Carlos Figueroa Ibarra
En la madrugada del pasado 21 de abril me desperté y escuché el tañido pausado y melancólico de una campana. Me encontraba con mi familia de paseo en la Ciudad de México y en un alojamiento en la calle Balderas en el centro de dicha ciudad. Pensé que la campana estaba dando la hora en medio de la oscuridad. Pero la campana siguió sonando por lo que descarté que ese fuera el motivo. Al despertarme horas después y revisar mi teléfono pude percatarme de que la campana que había oído en la madrugada era la de la cercana Catedral de México, que se hizo sonar cien veces para anunciar que el Papa Francisco recién había fallecido. Después de la gravedad de varias semanas que hizo que Francisco estuviera recluido en un hospital, no fue inesperada la partida definitiva del Pontífice. Pero no por ello menos dolorosa. Confieso que nunca en mi vida la muerte de un Papa me había ocasionado la tristeza que sentí en el amanecer de ese 21 de abril. Recordé cómo me había enterado de que había sido electo Papa el 13 de marzo de 2013.
Fue en la radio de un taxi que transitaba por la avenida Juárez del entonces Distrito Federal. La radio no solamente anunciaba un nuevo Papa sino también la gran novedad de que se trataba del argentino Jorge Mario Bergoglio. Recuerdo haber pensado de que se trataría de una reaccionaria continuidad del Papa Wojtila y el Papa Ratzinger. Finalmente era un prelado perteneciente a la Iglesia Católica argentina, conocida por su infame colaboracionismo con la genocida dictadura militar de ese país. ¿Cómo no recordar la participación de sacerdotes argentinos en la represión en la argentina? Claro ejemplo de ello fue el Capellán de la Policía de Buenos Aires Christian Von Wernich, condenado a cadena perpetua por su participación en delaciones y torturas a opositores a la dictadura. Pero también el Obispo auxiliar de Buenos Aires y provicario castrense, Victorio Manuel Bonamín y el Arzobispo de La Plata Antonio José Plaza, acusado de colaborar con la dictadura y tener contacto directo con centros clandestinos de detención, negándose a interceder por desaparecidos y encubriendo crímenes. Aunque nunca se probó, sabida fue la violación del secreto de confesión de parte de párrocos para dar información que se usó para matar y desaparecer a personas.
Mi prejuicio contra el Padre Bergoglio se acrecentó cuando fue recordada su conducta con respecto a dos sacerdotes jesuitas, Orlando Yorio y Franz Jalisc, que fueron secuestrados y desaparecidos por un comando de la tenebrosa Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA). Sucedió en mayo de 1976 durante la flamante dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla. En aquel entonces Bergoglio era el Provincial de los Jesuitas en Argentina. Amigo personal de Jorge Luis Borges, el gran escritor lo tenía en gran estima por ser culto y hasta liberal, el Padre Bergoglio era sensible hacia los pobres, pero mantenía reservas hacia la teología de la liberación. El trabajo sacerdotal de Yorio y Jalisc en alguna de las áreas marginales de Buenos Aires era considerado por la dictadura como un trabajo proclive a las guerrillas y para el Provincial de los jesuitas provocador y peligroso para la Compañía de Jesús. El Padre Bergoglio les quitó la licencia pastoral a los dos sacerdotes y esto los desprotegió propiciando que fueran capturados, desaparecidos y torturados durante cinco meses. Posteriormente, Jorge Mario Bergoglio diría que durante ese tiempo luchó discretamente para hacerlos aparecer con vida lo que sucedió en octubre de 1976. Yorio nunca perdonó al Padre Bergoglio aunque Jaslic si lo hizo. Más aun, rechazó tajantemente las aseveraciones de que el Padre Bergoglio había propiciado la captura.
