Con este reconocimiento de los méritos a mi persona ustedes también están reconociendo a un colectivo de mujeres y hombres que han construido camino a partir del oficio de cantar y de escribir canciones. Para los que creemos en el valor y la fuerza de las palabras es fundamental reconocer que aprendí el oficio de cantar y hacer canciones de otros, que a su vez lo habían aprendido de otros.
Me hace feliz pensar que tal vez con mi trabajo he podido ayudar a algún aprendizaje. Me siento un hombre privilegiado que trabaja en lo que le gusta y al que además le pagan por hacerlo. Me siento una persona querida y respetada. Me expreso y me comunico con los demás mirando a mi alrededor, pero también volviendo la mirada a mis interiores. Para eso escucho las voces de la calle dejando volar los pensamientos, pero también clavando los codos en la mesa. Escribir es mucho más que el fruto de momentos inspirados, es el resultado del esfuerzo y de la porfía por usar palabras, deshacer los mimbres, y si las musas (siempre escurridizas y engañosas) acuden a darme una mano serán bienvenidas.
El refrán dice que quien canta, su mal espanta. Cantando se conjuran los demonios y se convierten sueños en realidades. Cantando compartes lo que amas y te enfrentas a lo que incomoda. Las canciones viven en la memoria de la gente, viajan en los tiempos y lugares donde un día tal vez fuimos felices. Algunas canciones son personales, intransferibles. Otras aglutinan sentimientos comunes y llegan a convertirse en libros. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción. Esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama a sí mismo.
Entre las muchas cosas he de agradecerle a la vida es que este oficio me ha llevado a caminar el mundo, vivir penurias económicas o políticas de distintas gentes, de todo tipo y condición, conocer lugares distintos, otras costumbres, otras maneras. Todo ello me llevó a concretar una idea de Patria sublimada. Fui consolidando esa idea de patria, que para unos es el territorio, para otros es el idioma, para otros la niñez, para algunos algo con lo que llenarse la boca y para otros con lo que llenarse la bolsa…
Mi madre decía que su patria estaba donde sus hijos comían. Probablemente eso deben pensar las miles de madres que a lo largo y ancho del planeta caminan con sus hijos a cuestas, huyendo del dolor y de la guerra, dejando atrás la tierra que los vio nacer; buscando un lugar donde sus hijos coman, crezcan y aprendan a convivir en paz. Vengo de una Europa mezquina y desalmada, de la orilla de un Mediterráneo que fue trono e icono del pensamiento. Hoy me pregunto si alguien sabe decirme dónde queda la patria de esta gente… .
Soy como todos ustedes, fruto del tiempo y del mundo. Me ha tocado vivir un tiempo de confusión, angustia, soledad y falta de referentes. Se ha perdido la confianza en el sistema, en sus representantes y en sus instituciones. Los jóvenes se sienten engañados, los mayores traicionados. Hoy más que nunca nos necesitamos los unos a los otros, porque todos somos importantes, y todos tenemos que sentirnos importantes.
Los últimos años han sido de un extraordinario crecimiento tecnológico y científico, pero también ha sido muy grande la pérdida de los valores morales de nuestra sociedad. Se han producido daños terribles a la naturaleza, muchos de ellos irreparables. Es vergonzosa la corrupción que desde el poder se ha filtrado a toda la sociedad, más que una crisis económica estamos atravesando una crisis de modelo de vida. Sin embargo, sorprende el conformismo con el que parte de la sociedad lo contempla, como si se tratara de una pesadilla de la que tarde o temprano despertaremos.
Es necesario que recuperemos los valores democráticos y morales, que fueron sustituidos por la belleza y el mercado, donde todo tiene un precio. Debemos restaurar la memoria y reclamar un futuro para una juventud que necesita reconocerse y encontrar el camino.
Mientras tanto, que los músicos no paren de hacer sonar sus instrumentos, y que los poetas no dejen de usar la voz de los gritos de la angustia que nos vuelven sordos. Y que lo cotidiano no convierta en normalidad que se vuelvan piedra nuestros corazones.
Joan Manuel Serrat Teresa
Fuente: [Facebook edc 2/8/2022]
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