Ayúdanos a compartir

El duende

Rolando Enrique Rosales Murga

Estaban sentados fumando sendos cigarros que se manchaban por sus manos llenas de betún, sentados en el suelo, con los pies recostados en la caja de lustrar. Chito le preguntó a Ángel si alguna vez había visto un espanto. Ángel se quedó pensando un momento antes de contestar; inhaló una bocanada de humo que expelió con satisfacción por las fosas nasales. Pareciera que se había olvidado de la pregunta. Pasó un momento antes de comenzar a narrar: «Pues, ver, lo que se dice ver, no, nunca. Pero me pasó algo sumamente extraño hace un tiempo y que tiene que ver con el Duende o Diego. Mi tía, que tiraba las cartas, fumaba el puro y otras cosas por el estilo, me había dicho que si tenía necesidad de dinero se lo podía pedir al Duende haciendo un pacto de obediencia, pero si no le hacía caso me podía quebrar una canilla o un brazo, haciendo que pareciera un accidente. Así trabajaba el Duende o Diego, que es como se llama ese ente. Me dijo mi tía Claudiona que el Duende vive en el monte, en los Residenciales María Eugenia. Hubo una ocasión en que me quedé sin billete, no hubo lustres ese día. No tenía nada de dinero para comer. No sé porqué me entró la duda de ir a los Residenciales María Eugenia a buscar al Duende. Le pegué unos grandes gritos y no salió. Le dije que quería dinero, que iba a ser obediente si me regalaba algo de dinero. Por más que grité no me contestó. Me fui para el cuarto donde vivo decepcionado, con la vista al suelo, puro coche. De pronto que vi un papelito doblado y sin pensarlo lo fui a recoger. No dirás que eran cien quetzales, pues. Hasta mi buena soca me puse con los cien billetes. Al otro día me vine a lustrar y mucha gente me buscaba, me dejaban jugosas propinas, con decirte que ese día hice quinientos quetzales y para más joder pasando por el callejón para llegar al cuarto otra vez los cien billetes tirados donde mismo, era casi imposible, como cosa mala, pero no le puse atención, porque ese dinero me iba a servir para pagar el cuarto, así se repitió durante quince días. De ahí algo me comenzó a preocupar. No dormía, soñaba unas grandes culebronas que se me subían y me asfixiaban. Algo me dijo que mis pesadillas estaban relacionadas con el dinero de Diego, que yo creo que de él era el pisto. Lo que hice fue que ya no pasé por el mismo lugar. Con decirte que hasta me cambié de barrio donde alquilar, porque me daba miedo que Diego me fuera a buscar. Hace como tres días que estaba lloviendo recio yo iba a cenar al comedor, cuando volviendo por el parque, ahí por la Iglesia Católica había un papelito doblado, yo por curiosidad lo fui a desdoblar y eran cien quetzales. No me los llevé, que ese dinero está encantado y así lo juegan a uno. Por estar viendo el billete si más me tira un carro. Ahí está tu historia, vos Chito, vos mirás si me crees».

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
Últimas entradas de Rolando Enrique Rosales Murga (ver todo)