El hecho cierto es que al término de su período como Provincial en 1979, el Padre Bergoglio salió desgastado y aislado. Recibió acusaciones de autoritarismo y sin el favor del sector progresista de la Orden de los Jesuitas. Fue nombrado Rector del Colegio Máximo de San Miguel y en 1986 fue enviado a estudiar a Alemania. Cuando regresó fue destinado a un largo retiro a una residencia jesuita hasta 1992. Nunca más regresó a ocupar cargos en la Compañía de Jesús pues su retiro terminó cuando empezó a ocupar puestos diocesanos como Obispo Auxiliar de Buenos Aires (1992), Arzobispo Coadjutor (1997) y Arzobispo de Buenos Aires (1998). En 2001 fue nombrado cardenal por Juan Pablo II. El Cardenal Arzobispo de Buenos Aires coincidió buena parte con la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) y la de Cristina Fernández (2007-2015), período durante el cual tuvo una relación áspera con el kirchnerismo. El que Néstor Kirchner recordara el papel de la Iglesia Católica argentina durante la dictadura resultó incomodo para su alta jerarquía. Pese a que estos gobiernos lucharon por revertir las consecuencias sociales del neoliberalismo, el Cardenal Bergoglio a menudo los acusó de sumir al país en la pobreza y la corrupción. Los Kirchner evitaron asistir a los Te Deum del 25 de mayo día de fiestas patrias, momentos en que el Cardenal Bergoglio daba homilías de oposición. Cuando en 2010 se emitió la Ley del Matrimonio igualitario el cardenal hizo circular una carta en la que calificaba dicha ley como “una movida del diablo”. La reconciliación ya no la vería Néstor Kirchner. Sucedería hasta que el cardenal se convirtió en el Papa Francisco en 2013. Entonces Cristina Fernández lo visitó varias veces y lo llamó “líder moral global”,
Los antecedentes del padre, arzobispo y luego Cardenal Bergoglio no permitían pensar que el después Papa Francisco se habría de convertir en el símbolo de un catolicismo vinculado a los pobres y oprimidos. Que devendría en el líder moral de la lucha contra la rapacidad del capitalismo y su depredación ambiental (“esta economía mata”), en crítico del lujo, el consumismo y la desigualdad, así como en el defensor de los excluidos. Publiqué dos artículos destacando los antecedentes cuestionables del nuevo Pontífice y no cambié de opinión aun cuando leí una opinión muy autorizada de Leonardo Boff que auguraba un inédito momento progresista para la Iglesia Católica. Finalmente, Boff conocía las entrañas de la Iglesia Católica y del Vaticano y su opinión como las de quienes coincidían con él, resultaron por fortuna acertadas. Francisco inauguró la austeridad franciscana y el voto de pobreza para el papado; propició un ejercicio pastoral vinculado estrechamente a la feligresía (“el olor a oveja”); combatió la exclusión de los divorciados vueltos a casar; promovió a mujeres en cargos dentro de la institución; se deslindó de la homofobia (“¿quién soy yo para juzgar?”); propició la transparencia financiera y combatió la corrupción de la Curia Romana; se alejó de la impunidad con respecto a la pederastia; tendió puentes con el islamismo y el judaísmo; se puso del lado de los migrantes; fue implacable ante la hipocresía de cristianos incongruentes y empático con los ateos humanistas y enemigos de las injusticias. Publicó encíclicas revolucionarias como la Laudato Sí (2015) sobre el medio ambiente (“La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”); la Amoris Laetitia (2016) que defiende el discernimiento y la misericordia contra la rigidez normativa; la Fratelli Tutti (2020) que versó sobre la fraternidad, la amistad social, la xenofobia y la indiferencia global. Desde octubre de 2023 hasta prácticamente su último día, el Papa Francisco condenó la matanza contra el pueblo palestino que ha cometido el Estado de Israel en la franja de Gaza y también lo que ha hecho en Cisjordania.
La Iglesia Católica es una vetusta y enorme maquinaria por lo que puede pensarse que lo que hizo Francisco fue mucho y a la vez insuficiente. Durante los doce años de su papado, los poderosos sectores reaccionarios se convirtieron en sus velados enemigos. Francisco sabía de ello y por eso a lo largo de su ejercicio paulatinamente fue cambiando la composición del colegio cardenalicio y ese cambio permite albergar esperanzas. Hoy de los 135 cardenales, 109 (79%) fueron nombrados por él y solamente 52 (39%) de los 135 son europeos. Cabe pensar que hoy los grandes poderes mundiales y la ultraderecha neofascista ya empezaron a cabildear para que el sucesor de Francisco sea un nuevo Wojtila o Ratzinger. Ya se perfilan candidatos ultraderechistas: el Cardenal húngaro Peter Erdó; el Cardenal estadounidense Raymond Leo Burke; el Cardenal neerlandés Willem Eijk y el Cardenal ghanés Peter Turkson. También los que podrían continuar el espíritu reformista de Francisco: el Cardenal italiano Pietro Parolin (llamado el “delfín de Francisco”); el Cardenal italiano Matteo Zuppi y el Cardenal Filipino Luis Enrique Tagle (llamado “el Francisco asiático”). Es difícil aventurar pronósticos aun para los expertos en temas religiosos y es conocido el refrán que dice “quien entra Papa al Conclave sale cardenal”.
En poco tiempo sabremos si la Iglesia Católica continua por el camino de la reforma paulatina o si el período de Francisco fue solamente una bocanada de aire fresco temporal. Lo que hoy conocemos es que los doce años de su papado serán históricos e inolvidables.
En poco tiempo sabremos si la Iglesia Católica continua por el camino de la reforma paulatina o si el período de Francisco fue solamente una bocanada de aire fresco temporal. Lo que hoy conocemos es que los doce años de su papado serán históricos e inolvidables.
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