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Cultura de corrupción

Danilo Santos

Algunos se preguntan por qué perseguir un caso tan “pequeño” como el de Fulanos y Menganos, que además involucra a familiares del actual Presidente de la República. El mensaje es claro, no es contra las personas o los cargos, es contra la corrupción y tiene por objeto restablecer el equilibrio perdido y el respeto por la legalidad. Los destinatarios somos todos, pero particularmente los que aún creen que pueden parapetarse en antejuicios y clicas recién reestructuradas.

El escenario político se ha reorganizado a partir del fortalecimiento del FCN en el Congreso de la República, la estrategia no fue solo recuperar el Legislativo sino dominar dos poderes del Estado; la injerencia en la elección del nuevo presidente del hemiciclo termina de enterrar aquello de la nueva política. La bancada oficial asusta con eso de tener la vista puesta en la Comisión de Derechos Humanos y las posibles candidaturas de impresentables como defensores del pueblo, el dinosaurio no solo está ahí sino que está cerrando filas, dando batalla y ganando terreno.

El estilo verbalmente agresivo y aparentemente sin medir consecuencias de Mario Taracena, hizo que se aliaran cuñas del mismo palo, agraviados y enemigos naturales; si a eso agregamos que la Unidad Nacional de la Esperanza parece estar vacunada contra planes “B”, tenemos como resultado una Junta Directiva negociada para ser apoyo del gobierno central y cesar las autozancadillas entre diputados.

Querer establecer alianzas que permitan pactos de gobernabilidad no parece ser negativo en sí mismo, sin embargo, que de ese pacto se beneficien personajes y grupos que empezaban a menguar en su capacidad de cooptación del Estado, eso sí es preocupante y debe ser suficiente motivo para plantar cara a los poderes fácticos tradicionales.

Si el hermano del Presidente de la República y su hijo pueden ser imputados, nadie debe sentirse fuera del alcance de la ley, no importa si se defraudan doscientos mil quetzales, doscientos millones o quién lo hace, el impacto que tiene la corrupción en el comportamiento social es incalculable. Nuestra tolerancia al latrocinio ha llegado a ser tanta que incluso somos capaces de justificarla con frases como “si roba pero trabaja, entonces no importa” o “mejor el que roba poco que el que roba mucho”. El chanchullo aprendido como viveza nos pone a escoger entre sujetos aptos para esquilmar y no para gobernar.

La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala está cumpliendo con su papel, nos toca a los guatemaltecos potenciar lo logrado, establecer una cultura de legalidad y cuidarla celosamente. El Ministerio Público deberá tomar la estafeta y no puede caer nuevamente en las manos equivocadas.

Se avecina una medición de fuerzas e intercambio de golpes entre las fuerzas que quieren que todo siga igual y las democráticas que buscan un país distinto. La tolerancia que permitió la cooptación del Estado y ha frenado el fortalecimiento de instituciones y gobiernos, debe dejar de ser la aliada perfecta para funcionarios y ciudadanos corruptos.

Fuente: [http://lahora.gt/cultura-de-corrupcion/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Danilo Santos Salazar