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De religiones y búsquedas espirituales

lucha libre

Lucía Escobar
@liberalucha

De pequeña estudié en varios colegios católicos. Leí la Biblia, rezaba el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo. Conozco los mandamientos, los sacramentos y algunos versículos. Hice mi primera comunión. En mi cuarto tenía un altar con estampitas de santos y candelas. Soñaba con ser monja, imaginaba que la virgencita se me aparecería en persona para pedirme que entregara mi vida a la religión. Ahora agradezco no haber sido elegida. Nunca podría haber renunciado a ciertos placeres carnales ni a los hombres. Pero había mucho de esa vida que me llamaba la atención. Me gustaba saber que existía gente dedicada a ayudar a los demás, a cuidar a los huérfanos y a los ancianos.  Entendía que las religiones sacaban lo mejor de cada uno: promovían el amor al prójimo, servir, pensar solidariamente y tener compasión por las víctimas y por los más necesitados. Tal vez era muy ingenua. Hoy en día, hay quienes me acusarían de comunista por el párrafo anterior. El mundo capitalista en el que vivimos actualmente parece tener miedo a todo lo que suene a una humanidad más solidaria.

El mensaje principal del cristianismo, basado según yo en las palabras de un Jesús bastante “progre”, incluso hoy, es de amor y compasión con el prójimo. O es que tal vez, cuando él decía “amaos los unos a los otros” se refería solo a los iguales. “Amaos entre los ricos y poderosos” o “Amaos los unos a los otros (pero nunca entre el mismo sexo)”.

En mi familia, aunque nos criaron católicas, la religión nunca fue un tema de mesa. No se hablaba de Dios ni se daban bendiciones. Tuvimos libertad de culto. Mi papá se consideraba ateo pero nos enseñó con su ejemplo que no se necesita un dogma para ser solidario, generoso y compasivo.

Dejé de ir a misa en la adolescencia. Me daba sueño estar repitiendo letanías en una iglesia silenciosa y solemne. Me producía mucha culpa todo lo que mi cuerpo sentía y que era considerado algo pecaminoso o lujurioso.

Casi hago la Confirmación pero me topé con unas clases de meditación y empecé a explorar el rollo de los chakras, el aura y la energía. De eso también me aburrí. Mientras mis compañeras miraban rayos de luces cósmicas, yo dormía profundamente.

Tampoco logré conectar o coquetear con los evangélicos, a pesar los esfuerzos de una de mis hermanas para que la acompañara a orar, a desayunos y charlas. Sentía que querían controlar mis pensamientos, mi cuerpo, mis deseos, mis ganas de ser dueña de mi libertad.

Para mí las religiones son como los distintos idiomas con los que la gente se comunica con lo sagrado: son maneras de intentar entender lo vasto, de calmar la angustia del espíritu, de darle sentido a lo desconocido, de tratar de burlar la desolación de la muerte.

Trato de criar a mis hijos con libertad religiosa: han ido a misa, al culto, a ceremonias mayas, han probado la meditación y han visto a San Simón fumarse un puro y tomarse un octavo.

No sé si soy atea, agnóstica o panteísta. Tal vez un poco de todo. Tengo tics cristianos y me atraen muchas prácticas budistas.

No pocas veces se han burlado de mi particular búsqueda espiritual. Si les digo que encuentro misticismo y serenidad en el uso de plantas históricamente consideradas sagradas, se me criminaliza y persigue. Se reirían de mí, no lo considerarían serio. Sin embargo, creer en la Pachamama o en el poder de las piedras es también un derecho en un Estado laico.

Ya no me enojo si la gente no entiende mis creencias. La vida es demasiado bonita como para quedarse clavada en lo que piensan los otros. Suficiente trabajo da construirse una misma y crear un sistema moral ético y propio, una ruta personal para navegar sin culpa en esta vida.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/03/21/de-religiones-y-busquedas-espirituales/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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