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Delia Quiñonez: “Fuimos siete y seguimos siendo siete”

En la década de 1960 Guatemala vivía un ambiente convulso y el arte se convirtió en foco de resistencia abstracta ante un entorno cada vez más hostil. Así surgió Nuevo Signo, grupo literario conformado por Francisco Morales Santos, Delia Quiñónez, Julio Fausto Aguilera, José Luis Villatoro, Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas y Roberto Obregón. Es fundamental para la literatura del país y ahora se revisita con estudios, nuevas publicaciones y reconocimientos, como el Nacional de Literatura obtenido por Delia Quiñonez este año.

Por Jaime Moreno

El jueves de la semana pasada Delia Quiñónez (Guatemala, 1946) se preparaba para asistir a una cita médica cuando sonó el teléfono. Una voz familiar surgió desde el aparato: era Francisco Morales Santos, director de la Editorial Cultura y viejo amigo suyo. “Te voy a pasar a Javier (Payeras)”, le dijo. Fue entonces cuando el también escritor le comunicó que acabada de ser reconocida con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en su edición 2016. Los siguientes días fueron un ir y venir entre atender medios de comunicación y felicitaciones de los amigos. Pasada la euforia, la visitamos en su residencia para obtener sus impresiones, hablar de su carrera y conocer de primera mano la historia de Nuevo Signo, ese grupo literario fundamental para la historia de la literatura guatemalteca.

A varios días del anuncio, ¿cómo ha ido asentándose en su cabeza la idea de ser Premio Nacional de Literatura?

– Me ha costado mucho, no he tenido tiempo de ahondar en el tema. Ha sido tan inesperado y tan bien cubierto que he tenido muchos acercamientos que no me han permitido asimilarlo. Siento que puedo ver más hacia adentro de lo que he hecho y me siento profundamente honrada y agradecida con quienes tomaron la decisión. Algunos méritos habrán encontrado como para otorgármelo. Creo que es un estímulo para seguir adelante, quizá no sea un gran volumen lo que haga pero me ha emocionado porque la poesía, el arte, surge de las emociones y esta ha sido una muy fuerte y conmovedora.

¿Cómo fueron sus inicios en la literatura, cuándo sintió el “llamado”?

– Más que una decisión, fue sentir ese llamado. Eso viene desde que era niña. Tuve estímulo en casa. Mi padre era un obrero con mucha sensibilidad. Nos propició la lectura, en particular a mí. Él fue el primero en regalarme un libro y él me regaló una máquina de escribir cuando cumplí 12 años.

¿Cuál fue ese primer libro?

– ‘Corazón’, de Edmundo Amicis. Eso fue lo que él me dio. Lo quería mucho, lo regalaba y lo compraba, lo regalaba y lo compraba. También me gustaba mucho la narrativa. En aquellos tiempos existían unos pequeños libros, valían diez centavos. Los gruesos, como las novelas de Víctor Hugo, valían 25 centavos. Yo los compraba, aunque luego ya visitaba las librerías de viejo. Siempre tuve una inquietud desde que aprendí a leer. Tuve también la oportunidad de educarme en la primaria en un lugar donde se estimulaba la creación. Había coro, orquesta, espacio para teatro. Fui actriz infantil.

Luego llegó la etapa de la adolescencia, en el Instituto Normal Centro América (INCA). Era un lugar ideal para estudiar, un ensayo del gobierno de la Revolución de Octubre para la educación de señoritas. Tenía un enfoque totalmente distinto. (La época de la Revolución) fue la única vez que hemos tenido un presidente pedagogo que creía que la educación era primero. Entonces teníamos muchas facilidades y mucha alegría. Cuando yo llegué al INCA ya había pasado el 54, ya estábamos en otra etapa, pero recibimos ese fruto con maestros excelentes salidos de la Escuela Normal.

¿Cómo toma un adolescente el contexto tan cambiante de esos años? ¿Cómo era ser joven en ese momento?

