De Leo Dan y otros filósofos
Meditación sobre la sátira, la ironía, el sarcasmo y la “gente seria”.
El escritor satírico Henry Louis Mencken dijo que “Cuando las mujeres se besan, siempre recuerdan a los boxeadores profesionales cuando se estrechan las manos”. Cualquiera de esas (misericordiosamente pocas) feministas antimasculinas que infestan los ambientes de la corrección política, aullaría: “¡Misógino, sexista, machista!” e invocaría los derechos humanos, los de la mujer, los de los pueblos indígenas y los de los niños para expulsar a Mencken del canon literario mundial. Nuestro autor, por su parte, desligándose de la definición que propone, sigue diciendo que Misógino es el “hombre que odia a la mujer tanto como las mujeres se odian entre sí”. Copa rebosante para el filósofo mexicano Vicente Fernández, quien se la pasa “hablando de mujeres y traiciones” y fingiendo que no puede vivir sin ellas mientras besa en la boca a su hijo idolatrado.
Cuando se enfrenta un texto satírico no se trata de establecer si lo que el escritor dice es falso o verdadero, sino hasta qué punto se ríe de sí mismo. Pues en tanto que el humorista lo haga, en esa misma medida nos sentiremos aludidos quienes lo leemos, y eso arrancará de nosotros la risa que alivia el alma porque nos libera un instante de la perpetua tarea de mentirnos a nosotros mismos. No somos buenos o malos, sino a veces somos lo uno y a veces lo otro. Ya lo decía ese otro pensador de habla hispana, el gallego Julio Iglesias, cuando postulaba: “A veces sí, a veces no; lo dices tú, lo digo yo”.
Es claro que hay personas incapaces de percibir la ironía, el sarcasmo y la sátira como muestra del lado risible de la humanidad, y se ofenden, indignan y enfurecen cuando se sienten retratados por algún socarrón. Proceden entonces a acusar al irónico de sexista, racista y hasta terrorista. Mencken lo previó. Por eso dijo que “Cualquier persona que aflija a la humanidad con ideas, debe prepararse para verlas tergiversadas”. Yo agrego que si esta persona es consecuente con su vocación satírica, hará de la tergiversación de sus ideas una nueva fuente de ironías y sarcasmos. Pues, como dice el filósofo argentino Leo Dan en uno de sus más hondos apotegmas: “Esas son cosas que pasan y… es el tiempo quien después dirá”.
No son los escritores satíricos quienes hacen infeliz la vida del prójimo. La cosa es al revés: son los solemnes, la “gente seria”, los “cuerdos” y “maduros” quienes constituyen la peor plaga de nuestra especie. Por eso, cuando Mencken afirma que “Los seres humanos son los únicos animales que se dedican con disciplina y en cuerpo y alma a hacerse infelices mutuamente” y que esta actividad “es un arte como cualquier otro”, enfatiza en que “sus virtuosos son los altruistas”. ¿Por qué? Pues porque son los que no soportan la vida sin mentirse a sí mismos y tratan por todos los medios de acomodar a los demás dentro de su cajita de mentiras. En ésta caben tanto los mercaderes de todos los templos como los especímenes políticamente correctos de toda laya: desde los ofendidos de oficio hasta los apocalípticos de la hecatombe “maya”, programada para este diciembre con el ringside ubicado en un lugar llamado no sé si Guacalada, Guacamaya o Guacamole. Algo así.
Hablando de lo que antes se tenía por sagrado, el viejo Karl dijo que en el capitalismo “todo lo sólido se desvanece en el aire”. De aquí el credo del joven Groucho: “Estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”.
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