que expone este asunto en forma de fábula. Dice así:
“Un cordero perseguido por un lobo buscó refugio en el templo.
―Si te quedas ahí, el sacerdote te atrapará y te sacrificará ―dijo el lobo.
―Me da lo mismo ser sacrificado por el sacerdote o devorado por ti ―respondió el cordero.
―Amigo mío ―replicó el lobo―, me apena ver cómo consideras una cuestión tan importante desde un punto de vista meramente egoísta. A mí no me da lo mismo”.
Como vemos, en este jocoso ejemplo la moral no es sino un asunto de palabras con supuesta validez universal, a contrapelo de lo concreto. Y esta supuesta validez deja malparados a quienes están en una posición de subalternidad respecto de los que tienen el poder de su lado. Así, el lobo invoca la superación del egoísmo a costa de la vida del cordero, pues lo importante es cumplir con el precepto abstracto, ahistórico, y lo que no importa es lo concreto, lo histórico, lo real.
Así suelen construir su hegemonía los poderosos. Instituyen valores que convienen a los intereses de su poder y, luego, por medio de la educación, la iglesia y la moral abstracta, se los endosan a las subalternidades haciéndoles creer que son suyos y que convienen a sus intereses, con lo que asfixian antes de nacer toda suerte de rebeldías.
Un buen ejemplo de esto es la independencia que los criollos lograron respecto de España en América Latina entre 1810 y 1830 (Cuba y Puerto Rico la obtuvieron hasta 1898). Así, en Guatemala, los criollos acceden a la autonomía económica y quedan en libertad de explotar a indios y ladinos sin pagarles impuestos a sus abuelos españoles. Y luego, mediante la educación “liberal” y la religión, les inculcan a indios y ladinos que “somos” libres desde 1821, año en que se firma el Acta de Independencia de Centroamérica, un formalismo abstracto manipulador de lo concreto a tal grado que en su acuerdo primero excluye al pueblo de esa independencia que luego le habrían de inculcar como suya. Vean:
“PRIMERO. Que siendo la Independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor Jefe Político la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.
Así como el “egoísmo” del cordero a punto de ser devorado, la “independencia” para el pueblo es una mera abstracción impuesta, pues en la práctica su condición explotada y oprimida siguió igual que en la Colonia. Chantaje moralista en el caso del cordero y engaño ideológico en el caso de indios y ladinos por parte del discurso criollo de libertad e independencia para “todos”. Así opera la demagogia política: intercambiando lo concreto por lo abstracto con malabares verbales. Cabe pues preguntarse: ¿la libertad de quiénes celebramos el 15 de septiembre?
Fuente: [www.mariorobertomorales.info]
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