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Cultura de la banalidad: pechos de silicona

Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com
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Refiriéndose al pene, es común decir que «el tamaño no importa, sino lo que se hace con él». Con los pechos de las mujeres podría afirmarse otro tanto. Pero sin embargo, los pechos enormes y erguidos han sido transformados en íconos sexuales en estas últimas décadas por obra y gracia de la publicidad; de todos modos, al igual que sucede con el tamaño del órgano genital masculino, su capacidad de dar goce (a varones y mujeres, activa o pasivamente) no está en dependencia de su dimensión. Aunque en apariencia los senos voluptuosos pudieran hacer creer en una mayor capacidad de goce que los más pequeños, de hecho no son más sensibles al estímulo sexual. En todo caso, sí alimentan una pulsión escópica. Ese es el goce específico con el que se ligan directamente, pero ningún orgasmo «mejora» por el tamaño de los pechos, así como tampoco «mejora» por el tamaño del pene.

«Redonda con perfil alto, redonda con perfil bajo y en gota… tenemos la medida justa que necesitas«, puede leerse hoy ya como algo común. «Mejora tu imagen. Hazte ya tu implante. Facilidades de pago. Aceptamos todas las tarjetas de crédito«… Anuncios de este tipo pueden encontrarse en muchos países en cualquier revista, en afiches publicitarios, en mensajes de correo electrónico, del mismo modo que se mercadea una prenda de vestir, una licuadora o un rollo de papel higiénico. Pero que la publicidad haya transformado los prominentes pechos (artificiales en casi todos los casos) en un símbolo obligado de sensualidad femenina, no hace que por fuerza todos los varones «compren» el producto mercadeado. Una investigación reveló que un 25% de los varones entrevistados prefiere los pechos grandes mientras que otro 25% opta por los pequeños, en tanto que el restante 50% elige otros atributos físicos en la mujer, no importándole especialmente el tamaño de los senos. Y tampoco en el ámbito femenino las ventas de la nueva mercadería son totales: no todas las mujeres corren desesperadas a hacerse su implante mamario. Pero sí despierta, a veces, preguntas, cuestionamientos, incluso malestares.

«Hacia finales del siglo XIX y principios del XX –nos informa Mónica López Ocón– los senos se transformarían en objeto de estudio de los médicos y en objetos privilegiados de la industria que produjo para ellos todo tipo de aditamentos, coberturas y productos embellecedores: corsés, sostenes, cremas, lociones, máquinas para desarrollarlos. Si en períodos históricos anteriores el pecho como instrumento de la lactancia había sido considerado como un bien social, a mediados del siglo XX llegó a constituirse como un bien económico. En cualquier caso, siempre se ejercía sobre él una presión de propiedad colectiva. No es casualidad, por lo tanto, que los movimientos de liberación de la mujer de los años 60 hicieran de la quema pública de sostenes un símbolo de sus reclamos de libertad que cuestionaban tanto la tiranía de la medicina que las sometía a exámenes continuos, como la de la moda que les imponía una imagen. Hoy la cirugía de mamas es un recurso de belleza generalizado. A tal punto se ha extendido esta práctica que hacerse las lolas parece casi un paso ineludible para una mujer que quiera seguir la moda. Esto ha hecho que los pechos naturales, esos que se achatan al acostarse y están siempre sometidos al acecho de la fuerza de gravedad, parezcan una anomalía o un signo de dejadez«.         

Independientemente de nuestros gustos personales (tanto hombres como mujeres) –siempre en dependencia de nuestros fantasmas inconscientes–, lo cierto es que la «moda» de los grandes pechos se ha instalado, y como sucede en estos fenómenos sociales, una vez instalada la tendencia, es muy difícil –a veces imposible– dar marcha atrás. Llegaron los pechos exuberantes… pero no todas las mujeres los tienen así (digamos que la minoría). Entonces…. ¡hay que hacerlos crecer artificialmente! Y para eso está la cirugía plástica y su aliado incondicional: la silicona.

Químicamente consideradas, las siliconas son polímeros del dióxido de silicio. Desde 1947 se sugirió la posibilidad de aplicarlas en la cirugía plástica, y una vez comprobada su utilidad como reemplazantes de tejidos blandos, en el año 1963 los médicos Cronin y Gerow realizaron el primer implante mamario con este gel, fabricado por la empresa Dow Corning. Consistía en la instalación de unas bolsas de lámina de silicona rellenas de aceite de silicona de grado médico. Hoy día el uso de implantes mamarios que realiza la cirugía estética (aumento de pecho o mamoplastia de aumento) está indicado 1) para la reconstrucción después del cáncer de seno, 2) en cirugías de reasignación de género (comúnmente llamado cambio de sexo), 3) para la corrección de diversas anormalidades que afectan la forma y el tamaño de los pechos y 4) por razones cosméticas.

