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“El Chino” y la necesidad de refundar el Estado

Ahora El Chino es propietario de salones de belleza para el lavado de dinero.

Marcela Gereda

Recientemente comenzamos retratos de personajes ficticios muy representativos de nuestro microcosmos guatemalteco. El Chino, quizás el apodo más común en nuestro país, siempre hay algún Chino en nuestros oficios y todos los estratos sociales de esta atormentada geografía.

El Chino es un funcionario público que se define a sí mismo de “izquierda”. Por muchos años fue líder del sindicato de maestros en su departamento de nacimiento. Al ver que de ahí no podía sacar lo que él quería, se disfrazó de político, fue alcalde y tras un buen ascenso social y económico, ahora gasta su tiempo haciéndose publicidad para
lanzar su candidatura y aprenderse las formas de la política que le permitan meterse en las instituciones públicas de la capital. Su objetivo era claro, transar y asociarse con todo aquel que se preste al “negocio”. Fue ahí que conoció lo jugoso que podía ser parte del rico negocio de la política.

Aunque un tiempo atrás El Chino criticó la cultura burocrática y clientelar instaurada en todo el sistema político, y fue consultor sobre temas de burocracia y corrupción, se dio cuenta que le iba mejor tirándose de alcalde.

Hordas de malos médicos, malos sacerdotes, malos soldados, malos políticos respetan a El Chino, le rinden pleitesía, pasando por alto que alcanzó su poder a base por el poder alcanzado a base de trampas, fraudes, juegos sucios, y demás vericuetos recurrentes en la política actual.

Aunque en su iglesia el pastor lo felicita en cada servicio por ser “un buen cristiano”, es sabido entre algunos que con su diezmo o “bono divino” no solo engrosa la billetera del pastor, sino lo que le da un aura de “corrupto y ladrón socialmente permitido”.

Su madre lavaba casas. Al dar inicio a su vida política, aunque El Chino se encomendó a Dios y prometió nunca robar un centavo, la tentación fue tan profunda que se enriqueció hasta donde no podía más.

Ambicionó todo aquello que es propiedad “legítima” de la “casta divina”: casas, fincas, helicópteros, yates, avionetas…

No volvió a recordar las necesidades de los chavos con quienes creció, no volvió a aquel territorio suyo que un día conoció como la palma de su mano. Acostumbrado a manejar carros blindados, se compró con dinero del Estado una casa de millones de dólares en los condominios exclusivos donde es vecino de otros tantos corruptos – empresarios, diputados, funcionarios, etcétera.

Aunque a veces sentía cargos de consciencia, se justificaba diciendo que él solo era producto de un país con una historia de fraudes y mentiras, en que la justicia falla por naturaleza. Un país en el que aunque la justicia está llamada a reprimir la corrupción, ella misma era corruptible.

Y a pesar de definirse de “izquierda” sus prácticas e ideas son más bien aquellas de pactar desde la política con los monopolios, no incrementar salarios, no a la elevación de impuestos ya la praxis de las alianzas político empresariales. En fin, venderse al que compre su apoyo.

Ahora El Chino es propietario de salones de belleza para el lavado de dinero. Y aunque sabe que ese dinero es producido por un sistema que genera muerte y que va como plaga hincando a poblaciones enteras, quiere regalarle el negocio a su madre quien desde su fe le dijo que prefería la humildad ganada a la opulencia tramposa.

El Chino, conoce muy de cerca a sus socios para el lavado, sabe que se extienden como un cáncer y que sus tentáculos a todo lo parecen alcanzar y corromper. Junto a “ellos”, saben moverse en una sociedad dividida, sin identidad e incapaz de construir algo común contra ellos –o con ellos. Saben que en una sociedad impune como la nuestra tienen licencia para hacer dinero fácil y convertirse en alguien (¿o acaso en algo?).

Aunque en el pasado decía que en Guatemala no hay igualdad de oportunidades, desde que se convirtió en político, repite que aquí todos competimos en igualdad de condiciones. La realidad lo desmiente: ahí está su mamá haciendo camas y limpiando baños sin haber podido acceder a una educación de calidad ni a un trabajo digno.

marcela gereda

Sí, El Chino se sigue diciendo a sí mismo de “izquierda”, y aunque en el día a día ve cómo su mundo y su mentira se le va cayendo a pedazos y está cansado de vivir con miedo de que le caiga la justicia, ya no hay marcha atrás, se dice mientras se toma un guiski en una de sus mansiones, que acaso un buen día vuelva a la propiedad del Estado, reza en su interior su madre.

Fuente: elPeriódico [http://elperiodico.com.gt/]

Marcela Gereda
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