El Ensayo de Luis Cardoza y Aragón: Una escritura heterodoxa
José Eduardo Serrato Córdova
Luis Cardoza y Aragón es uno de los poetas hispanoamericanos más radicales, en vida y pensamiento, de este siglo (Nota: este ensayo fue publicado en 1996). En un país donde siempre se ha escrito crítica, pero donde siempre se le ha ignorado o se ha perseguido a sus autores, Cardoza se atrevió a enfrentar la tarea de enseñar a intuir, a poner en crisis la razón y a mostrar el lado ético de la experiencia estética, además de denunciar los crímenes políticos guatemaltecos, los seculares abusos del imperialismo y de apoyar las insurgencias latinoamericanas.
Creo que sus escritos sobre el muralismo mexicano son ya proverbiales y que el autor de Luna Park pasará a la historia de las letras iberoamericanas por ser un auténtico poeta surrealista. Pero también será recordado por ser el más acerbo crítico de las posturas tiránicas de Breton, no obstante que del autor del Manifiesto surrealista aprendió que la realidad es algo inabarcable, incognoscible, inverosímil y que el verdadero arte es siempre una pasión revolucionaria.
En 1982, Cardoza escribió que:
Del surrealismo me fascinó su concepto del amor y de la libertad, la recusación de lo contemplativo, de la ética burguesa, de todo lo que exigía (más que invitaba) transformar la vida. No salí indemne de esas tempestades. Fui percibiendo la subjetividad infecunda, la imposibilidad de acceso a una acción más real. El hombre es razón y es metafísica. Conozco el razonamiento de la sensibilidad. ¿Sufrí el espejismo de suponer avance o vanguardia lo que se explicaba con energía enunciativa y con algunos escándalos que no excedían el escándalo por el escándalo? Porque lo de la surrealidad fue apentencia de lo real, de inventarse lo verdadero.1
Cuando Luis Cardoza residió por primera vez en México (1932) ya había escrito dos de las obras más ambiciosas de la vanguardia en español: Maelstrom (1928) y Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo (1932). Ambas pretenden sostenerse en lo imposible: en una expresión pura, en la metáfora irracional, sin anécdota alguna, estructurada en el ritmo y en la sucesión de imágenes.
Esta escritura imposible, de antemano condenada a la incomprensión, le abrió los ojos al Cardoza heterodoxo; después de esta experiencia, la perspectiva literaria del guatemalteco se amplió, se afinó y llegó al colmo de la renovación al romper los géneros, al borrar los límites entre prosa, poesía, novela, crónica, cuento, reflexión política y juicio social. Su escritura se convierte, así, en un collage de aforismos certeros por desordenados y poéticos.
El río: novelas de caballería, es la suma de la ideología crítica de esta escritura imposible. Esta obra facilita una revisión global de sus obsesiones, define las líneas, más bien los saltos, del pensamiento cardociano, a pesar de su laberíntico sistema de vasos comunicantes que enlazan los recuerdos de su Antigua natal, la revolución guatemalteca del 44, la poesía de García Lorca, la interpretación de la pintura de José Clemente Orozco, las ideas políticas de Octavio Paz y el recuerdo de las jornadas mexicanas de Antonin Artaud.
En mi opinión, en el capítulo “Ensayos de caballerías” está la esencia de la postura radical de la crítica de Cardoza. Cito a nuestro autor:
La crítica interroga, siembra desconfianzas y certidumbres, mina el terreno que explora […] Crítica es, para todos o casi todos, la reflexión que elucida el mérito de una obra: más que qué vale, hasta qué punto puede tomarla en consideración el delta de afluentes que en la crítica y en el arte desemboca en el mismo mar, que es el vivir […] La crítica [en conclusión] es presencia de la poesía… 2
La crítica es, entonces, una creación autónoma a partir de una obra y como tal, la crítica no evalúa, propone. Por eso, el arte será para Cardoza, una entidad inasible: «No he afirmado que el arte no se explica sino que no podrá ser totalmente sometido. ¿No es su razón de ser?’’ El concepto de crítica cardociano, al igual que sus poesías, no reconocerá ningún esquema. El guatemalteco será de los primeros en censurar tanto el arte dirigido como el arte nacionalista y el vanguardismo trasnochado de algunos artistas de la década de los treinta.
Esta escritura imposible, de antemano condenada a la incomprensión, le abrió los ojos al Cardoza heterodoxo; después de esta experiencia, la perspectiva literaria del guatemalteco se amplió, se afinó y llegó al colmo de la renovación al romper los géneros, al borrar los límites entre prosa, poesía, novela, crónica, cuento, reflexión política y juicio social.