A instancias de ese mercadeo del que hablábamos, de esas pautas publicitarias y ese modelo de belleza femenina que ciertos poderes establecieron, un 80% de los casos de implantes mamarios se realizan por razones enteramente estéticas, sin ninguna otra necesidad clínica. Según la Asociación Estadounidense de Cirujanos Plásticos, el aumento de pecho es el tercer procedimiento de cirugía estética más realizado en los Estados Unidos, con 291.000 intervenciones de este tipo en el 2005 (797 por día). No es infrecuente que en algunos países (aquellos con mayor poder adquisitivo) los varones –novios, esposos, amantes– e incluso los progenitores, regalen una intervención de este tipo a una mujer. Como dato interesante: para la llegada de las fiestas navideñas se dispara el consumo de siliconas. ¿Santa Klaus será voyeurista?

A través de la historia, no todas las civilizaciones han hecho esta apología del seno femenino prominente casi a nivel de fetiche como ahora ha ido construyendo la moderna cultura hollywoodense, en cierta forma «obligando» a repetir universalmente los patrones que impone. Actualmente, en estas últimas décadas donde la cultura dominante ha impuesto mercaderías por todo el planeta mucho más allá de las necesidades básicas, el culto a la belleza y el cuidado casi fetichista del cuerpo es una «moda obligada» que no cesa de crecer. La cuestión que no debe olvidarse es que hay quien impone esas tendencias, y ello conlleva a un mercado donde las grandes mayorías no hacen sino engrosar las fortunas de quienes fijan esas modas. No todas las mujeres se sienten mal con sus pechos naturales ni todos los varones se mueren por una mujer con dos globos aerostáticos en el pecho. Pero la imposición pareciera llevarnos por esos derroteros: quien no entra en los cánones de lo pautado por las modas… es un fracasado.

Estamos ante la moda del plástico, de lo superficial, la idolatría de lo nuevo, la creencia acrítica en que todo lo novedoso es bueno y superador, cultura de lo «light», culto a la cosmética…, en otros términos: fetichismo extremo de nuestros tiempos en donde los nuevos dioses son la adoración de las cosas materiales, la veneración reverencial de la imagen, de lo externo. ¿Se es más feliz con todo esto? ¿Hay realmente mejores orgasmos con las prótesis de silicona? ¿Somos tan fetichistas –voyeuristas los varones, exhibicionistas las mujeres– que nos llama más la atención el ver o el dejar ver un pecho enorme que ninguna otra cosa? ¿El culto a la imagen fascinante tiene tanta preponderancia en la dinámica humana, o eso es producto de una gran construcción mediática, una mercadería más que se instaló y se mantiene con técnicas de mercadeo porque se vende bien? ¿Por qué ahora hay que «consumir» pechos plásticos? ¿Qué pasa si no se los consume?

«Nuestra sociedad es la más fetichista que jamás ha existido porque valora a los objetos como personas y a las personas como objetos. Fetichismo extremo es ponerse pechos de silicona al pensar que el pecho realza a la mujer, pero la que se opera lo hace para gustar a otra persona. Fetichismo extremo es cuando el que mira sólo ve el pecho o la persona, tan esclava de su cuerpo, que se dedica a reconstruirse mediante la cirugía«, nos dice Lucía Etxebarría. En definitiva, el fetichismo como posibilidad humana es simplemente eso: una posibilidad. Los erráticos comportamientos humanos no pueden ser valorados en términos éticos como «buenos» y «malos». Son comportamientos, combinaciones problemáticas de deseos que se nos escapan a nuestra decisión voluntaria, búsquedas interminables de objetos inasibles. El fetichismo no es sino una posibilidad de esos comportamientos. Que se le considere patológico o no, es una cuestión de ejercicio de poderes, de una moral que fija reglas, que dictamina lo correcto e incorrecto.

