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Domingo sin domingo

Lucía Escobar
@liberalucha

Sombrero de paja, camisa vieja pero sin hoyos, taparrabos de lana, pantalón de colores vivos, caites gastados que dejan ver sus pies golpeados por los caminos. Es difícil calcularle la edad, el trabajo duro y el sol han surcado caminos en su rostro indígena.

Con la mano izquierda, Domingo toma un puñado de semillas del morral, dice una oración en kaqchikel y las deposita con seguridad en la tierra fresca, previamente labrada por él. Ya está viejo Domingo y no escucha casi nada. Hay que gritarle de frente para que entienda. Mis oídos ya no sirven, dice pausando cada palabra.

En ésta vida, sólo el machete lo ha acompañado siempre: es su fuente de trabajo, el instrumento con que da de comer a sus hijos y que le permite echarse sus tragos de vez en cuando. Con él, igual desmonta un terreno baldío o abre una zanja para compost. Ese machete ya le ha salvado la vida varias veces, con él se defiende de ladrones y perros, de lo duro que es el camino.

Domingo, a veces pide permiso en la casa donde cuida el jardín para subir a Sololá a ver lo de su pago, algo así como la carta del coronel que no tiene quién le escriba. Es la promesa del cheque por el tiempo que anduvo con las Patrullas de Autodefensa Civil, cuando tuvo que armarse y hacer rondas contra la guerrilla y la población civil. A Domingo la política no le importa. Lo único que él quisiera es tener algo seguro para el futuro, un colchón que le permita algo de dignidad en sus últimos años.

Ya está rascando los 80 años de vida. Ya le pesan los años sobre el cuerpo. Mantiene la mirada mucho tiempo sobre el suelo. Domingo trabaja bajo el sol intenso cada uno de los días de la semana; sabe bien que el día que no trabaja no hay paga y por lo tanto no hay comida. Apenas le alcanza el tiempo para dedicarle a su terreno, pero aún logra cosechar la milpa y tener un par de costales para las tortillas.

Aunque él ya está acostumbrado a esta situación, Calixta, su mujer actual, 40 y pico años más joven que él, no perdona el gasto. Ni modo, si los niños siempre comen; todos los días se lava ropa y siempre hay algún imprevisto que debe resolverse con los 50 diarios que gana en los chalets. Cada vez, las peleas con su joven mujer son más frecuentes. “Ya no quiere acostarse conmigo”, dice Domingo; aunque en realidad lo que ella ya no quiere son hijos que alimentar. Pero los métodos anticonceptivos no caben en el presupuesto, no salen de sus reducidos bolsillos.
El otro día, Domingo se tropezó y se cayó, seguramente estaba borracho. O tal vez su vista lo ha empezado a traicionar. O quizá fue culpa del camino lodoso y resbaloso. Iba bajando por uno de aquellos callejones estrechos que lo llevan a la aldea donde vive pasando por un barranco. Se golpeó la cabeza, tenía sangre en su viejo sombrero y la mirada más ausente de lo normal.

Domingo no pudo faltar al trabajo para ir al curandero porque si no trabaja no gana. Y cuando se vive al día al día es casi imposible tener un extra.

Pobre Domingo, siempre sin domingo.

Fuente: [https://laluchalibreblog.wordpress.com/2017/01/12/domingo-sin-domingo/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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