– ¿Cómo era ser joven en 1960? Creo que no había una consciencia total de que estábamos recibiendo frutos del gobierno pasado, pero los aprovechamos. Aprovechamos al máximo en un establecimiento público en el que teníamos un periódico impreso, un radioperiódico, un laboratorio, un salón de actos donde llegaba a darnos educación estética gente importante. Mi maestras de teatro fueron Matilde Montoya y Norma Padilla. Llegaba Víctor Hugo Cruz, que en ese momento era tan joven como nosotros, y se armaban recitales de poesía. A él le encantaba llegar y declamar a Lorca, a Neruda. Lo disfrutábamos. Además, los profesores, particularmente los que daban literatura, organizaban actividades para que nosotros conociéramos. Así llegaban al INCA a dar conferencias escritores, periodistas. Por ejemplo, todos los periodistas de ‘El Imparcial’ llegaron. Ese era el reducto de los grandes escritores de Guatemala. Ahí estaban, ahí trabajaban. Hubo un movimiento muy interesante. Quizá no lo percibíamos con la importancia real en ese momento pero sí lo disfrutamos.

Mi condiscípula fue Isabel de los Ángeles Ruano. Somos de la misma promoción, compañeras de banca en 1964. Caminamos juntas por todas las actividades literarias que hubo en el INCA. Nos graduamos juntas y tuvimos una gran amistad. El ritmo de la vida era diferente en ese entonces. Estudiábamos dos jornadas. Salíamos a las cuatro y nos íbamos a la biblioteca a estudiar, a conocer autores y platicar con ellos. No teníamos muchos libros, pero la biblioteca nos acogía. Con ella comenzamos a publicar, teníamos 16 o 17 años. Isabel era brillante. Cuando nos encontramos ella ya traía muchas lecturas e hicimos una amistad fundada en nuestro aprecio por la literatura.

¿Cuál fue su primera publicación?

– Fue ya en el tiempo de Nuevo Signo. Se llama ‘Barro Pleno’. Es una de las plaquetitas que publicó Francisco. Él es el verdadero autor de este grupo. Siempre he dicho que Francisco ama las antologías. Ha hecho no sé cuántas. Con nosotros hizo una especie de antología y nos juntó. Él era un motorcito. Decía hagamos, publiquemos, leamos, califiquémonos… En ese momento yo tenía 20 o 21 años y era la menor de todos. Julio Fausto Aguilera ya era un poeta. Antonio Brañas y Luis Alfredo (Arango) ya tenían una carrera literaria más sólida. También Francisco, que venía de La Antigua y él era el que impulsaba todo.

¿Cómo los conoció?

– A Francisco Morales Santos lo conocí cuando todavía estaba en el INCA. Las puertas siempre estaban abiertas y llegaban los poetas a platicar con nosotros. Teníamos un grupito ahí en el recibidor del instituto. En una de tantas apareció Francisco buscando a una su novia me imagino (risas). Ahí fue el primer encuentro. Luego nos reencontramos cuando yo trabajaba en el Ministerio de Educación, en la oficina de prensa. Él llegó porque estaban tramitándole una plaza en Bellas Artes. Me fue a buscar y ahí comenzó la amistad. Luego yo pasé a Bellas Artes y él ya estaba ahí. (En esa dependencia) trabajaron Manuel José (Arce), José Mejía y otros. Entonces ahí llegaban “los muchachos” de la época. Así comenzó. Luego ellos me invitaron a estar en el grupo.

¿Ya existía?

No. Fue (en ese tiempo) cuando se le ocurrió a Francisco, en vista de que “ya no había nada” de actividad poética con un sentido de preocupación por la condición de la patria. Se escribía otro tipo de poesía, más contemplativa. Ellos venían con otra mentalidad. Procedían de las provincias, excepto Antonio (Brañas) y yo. Tenían una visión de la Guatemala profunda.

Con una actitud más de denuncia.