Esa búsqueda perpetua, perenne, de un objeto que nunca se consigue, de algo que siempre vive escapándosenos, en el campo amplio de la sexualidad es interminable. ¿Alguien tiene derecho a juzgar a una mujer que se implanta dos kilos de silicona en los senos? ¿Se puede ingenuamente abrir juicio de valor respecto a si eso es «bueno» o «malo»? Obviamente no. Cada quien, en definitiva, gozará como pueda. Pero al mismo tiempo, de ese hecho del consumo de esta nueva moda de los pechos siliconados –moderno, producto de una determinada formación económico-social y cultural como es el capitalismo hiper consumista y el culto a la belleza externa incentivado por las industrias audiovisuales– podemos abrir una consideración crítica: ¿por qué ahora hay que hacer eso?, ¿quién decide la belleza?, ¿acaso esos patrones impuestos son una garantía de mayores cuotas de goce?

Toda la parafernalia de la cirugía estética de los senos, además de tener pasivas consumidoras y consumidores, también tiene sus detractoras/es. Desde su aparición, los implantes mamarios rellenos de gel de silicona han sido señalados como los responsables de un sinfín de calamidades: desde asma, artritis y cáncer, hasta causa de suicidios (disparando melancolías profundas que solo necesitaban una causa externa) en no pocas mujeres, insatisfechas con el resultado final del implante. En verdad no existe ningún estudio científico válido que diga que el cáncer de seno o las enfermedades del colágeno son producidas por estos implantes. Pero sí, como toda cirugía, la mamoplastia de aumento que realiza la cirugía estética tiene riesgos. Entre ellos se encuentran: el riesgo general de la anestesia, pérdida de las sensaciones, dolor, posible ruptura del implante, irregularidades en la piel, cicatrices, posible asimetría en el tamaño del busto o localización de los pezones, infecciones, sangrado, dislocaciones o caída del implante lo cual puede causar flacidez o abultamientos en lugares no deseados, formación de tejidos alrededor del implante, interferencia con las mamografías para determinar cáncer o tumores, formación de hematomas, tejido muerto alrededor del implante, rechazo al implante con los consecuentes síntomas (fiebre, infección y otros). Y el mayor riesgo de todos: la cicatrización de la intervención quirúrgica.

Pero fuera de estas posibles complicaciones prácticas, y considerando que no parece haber una relación causal con procesos cancerígenos por lo que fueron demonizados en alguna medida, la pregunta que se abre es: ¿qué significa todo esto? ¿Por qué se impuso de tal manera esta «necesidad» de ser bella a través de unos pechos artificiales? ¿Por qué los implantes en un 80% de casos se hacen sólo para seguir una moda? ¿No nos habla todo esto de una tendencia que impone el sistema capitalista en donde el culto a la superficialidad y al consumismo banal pareciera entronizarse cada vez más? Una consumidora, o un admirador, de estas prácticas cosméticas podrá decir que es retrógrado y no pertinente abrir una crítica ante un producto «embellecedor», que si quien lo usa se siente bien, no hay nada más que agregar al asunto.

Insistimos: no se trata de abrir un juicio de valor en relación a la mujer que se llena de silicona, o al varón que admira esos senos inflados –y eventualmente los paga–; lo que se cuestiona es el meollo del asunto. ¿Por qué el modelo actual de sociedad no puede alimentar a toda la población mundial –el hambre sigue siendo la principal causa de muerte de los seres humanos, pese a que existe un 45% más de comida disponible para todas las bocas del planeta– mientras se gastan cantidades monumentales (más de 10.000 millones de dólares anuales) en productos cosméticos, en cuenta los implantes de siliconas?

Independientemente que nos guste o no tener o ver un seno exuberante, ¿por qué se nos obliga a salir corriendo a consumir este nuevo producto que, a quienes lo obtienen, los coloca en el lugar de «ubicados y exitosos» sociales y los diferencia de los «excluidos y marginales»? ¿Por qué la sociedad consumista moderna pone un énfasis tan grande en la belleza corporal artificial, y en general en todo lo artificial? ¿Por qué se valora tanto una teta de plástico? ¿Qué indica eso? La banalidad se ha instalado. La cultura que genera el modelo capitalista y el consumismo hedonista ¿nos condena finalmente a terminar optando por el sexo artificial, con muñecas de silicona o vibromasajeadores electrónicos?

«El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos«, decía Marx. El modelo civilizatorio generado por el capitalismo hiper consumista de estas últimas décadas nos evidencia que el ser humano de carne y hueso, el sujeto concreto de la historia, para este proyecto efectivamente empieza a sobrar, se le puede destruir: pasa a ser más importante la imagen que la realidad corpórea.

 

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcelo Colussi
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