Una rosa fue sembrada en el centro del jardín,
y ofrecía sus colores y aromas para que pudieran libar
las abejas, colibríes y las mariposas de colores mil.
Desde donde se encontraba la rosita
atentamente pudo ver,
cómo, sin cesar volaba ágilmente un colibrí.
Todo su aroma, sus colores, y también toda su miel,
para él estaban dispuestos en bandeja corolar,
pero, no era suficiente; siempre buscaba cambiar.
Desde su lugar sin jamás poder moverse,
ella miraba cómo nunca se podía satisfacer;
si no era por el aroma, el color o la tersura
que probaba una y otra flor.
Hoy el tiempo ha pasado, ya la flora ha perdido el color;
pronto viene el padre invierno, ya no hay aroma que exhalar.
Hoy el último de los pétalos ha caído y ve que viene hacia ella el colibrí,
pero, ya no hay corola, ni colores; ¡ya no hay rosa! ya no hay miel.
Adiós colibrí inconstante;
ya nunca ella pudo ver
si por fin alguna rosa
te logró satisfacer.
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