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De incendios estampados

«Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia». Eduardo Galeano.

Marcela Gereda

Esta sociedad barroca es todo menos aburrida para una antropóloga. Imposible no dejarse de sorprender en esta tierra milenaria en la que los sucesos sociales más surrealistas siguen siendo posibles, y no solo eso: se superan a sí mismos.

Estoy caminando entre mares de gente en el mercado de La Antigua, mujeres con cesto a la cabeza y pieles surcadas por un tiempo enraizado a la tierra.

Entre ventas de huipiles usados, y el lamentable abandono de la tradición, se pasea no uno sino varios pastores evangélicos.

Marcela Gereda

Además de ser un viaje en el tiempo de sensaciones, colores y texturas de los huipiles como explosión de creatividad, hay a su vez una atemporalidad inexplicable y un algo que abraza “la teología de la prosperidad”; el dogma evangélico y que reza “este negocio está protegido por Dios”, “se lo dejo a cinco quetzales solo para echar la primera bendición del día”. Justo ahí, entre los huipiles más sobrecogedores y de una belleza profunda, donde hay mujeres con una ancestral fuerza vital que les permite cargar sobre sus cabezas canastos forrados y repletos de la abundancia de esta tierra, escucho a los pastores que anuncian la ira y el castigo de Dios al fiel desobediente y de nuevo el repetitivo Fin del mundo.

Las vendedoras escuchan con atención el relato apocalíptico del pastor. Y entre cierto enojo y risa hacia dentro, recuerdo que nuestro país es el primero en América Latina en crecimiento de iglesias neopentecostales, luego se vuelve difuso el apocalipsis y me hundo de nuevo en los colores y texturas de ese trabajo inmenso que ahora las mujeres mayas casi regalan o lo intercambian por la nada. Y entre los pájaros y colores de San Antonio Aguas Calientes, busco recuperar en la memoria un pasaje de Asturias donde describe la belleza de los huipiles:

“Incendios estampados en las huipilerías de sedas luminosas. Huipiles. Cada huipil un incendio. Un incendio bordado en los telares de las quemas, donde fácil era inmovilizar un pájaro entre las llamas, pájaros de extraordinarios colores, convertidos en símbolos de plumas imitadas con hilos coloridos… un instante antes de consumirlos el fuego mismo los fijaba en los huipiles. Hilo de coser heridas. Hilo de coser sueños. Hilos de no coser nada. Nudos. Manos y pies abstractos, sueltos en el huipil… hilos tribales en la más delirante decoración de un sueño… (Leyenda de la mujer de ceniza).

Y entonces no puedo sino alucinarme de ese mestizaje de culturas yuxtapuestas que no hemos sido capaces de expresar, acaso porque la realidad supera a todas las categorías analíticas. Y a la vez pienso, en cómo las condiciones materiales e infrahumanas de este retorcido país, son factores condicionantes en el sistema de creencias y un caldo de cultivo para los fundamentalismos religiosos.

Mientras el pastor regaña y grita por el altoparlante, imagino cómo las sociedades indígenas fueron organizadas en pueblos de indios (los pueblos alrededor de La Antigua se organizaron a partir de esclavos o de aliados, como fue el caso de los Tlascaltecas de Ciudad Vieja) y estos grupos sociales, después de la conquista, siguieron siendo agricultores y en ello articularon sentido y significado en las relaciones de producción agrícola, las cuales implican una modalidad muy particular de relación con la naturaleza. Pero la fe siempre les fue impuesta por ese Otro que los intentaba dominar. Una obligación y sometimiento primero de colonos españoles y luego de misioneros gringos que dieron apertura y paso a la República Bananera.

Ahí, caminando en un tiempo líquido y viajando sobre calles tapizadas con piedra de cantera que han visto el paso de los hombres y su historia fracturada, contradictoria, cruel, arrojada entre dos espejos de misterio, donde todo puede pasar y todo está siempre por pasar, donde sucede una extraña síntesis y simbiosis de estupidez, miedo, belleza, injusticia, crueldad… donde se abraza la poesía cultural con la crueldad de injusticias, donde se rozan el milagro y la banalidad, la manipulación con siglos de tradición, la posmodernidad con las fauces de la antigüedad más sagrada… donde esas retóricas prédicas no son sino una respuesta falsa para un país sin tejido social, pero que busca desde sus propias cenizas volverse a inventar.

Fuente: [http://elperiodico.com.gt/2016/01/18/opinion/de-incendios-estampados/]

Marcela Gereda
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