De la vanguardia dirá:
El colonizado — por colonizado desea ‘ser’ universal, o siquiera internacional — vive afirmando su condición en el repudio que lo muestra entero, y presenciamos la endémica plaga de los imitadores de ‘ismos’: ‘vanguardistas’ toda la vida. Su ‘obra’ que ha carecido de sitio en parte alguna, y también, de tiempo, de tan adventicia se ha disuelto en el aire. Lo nuevo no consigue serlo sino un momento. Las presencias de la tradición no nacen subconscientemente son freno y servidumbre.3
Lo novedoso en sí carece de valor, la sujeción a la tradición mata la creación. Por tanto, Cardoza incluye en la vanguardia a Séneca, Berceo, Chaucer y el Arcipreste, pues todos, con diversa entonación, escudriñaron el sinsentido de la vida. Para Cardoza una escuela vanguardista es una academia militar. La novedad y el adelanto consiste en no aceptar la inamovible modernidad y en tener conciencia del pasado y crear para un futuro que ya se manifiesta en el presente.
A esta actitud antidogmática se debe agregar que Cardoza, al igual que para el Breton del Manifiesto surrealista, lo real es donde confluyen lo onírico, lo diurno, el inconsciente, la razón, la ensoñación, el yo y el otro. Ambos autores ponen en tela de juicio los valores de la razón y a partir de estas propuesta inventan nuevas formas de mirar la cultura. Entre esta nuevas formas de apreciar lo artístico, habría que destacar la crítica del concepto de lo imaginario, concepto que nos revela lo que hay de auténtico e inquietante en un autor. Así, por su caudal imaginativo, Cardoza revaloriza como objeto estético la escultura del México antiguo — años después lo harán Rufino Tamayo y Rubén Bonifaz Nuño —, rescatará lo ficcional y lo testimonial de Bernal Díaz del Castillo — propuesta que Carlos Fuentes ha retomado en varios ensayos — y subrayará los valores éticos y formales de los murales de José Clemente Orozco. Podría decirse que el reto que se propone Cardoza es reinventar al autor, al pintor, al escultor a partir de la obra misma, en una especie de labor de Pierre Menard reescribiendo el Quijote.
Imaginación, libertad, intuición y libertad en la representación fundamentan la visión asistemática y antiacadémica de Cardoza; estos valores, Cardoza los intuye desde una perspectiva ahistoricista, sin ningún matiz nacionalista ni americanista.
Es en este contexto que para nuestro autor los griegos son los mayas de Europa, Poeta en Nueva York es el poema más valioso del surrealismo español y “lo hecho por James Joyce con la Antigüedad clásica es más profundo que lo hecho por Henry Moore con el Chac-mool o lo que hizo alguna vez Frank Lloyd Wright con la arquitectura maya”.4
Por ser una labor desinteresada, el arte carece de estereotipos y de utilidad, incluso el contenido ideológico es fugaz y relativo. El ejemplo más claro de esta tesis lo encuentra don Luis en el muralismo mexicano, pues de él pervivirán sus alcances formales cuando ya la ideología que le dio origen haya desaparecido:
No descuidemos que hay una altísima tradición universal de arte divulgador de credos doctrinarios, de celebraciones de monarcas o pontífices, un arte de propaganda. Hojeando su historia observamos que principalmente las religiones han sido la base de florecimientos en todos los continentes, a lo largo de los siglos. Ha pasado esa etapa. Las buenas obras quedan. A veces…5
A estas alturas del fin de siglo, podemos ver que Alfonso Reyes y Luis Cardoza son las antípodas de nuestro ensayo — Octavio Paz, por supuesto, en medio de los dos. Lo más lejano a Cardoza es la claridad y precisión del regiomontano. Para el autor de Dibujos de ciego, nada más extraño para la literatura que el deslinde semiótico que propone Reyes. El ensayo de Cardoza se torna disolución de la razón, apogeo de la intuición, relatividad de la verdad e invitación a crear a partir de la contemplación de lo estético. Leer a Cardoza implica abandonar cualquier idea preconcebida, buscar el lado misterioso del arte por medio de la oscuridad de la expresión:
Yo escribo lo que no puedo decir.
Yo escribo lo que no puedo callar […]
Yo sólo quiero decir lo que no entiendo.
La ensayística de Cardoza revela lo que nunca nos conviene decir en un texto de ciencias humanas, porque carece de fundamentación racionalista. Nunca podremos compartir plenamente las intuiciones del placer estético, ni las riqueza imaginativa de un poema, ni medir nuestro nivel de libertad antes o después de contemplar una exposición o de escuchar un concierto. Pero en el fondo de nuestro intelecto guardamos la única certeza absoluta que Cardoza nos enseñó, en más de sesenta años de escritura, que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.
El ensayo de Cardoza se torna disolución de la razón, apogeo de la intuición, relatividad de la verdad e invitación a crear a partir de la contemplación de lo estético. Leer a Cardoza implica abandonar cualquier idea preconcebida, buscar el lado misterioso del arte por medio de la oscuridad de la expresión…
Notas
1 Cardoza y Aragón, Luis. André Breton atisbado sin la mesa parlante. México, UNAM, 1982, p. 102.
2 Cardoza y Aragón, Luis. El río: novelas de caballeria. México, FCE, 1986, p. 488-89.
3 Cit., p. 485.
4 Cit., p. 487.
5 Cit., p. 483.
Fuente: [http://revistas.iel.unicamp.br/index.php/remate/article/view/3142/4776]
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