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LA NUEVA HELIÓPOLIS

(1999-2002)

“Esos hombres sin esperanza ni futuro, ni visitas recibían;

sus mujeres eran las primeras en abandonarlos.

Ellas y sus hijos necesitaban comida y protección

y eso significaba conseguir otro hombre.”

Adultos 3

Leonor Paz y Paz

 

 

Desde que compramos la casa nunca habíamos enfrentado ningún tipo de problema con ésta. A mi esposa siempre le pareció una lindura, Shue no dejaba de repetírmelo con dulzura mientras conversábamos en la cama. Nuestra casa se ubicaba en la primer curva de ingreso a la colonia residencial, si alguno de nuestros amigos decía que no la conocía sólo necesitábamos indicarle que se encontraba frente al poste de la luz, para que la reconocieran inmediatamente al entrar a la colonia. Cuando compramos la casa tenía un espacio de jardín al lado de donde podíamos estacionar el auto, pero con el tiempo fuimos ampliando la construcción del frente de la casa hasta que el jardín pasó a ser una plancha de concreto donde estacionábamos el auto y el espacio de parqueo anterior, se transformó en una habitación donde instalamos la sala, Shue prefiere llamarla living.

 

-Khefren, ¿no has pensado que necesitamos un poco más de espacio? –Dijo Shue, mientras miraba de reojo cómo su esposo estacionaba el auto-.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Khefren, perdido en los compromisos del trabajo pendiente para mañana-.

-Ulises necesita más espacio, no ves que ya no cabe en su dormitorio.

-¿En serio? No sé tal vez,  si lo necesite. ¿Pero ya te imaginaste todo el trabajo que tendríamos para mudarnos a otro lugar? –Le respondió a Shue mientras los dos bajaban del auto. Ella lo miró con cierta incertidumbre, intentando recibir más detalles del asunto-.

-Pero no creés que lo tendremos que hacer tarde o temprano. El ya no es un niño, y nosotros tampoco estamos muy cómodos aquí de todas formas –Shue entró a la sal, dándole al espalda por unos segundos mientras encendía la luz de la habitación, para voltear después a verle después de revisar el correo que habían recibido-. Ahora ya no trabajas tan cerca como antes, si no es porque ahorras en los gastos, bien podrías gastarte el dinero sólo en combustible para llegar hasta tu trabajo. Mirá ahora que él ya está más grande lo podemos inscribir en otro lugar, se adaptaría rápidamente, y podríamos encontrar un lugar que quede cerca de tu trabajo y de donde él estudie.

 

Khefren extendió su mano derecha para recibir como de costumbre, todos los sobres que llegaban por cuestión de pago por servicios, en esta ocasión no los examinó como lo hacía siempre, sino que los guardó dentro del saco y buscó en la cocina dos tazas para tenerlas listas con el café en polvo mientras el agua comenzaba a calentarse sobre la hornilla de la estufa, y después regresó al living, donde Khefren, sentado en el sofá, revisaba las noticias del periódico.

Shue no tenía muchas ganas de sentarse al lado de Khefren para acompañarlo a ojear el periódico, inexplicablemente prefería permanecer de pie mientras aguardaba a que el agua estuviera lista para servir el café.

– ¿Qué te sucede? –Preguntó Khefren, al mirarla de pie, en el umbral de la puerta que conducía a la cocina-. ¿Hablás en serio acerca de la mudanza?

– Así es –dijo Shue, en un movimiento de labios que pareció no pertenecerle, doblándose las manos y escondiéndoselas en la espalda-. Necesitamos otro lugar. No sólo por tu trabajo, tampoco sólo por Ulises, también por nosotros.

Khefren cerró el periódico y lo colocó en la mesa de noche que tenía a su lado. Guardó silencio mientras fijaba los ojos en su esposa, veía en ella aún esa claridad de antes, transparencia de fuego que la hacía inolvidable. Shue no retiraba tampoco su mirada, tenía en su sangre una profunda necesidad porque el lenguaje no fuera necesario para explicarle lo que sentía en realidad sobre este asunto, y de pronto escuchó la reverberación del agua evaporándose en el calor de la estufa, y regresó hacia la cocina para llenar las tazas donde el café instantáneo se disolvía velozmente en los círculos que formaba la inercia del agua cayendo dentro. Entonces en esa fugaz soledad de la sala Khefren entendió lo que trataba de decirle Shue, se puso de pie y alcanzó a Shue en el umbral de la puerta de la cocina, cuando le llevaba su café. En el momento que Khefren tomaba la taza caliente en sus manos, Shue no desvanecía de su mirada esa expresión urgente por un poco de telepatía de pareja. Ninguno de los dos se movió de ahí, en silencio sorbieron un poco del café para estimar la temperatura de la bebida, sin dejar de mirarse. Khefren sonrío por inercia, y a ella le pareció algo sin explicación, porque sintió revivir su ansiedad original cuando lo conoció. Comprendía con gran facilidad la intención de las preguntas que Khefren le había devuelto a su inquietud por mudarse, ella sabía que se refería a todos los trámites que deberían realizar para que todo eso que ella le pedía, en estos momentos él no podría hacerse cargo por la absorbente responsabilidad que tenía en el trabajo. Si ella deseaba realmente aquella mudanza, tendría que hacerse cargo del asunto casi en completa soledad, mientras su esposo se ocupaba de que no existieran otros inconvenientes como los económicos.

