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El absurdo de la democracia

Y por qué esta forma de gobierno tampoco funciona.

Mario Roberto Morales

El gran periodista y escritor estadounidense Henry-Louis Mencken dijo que “La democracia es la creencia patética en la sabiduría colectiva de la ignorancia individual”. Lo cual remite a la desatinada noción de que las mayorías tienen razón solo por ser mayorías. Asunto que obvia la monumental verdad –especialmente en estos tiempos de desenmascaramiento de las redes sociales como aparatos de espionaje y control de la conducta individual y masiva– de que a las mayorías se las manipula a fin de que la democracia rinda los resultados que interesan a minorías oligárquicas que viven de la fuerza de trabajo de las masas ignaras.

La “ignorancia individual” de que hablaba Mencken –hará unos cien años– es hoy sistemáticamente inducida por el sistema educativo y los medios masivos, perpetrando así –desde fines de los años cincuenta del siglo XX– un intelicidio global en la niñez y la juventud que tiene como resultado esta humanidad incapaz de discernir lo que pasa en el mundo y en su propio país, pero que corre con fervor cívico a votar por imbéciles o por causas ficticias, haciendo realidad la sentencia de nuestro lúcido provocador: el mito de que la ignorancia individual se torna sabiduría colectiva gracias al mecanismo democrático.

Por su parte, la torva clase política que maneja la democracia constituye un estamento servil del poder oligárquico que manipula el Estado a su antojo. En esto entra a funcionar la dialéctica del amo y el esclavo, en tanto que éste quiere ser como el amo pero no para disputarle su poder, sino para ejercer la fuerza que el amo le confiere sobre su prójimo más inmediato en desventaja. Por eso también afirma Mencken que la “Democracia es el arte de manejar el circo desde la jaula de los simios”. Otra ficción absoluta, pues se sabe que en el circo los monos no pueden dirigir nada, ya que su función básica es la de poner en escena las monadas que les han enseñado a hacer sus amos.

Los políticos en la democracia semejan pues monos de circo. Son siervos de sus verdugos físicos y mentales. Su ingrato trabajo consiste en oprimir a sus congéneres para preservar y desarrollar los intereses de sus enemigos de clase. Por eso es necesario echar a oligarcas y gorilas del poder e instaurar gobiernos formados por personas que dejen de ser simples espectadoras del circo. Para el efecto, este público necesita organizarse y tomar el control del espectáculo a fin de transformarlo en una comunidad regida por leyes que convengan a la mayoría de personas. Así, la democracia se vería nutrida por nuevos contenidos críticos de justicia y productividad material.

De nada sirve tampoco el relevo democrático de unos simios por otros, pues eso en nada cambia la dominación que manipula la democracia. Las restauraciones oligárquicas sólo implican pequeños cambios para que todo siga igual. Ya lo advierte Mencken cuando espeta: “¿Qué es una campaña política sino un esfuerzo concentrado para quitar a un grupo de políticos que son malos y poner a otros que se cree que son mejores? La primera conclusión creo que siempre es atinada; la segunda es sin duda falsa. Porque si la experiencia nos enseña algo es que un buen político, en la democracia, es tan impensable como un ladrón honesto”.

Hay pues que cambiar la democracia oligárquica por una democracia crítica y popular, construida de abajo hacia arriba y no al revés. Y para eso, no queda sino sumarse a la movilización del pueblo organizado.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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