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Mario Roberto Morales

Cuando Cioran afirma que “Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”, está pensando en la miseria existencial y moral del sujeto cuya desgracia no es ―esto también lo afirma― su muerte, sino su nacimiento. Tal concepto del individuo como un ser condenado a la soledad y al consuelo vano de las ideologías y las creencias, también puede ser aplicado a ciertos países que ―al igual que los sujetos que habitan una geografía de frustración ubicada entre sus sueños y sus realidades― viven en un permanente malestar emocional causado por la pobreza, la miseria y el hambre de sus pueblos y, por contraste, también por la opulencia, la arrogancia y la incapacidad de gobernar de sus cerradas elites oligárquicas, campeonas indiscutidas del atraso estructural que las identifica ante el mundo.

Cuando un país sufre el truncamiento de un vigoroso proceso de modernización mediante un golpe de Estado cruento y una restauración oligárquica y militar de orden geopolítico ―como ocurrió con Guatemala en 1954―, su historia posterior se vuelve una reiterada frustración general surgida de anhelar la democracia, la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control estatal de monopolios, y en cambio vivir una militarizada dictadura de clase que, unida a una hegemonía cultural que hace al pueblo abrazar ―por “sentido común”― los valores oligárquicos como si fueran propios, lo hunde en un malestar emocional caracterizado por temerosos e iracundos derrotismos transgresores, los cuales se alivian mediante un cínico humor negro que ―habiendo sido intelectualmente sofisticado al inicio de la contrarrevolución― actualmente acusa ya los síntomas de una cultura decadente que es el resultado de un sistema educativo mutilado y de una carrera docente a la que se le ha arrebatado la dignidad mediante salarios de hambre y la imposibilidad de un justo ascenso académico meritocrático. Por eso la nuestra es una sociedad ignorante, inculta, vulgar y sin más horizonte que delinquir para alcanzar un estatus social pírrico que fortalece el mentado atraso estructural.

Esta es la Guatemala que elige a siervos y miembros de la oligarquía como Berger, Pérez Molina, Jimmy Morales y Giammattei, en quienes se cumple el torvo axioma de humor negro según el cual, en este país, cuando uno cree que ya no se puede caer más bajo, el piso cede. O, como dice Cioran: “Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”.

Por eso vivimos en el esquizoide espacio de la frustración, la ira, el miedo y la entretenida resignación que nos proveen los merolicos de la fe, los medios masivos y las redes sociales. Por eso no nos rebelamos ante la afrenta que el gobierno actual nos hace cuando nos confina cuatro meses y luego nos fuerza a salir a trabajar en el pico más alto de la peste al uso. Por eso los movimientos sociales comprados “luchan” en los sangrientos campos de batalla de Facebook y Twitter. Por eso la izquierda vendida se ha desplazado de la lucha de clases a los culturalismos ubicados al fondo, a la derecha. Por eso vivimos en una sociedad degradada al extremo de que se le pudo desactivar su capacidad crítica, de indignación y lucha, y hasta su instinto de conservación.

Por eso, en fin, cuando uno piensa en los actuales “líderes” (de derecha o izquierda), recuerda este otro aforismo de Cioran: “A veces uno quisiera ser caníbal, no tanto por el placer de devorar a fulano o a mengano como por el de vomitarlo”.

Por eso vivimos en una sociedad degradada al extremo de que se le pudo desactivar su capacidad crítica, de indignación y lucha, y hasta su instinto de conservación.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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