– ¡Ah, sí! Eso me parece de las cosas más interesantes. Lo importante era decir lo que había que decir, pero sin llegar nunca al panfleto ni a la propaganda. Era hacerlo con crítica, cosa que se fue logrando. A la luz del paso de las décadas, todos hicieron una obra con voz propia pero no cambiaron su ruta. Seguimos pensando igual y tratando de hacer una poesía que pudiera “decir” y siempre tenemos algo que apunta a una preocupación.

Se constituyen como un grupo. ¿Qué reacción tuvieron por parte de la sociedad? ¿Sufrieron algún ataque? Y no me refiero a lo que pasó con Roberto Obregón.

– Roberto estaba vinculado de una manera más frontal. Sí, fue una buena recepción. Fuimos a las escuelas, a muchos lugares donde no se leía poesía. No era poesía declamatoria, pero nos recibieron como algo que se necesitaba. Sigo pensando que, si nos vamos al caso actual, esa efervescencia del arte, esa cantidad de muchachos gritando, haciendo obra plástica, escribiendo, haciendo cosas… eso es un gran respiro en medio de todo lo que nos está pasando. Eso alienta. Puede ser que dé sus frutos, aunque eso depende del tiempo. Pienso que algo así debió de haber pasado en aquel momento, cuando éramos muy pequeños y la ciudad también. Antes no había prisas, carreras, había más tiempo para todo esto.

Hablemos de Roberto. ¿Cómo era su personalidad? ¿Cuál era su visión del mundo?

– Él era un hombre encantador, alegre, optimista. Era de sonrisa a flor de piel. Aunque tratando siempre de exigirse mucho; tenía su mensaje.

¿Recuerda la última vez que lo vio?

– No podría precisar el último momento, pero creo que fue en una visita que hizo a Bellas Artes. Ahí platicamos. Luego vino el desenlace. Fue también cuando el grupo se dispersó porque era necesario ser prudentes, nos estaban tocando el alma. También se dio la muerte de José María López Baldizón y otros, como Abelardo Rodas, quien tuvo que irse de Guatemala.

¿Por qué ustedes no salieron?

– Porque no sentimos la necesidad. Habían familias de por medio. En el caso de Luis Alfredo, él tenía una familia y no podía abandonarla así nada más. Tampoco nos sentimos realmente amenazados. En general no lo sentimos. El hecho de escribir y de poder expresarnos sin alinearnos a mensajes partidistas nos blindaba.

Se disuelve el grupo a partir de la muerte de Roberto. ¿Qué pasó después?

– Seguimos viéndonos, seguimos la amistad y seguimos cada uno haciendo lo que podíamos. Algunos de una manera mucho más frontal, otros menos, pero cada quién siguió con su propia voz y se logró. Eso está ahí. Les digo “fuimos siete y seguimos siendo siete”.

¿Qué influencias tuvieron como poetas al principio?

– Los programas de estudio incluían lecturas, sobretodo del Siglo de Oro. Los habíamos leído. Luego están voces tan fuertes como la de Pablo Neruda, la de César Vallejo, la de Walt Withman. Eso nos gustaba, nos empujaba. Todo era un influjo y eso no se puede desmentir. Generacionalmente, ellos eran los poetas que seguimos. Era un disfrute leerlos. Si a esas vamos, eran poetas de izquierda.

Recuerdo a un poeta que llegó después de la guerra civil a México, Carlos Pellicer. Nunca ha tenido una gran relevancia, pero Carlos Fuentes lo ha citado mucho y tiene una poesía hermosa. Luego pensé que es el poeta que me ha influenciado para usar símiles, metáforas, símbolos. Era un poeta de mucha vanguardia.

¿Cómo fue hacer poesía en las décadas siguientes, en los setenta, en los ochenta?

– Bueno, tuvimos la época de los sesenta, cuando se establece el grupo y se hace una obra inicial por parte de todos. Luego hay un receso y después viene la parte “gruesa” en los ochentas. Fue una necesidad hacer poesía, una necesidad de depurarse al máximo y ya fuera conservar la obra o publicarla. En el caso de Francisco no ha dejado de publicar nunca, es muy consecuente. Tiene mucha fuerza. Lo mismo Luis Alfredo o José Luis Villatoro. Eran poemas dedicados a cuestionar la situación, pero hermosos a la vez.