 

-Sabés que si se trata de hacerlo, lo podemos hacer, pero… -mientras la miraba, Khefren también buscaba esa complicidad intuitiva para explicarse con simpleza-, vos tendrías que hacerte cargo de todo el trámite. Tendrás que buscar a dónde nos mudaríamos, pero que no sea nada algo que no podamos costear, vos sabés a qué me refiero. Además, no alquilaríamos esta casa, si nos mudamos, vos entendés muy bien que tendríamos que venderla, porque a ninguno de los dos nos gusta eso de andar cobrándole a la gente por asuntos de alquiler, eso es algo que no haríamos como se debe.

Shue aguardaba sin despegar la mirada, en el silencio de sus labios nacía una afirmación que Khefren recibiría sin dejar de explicarle el procedimiento por el que pasarían para que esto sucediera. El café se había terminado en las tazas, hasta quedar en el fondo de éstas, un lívido color ocre líquido que se volvía más intenso en las orillas de la porcelana. Shue tomó la taza de Khefren y la dejó junto con la suya en el lavatrastos, mientras Khefren regresaba a la sala para abrir de nuevo el periódico, sin agregar más comentarios sobre el tema.

-Yo podría hacerme cargo sin ningún problema –dijo Shue al regresar a la sala, sentándose al lado de Khefren-. Sólo que me llevaría a Ulises para que me acompañara, así también él podría ayudarme a escoger el mejor lugar.

Khefren escuchaba lo que decía su esposa mientras seguía leyendo los titulares de las noticias, no la miraba ni siquiera de reojo para confirmarle con ese movimiento que estaba poniendo atención a lo que hablaba. Shue seguía aclarando ciertas cosas para que él no elaborara alguna intriga por desconocimiento de éstas.

-Necesitaría un poco más de dinero para sacar unos anuncios en los clasificados de inmuebles. Así sería más fácil vender la casa. ¿Qué pensás, me darías el dinero para todo eso?

-Claro, ya te dije que vos estás encargada de esto. Yo sé que no malgastas nada de lo que tenemos. Sólo averiguá cuánto cuestan esos anuncios y me avisas para que te dé lo que necesitás para pagarlos.

Shue lo miró con tranquilidad sin que él despegara los ojos del tabloide para darse cuenta que aquellas pupilas de cristal micerino le entregaban algo más que un simple gesto de respeto. El sonido del timbre de la puerta deshizo la inmovilidad de Khefren, volteó los ojos hacia su esposa, y ella respondió a ellos poniéndose de pie, reconociendo en aquel sonido la llegada de Ulises de su visita a la casa de su amigo. Abrió la puerta que da hacía la calle y Ulises entró como una ráfaga para lanzarse a los brazos de su papá, sin recordarse de dar las buenas noches. Shue cerró la puerta sin darse cuenta de lo que Ulises había dejado de hacer, preocupada por planear y hacer los espacios que necesitaría para lograr la venta de la casa en el menor tiempo posible.

 

Parte de los territorios de Holanda fueron tomados de los dominios del mar por la planificación e inteligencia del hombre, con la evidente ayuda de la tecnología. Cuando el mar se dio cuenta de que perdía terreno, comenzó a buscar otros lugares para compensar sus pérdidas, así podía volver a su antiguo equilibrio que le era necesario, inherente. Así también demostró la humanidad el grado de evolución que había alcanzado con gran rapidez. Antes de que el fuego fuera fuego era sol. Y el mar fue tierra y el océano un enorme corazón. La humedad era el rostro de la tierra, y a pesar de que el incontable líquido se establecía en las superficies superiores del horizonte, ahora ya no alcanzaba a tocar el valle donde el sol se detenía en una paulatina metamorfosis de color y aroma. Tal vez ya había sucedido esto antes, tal vez no, la certeza no podría ser afirmada por una memoria fundada en la referencia relativa de la propia experiencia que se heredaba continuamente sobre los sentidos de la realidad. En el origen de todas las materias, la vida misma no poseía un sexo definido para autoreproducirse, ni siquiera podría reconocerse a sí misma, ni a todo lo que la rodeaba, su estado de ausencia y presencia era una etapa vital para darse a sí misma el empujón necesario de la existencia. Quizá después se vio rodeada de formas que recién descubría dentro de sí misma, y así cobró evidencia de la realidad, y se diluyó difundiéndose en los demás elementos que la circulaban para multiplicarse formidablemente hasta alcanzar un nivel de crecimiento que poseía sentido y razón. Pero había pasado mucho tiempo desde que inició todo, y lo que había sido al inicio ya no le era comprensible y menos aún, le parecía algo respetable o digno para que volviera a él. Entonces conoció el primer momento emocional de todos, el amor por seguir evolucionando interminablemente hasta que éste mismo estado que experimentaba se transformara en algo que sencillamente había sido pasajero.

