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Dilemas

Gerardo Guinea Diez

La disidencia ciudadana contra la corrupción y el sistema de partidos políticos cumplió tres meses. Su propósito moral traza con claridad varios objetivos y hacia allí se moviliza la sociedad. Ciertos sectores pueden objetar algunas de sus demandas, incluso, encarnecer la formulación de ciertos cambios; sin embargo, el sano ejercicio de crítica política ha generado la movilización de amplios sectores donde prevalece más el consenso que la división. Es más, movimientos, personas, partidos, ONG, otrora enfrentados, les resultaría muy difícil discrepar del menú de reformas y cambios.

Aquella idea de la refundación republicana, tan cuestionada por tirios y troyanos, empieza a encarnarse en las distintas propuestas de reformas planteadas por un abanico de organizaciones y partidos políticos. Esta revolución ciudadana está a un paso de poner la primera piedra de un nuevo edificio democrático. A su vez, de airear las instituciones que se resisten a su modernización. Con una eficaz naturalidad, la ciudadanía expresa en muchas plazas de Guatemala, su indignación y rechazo a las elecciones en las condiciones en que van a realizarse.

En plena madurez, hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, resisten a entender un mundo que no los representa, a una realidad permeada por la maña, las dobles agendas, la impunidad. Porque, hay que decirlo, en el escenario solo vemos los casos paradigmáticos, y no aquellos del día a día, de historias de dolor, abuso, desamparo y violencia que constituyen el pan diario de miles y miles de guatemaltecos.

Pero, no todo es fácil. Los partidos políticos se oponen a las reformas de las leyes que regirían la elección, saben que son los grandes perdedores al defender postulados que nos han llevado a la ruina. Lo que sorprende es que a pesar de la gravedad y profundidad de esta crisis, no haya víctimas ni amenazas contra los opositores. Este movimiento, que se mueve entre una nueva imaginería política, se antoja lúdico e irreverente, al trazar sus nuevas mitologías y exigir algo tan básico y fundamental: el derecho a una vida decente y digna.

Ahora bien, lo más grave está por venir. Es decir, si las elecciones se cumplen en los plazos establecidos y sin la presencia de actores con legitimidad, el nuevo gobierno que resulte electo tendrá ante sí un escenario de ingobernabilidad permanente. No se ve por dónde el candidato que asuma el próximo 14 de enero pueda ejercer con eficacia su mandato. Lo único viable sería un gobierno fruto de un pacto democrático. El gran perdedor de esta coyuntura es el sistema de partidos políticos. Nadie podrá gobernar si no llega legitimado para ejercer el poder.

Así, atrapados entre el galimatías jurídico y la urgencia de cambios, el único camino sensato sería plantearse desde ya qué hacer para que las nuevas autoridades tengan el respaldo y la credibilidad necesarias para gobernar. En pocas palabras, un gobierno donde todos se vean representados y no la grotesca fórmula del clientelismo electoral que nos llevó a este lodazal.

Ahora bien, lo más grave está por venir. Es decir, si las elecciones se cumplen en los plazos establecidos y sin la presencia de actores con legitimidad, el nuevo gobierno que resulte electo tendrá ante sí un escenario de ingobernabilidad permanente.

Gerardo Guinea Diez
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