Ahora recuerdo a Juan Fernando Cifuentes. Él era un militar que finalmente estudió Letras. Era otra clase de persona. Impulsó mucho. Desde un puesto en el Ejército, relaciones públicas o algo parecido, apoyó con revistas. Cuando lo nombraron en la Tipografía Nacional hizo una obra increíble. Uno de los que trabajó ahí fue Luis Alfredo, quien se sintió liberado porque venía de trabajar en publicidad. En esa etapa, Juan Fernando funcionó con gran generosidad. De hecho es de los fundadores del Premio Nacional de Literatura. Fue un gran apoyo.

A casi 50 años de la formación de Nuevo Signo, ¿cuál ha sido el legado?

– El espíritu de autocrítica. Luego, mantener la preocupación por la realidad nacional. En mi “onda” feminista trato de hacer una reflexión. Para algo tiene que servir la posibilidad de expresarse.

El feminismo está auge. Cada vez está más en las discusiones de la opinión pública. ¿Cómo ve el futuro del movimiento?

– Ha funcionado, pero el paso es muy lento. No están las condiciones. A quien menos se ha educado es a las mujeres. Me involucré en un grupo en 1975. ¿Cuánto hace de eso? Como 40 años. Lo hacíamos espontáneamente. Pensábamos que era importante revalorizar el trabajo de la mujer en todas sus dimensiones y no teníamos la formación que tienen ahora las feministas. Ahora se encuentran mujeres formadas en el feminismo, con toda una base teórica y muchas con una base práctica. Hay sociólogas, abogadas, médicos, etcétera. En ese grupo estaba Luz Méndez de la Vega. Ella es la figura más visible del feminismo en Guatemala (en ese momento). Hace unos años participé en una actividad en Flacso sobre feminismo y encontré a todas estas mujeres tan preparadas, con fundamentos. La única forma de mejorar el mundo es educando a las mujeres. No para competir con el hombre, porque creo que hay que guardar un equilibro… es complemento uno del otro.

¿Ha variado la esencia de las luchas en el mundo?

– Sí. Volviendo al feminismo, la literatura lo ha enriquecido y viceversa. Esa es una dinámica preciosa. Las mujeres empiezan a hablar de sí mismas, de sus cuerpos, sus conflictos. Antes de Luz hubo otras mujeres pioneras, como Magdalena Espínola o Romelia Alarcón Folgar y no digamos la Pepita. (Romelia) tiene un poema, una epístola irreverente a Jesucristo en el que ella le dice “¿por qué estás en una cruz? ¡Deja esa cruz y enséñanos a luchar!” Precioso. Ahora hay más… y las jóvenes están terribles (risas). Es un respiro.

¿Cómo ve la nueva poesía?

– Muy variada. Hay mucha efervescencia, mucha inquietud. Están tocando temas candentes y están usando un lenguaje muy renovado… pero, ¿cuánto va a durar? O mejor dicho, ¿quiénes van a permanecer? Porque van a permanecer por su calidad y si no se quedan en el camino. Aunque lo importante es que lo hagan. La poesía es ejercicio, oficio.

Publica un nuevo poemario como parte del Premio.

– Sí. Francisco me decía que un libro de ensayos. Yo tengo muchos ensayos y comentarios que he escrito. Es parte de lo que me ha mantenido visible, no tanto por la poesía. Pero no daría tiempo. Le dije que estaba haciendo una pequeña antología y así quedamos. Le mandé un conjunto de poemas. Le pusimos ‘Cantos rodados’. Hay un poemita que se llama así. ¿Los recuerda, en los ríos? Son esas piedras tan irregulares… pero que van pulidas por el agua.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/elacordeon/2016/10/02/delia-quinonez-fuimos-siete-y-seguimos-siendo-siete/]