 

-Por cierto Ulises, ahora que te miro, ¿qué te parecería si te dijera que nos vamos a mudar?

-Que no quiero.

-¿Ah sí? ¿Y porqué será?

-Porque no quiero. No quiero mudarme.

-Pero podrías tener más espacio para tus juguetes, para pelotear.

-No gracias, mis juguetes están bien así. Y para pelotear puedo ir al campo de atrás.

-Pero si ese campo parece desierto, ya ni tiene grama.

-No importa papá, nosotros ni nos preocupamos por eso cuando nos ponemos a jugar.

-¿Ah no?

-No.

-Mira qué novedad… pero a donde nos iríamos el campo si tendrá grama, ahí si podrías jugar de portero sin que te raspes tanto las rodillas.

-Bah… en el campo de atrás me tiro igual, un portero es un portero papá, aunque sea el campo que sea… un portero es un portero.

Cuando Khefren se levantó a la mañana siguiente para prepararse para ir al trabajo, notó que Shue se quedó dormida en la cama más tiempo del acostumbrado. No quiso despertarla, era mejor que durmiera un poco más, todos los días tenía que madrugar al igual que él. Se preparó un taquillo de cualquier cosa sólo para llevar algo en el estómago antes de salir de la casa. Por lo regular Khefren se levantaba antes de las cinco para tener suficiente tiempo para no toparse con ningún embotellamiento en el centro de las vías principales, él sabía muy bien que si salía de su casa después de las seis el retraso por la enorme cantidad de tráfico estaba prácticamente asegurado. Durante momentos como éstos Khefren podría admirar esa leve oscuridad que iba velándose sobre el cielo que podía ver por la ventana de la cocina. En lo personal a él no le parecía que realmente necesitaran de esa mudanza de la que tanto hablaba Shue, su mujer. Si ni siquiera tendremos otro hijo, se dijo, sólo así si creería que mudarnos sería algo indispensable. Pero ella está operada, yo también, y Ulises no es tan grande como ella dice. Cuando Khefren sintió que ya tenía algo en el estómago, vio que el reloj ya marcaba las cinco, fue al baño y se bañó con la rapidez de costumbre, no podía estarse preocupando por pensar en la mudanza en estos momentos, sus actividades eran todas ajustadas al reloj para salir con tiempo suficiente para llegar hasta su trabajo que se encontraba en la otra esquina de la ciudad, que ahora representaba recorrer casi quince kilómetros de calle y semáforos. Cuando ya estaba completamente vestido, salió al estacionamiento, intentó abrir la ventanita de la puerta para ver a la calle, pero cuando la giró hacia adentro sólo alcanzó a ver que estaba completamente obstruida la vía por una pared. Sorprendido abrió la puerta del estacionamiento, y descubrió que aquella pared se extendía por todo el frente de su casa, haciéndole totalmente imposible salir a la calle, ¿cuál calle? Ahora ya no existía la calle. Inmediatamente regresó por la sala, pasó por la cocina y por el patio trasero de la casa se subió al techo para ver mejor qué sucedía frente a su casa. Y desde que llegó a estar sobre el techo comenzó a mirar que desde aquella pared que había visto inicialmente se extendía un techo parecido al de su casa, avanzó hasta el final de su techo, en el frente de su propia casa, y donde se suponía que debería estar la calle de ingreso a la colonia, y por las distintas bifurcaciones que ésta tenía desde esta curva, ahora eran casas igualitas a la de Khefren. Es decir que la calle no existe, que casa frente a casa, nadie podía salir por ningún lado, porque todas las paredes tapaban las puertas casi en forma interminable, y el único lugar por el que podían moverse era por el techo.  ¿Cómo pudieron construir esas casas sobre la misma calle en una sola noche? ¿Nadie puede hacer tal cosa? Tendría que escucharse la maquinaria trabajando en las construcciones. Khefren se preguntó de forma casi inconciente todo lo que se podría imaginar acerca del origen de las construcciones. Algunas de las cosas que se preguntó resultaron ser ilógicas… pero estas casas construidas justamente sobre la calle de acceso a las demás, también lo eran. ¿A qué idiota se le ocurre hacer esto? No sabía si lanzar golpes sobre el techo que tenía enfrente y no sabía ni a quién pertenecía, o bajar a contarle a su esposa de esa idea de la mudanza ahora resultaba prácticamente imposible. Entonces decidió caminar sobre los techos hasta encontrar dónde podía quedar el resto de la calle, así siguió caminando por mucho tiempo, por mucho tiempo sin lograrlo.

 

Utrillo

Mauricio Estanislao Lopez Castellanos
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