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Pasado el mediodía Joaquín, su esposa y su pequeño hijo de cuatro años, regresan de Escuintla después de unas diligencias personales. Abandonan la Ciudad de las Palmeras y comienzan el ascenso hacia Palín. Ella y él se entretienen platicando sobre Carlitos, quién pronto deberá ir a la Escuela. Ella piensa que es preciso buscar el lugar más adecuado para que su pequeño hijo reciba una buena educación. Joaquín dice a su esposa que hay que ser cuidadosos en ese aspecto, que deben buscar un centro escolar que cultive los valores ciudadanos, no sólo conocimientos y ciencia, aunque claro está, éstos son muy importantes también. Decía: “Es necesario que nuestro hijo crezca recibiendo una educación de buena calidad, pero más importante es que los valores que se fomentan en nuestro hogar, como la honradez, la lealtad, la responsabilidad, la justicia, pero especialmente la solidaridad se cultiven y se incrementen en la escuela. Debemos ser solidarios con nuestros hermanos más necesitados y para ello, es necesario cumplir con nuestros deberes ciudadanos; porque ser honrado no es únicamente abstenerse de robarle a alguien, sino cumplir con nuestras obligaciones, las que tenemos para con nosotros y nuestra patria. Uno de estos deberes es el de contribuyentes responsables, como lo fuimos hoy, así nuestras autoridades dispondrán de recursos que les permitan ayudar a los más necesitados”.

– ¡Qué gran persona eres Joaquín! -Le dijo su esposa- Siempre pensando en los demás y a veces te despreocupas de ti, por ello te amo tanto. Gracias cariño. -Dijo él a la vez que la miraba con dulzura. Luego prosiguió: ¿Sabes? Yo creo mucho en la ley de causa y efecto que también la llaman de compensación; pues ella me dice que lo bueno que yo haga por mis semejantes ahora, más adelante, incluso cuando yo no esté físicamente, los frutos de esas acciones las recibirán ustedes, los seres que más amo: mi familia. En ese momento pasaban junto al quetzal de piedra en la vuelta conocida con el mismo nombre y el pequeño Carlitos saltó de gusto en el regazo de la madre, al ver la gran figura de piedra. Saltaba y señalaba hacia ella.

– ¿Te gusta amor? Es muy bonita y grande. -Dijo la madre al niño modulando cariñosamente la voz.

A los saltos del niño el bolso de la señora se abrió y cayeron varios papeles del interior. Joaquín pidió a su esposa: -Por favor guarda bien esas facturas que me servirán para mi declaración de impuestos.
– Si amor, ahora las levanto. -Dijo ella. Después de hacerlo extrajo un caramelo del bolso y luego de desenvolverlo se lo dio en la boca a su esposo, mientras recostaba su cabeza en el hombro de él.

Con un sol radiante, en un cielo azul sin nubes, ascienden por la ruta admirando el paisaje y él le comenta a su esposa que al llegar a casa se irá a dar un baño pues siente mucho calor como si se fuera asando. Ella le sonríe, acariciándole con ternura el pelo, pues lo ama tanto y sabe que pronto tendrán un nuevo hijo. Seguidamente saca un pañuelo y le enjuga el sudor del rostro, mientras él agradece con una sonrisa.

Continúan el ascenso platicando animadamente y cuando se abre un poco la curva, ven una pequeña columna de humo; al fijar la vista en el lugar donde aparece ésta, se dan cuenta que varios automovilistas se han detenido; acaba de ocurrir un accidente. Un camión cisterna que descendía por la empinada carretera se ha estrellado contra un paredón al pretender evitar chocar a los carros que viajaban adelante de él. Sin embargo, pese al esfuerzo hecho por el piloto para evitar un accidente más grave, ha chocado a un auto.

– ¡Parece que se le fueron los frenos! -Dice Joaquín a su esposa, mientras frena su carro y lo estaciona fuera de la carretera. Rápidamente se quita el cinturón de seguridad, le da un beso a su esposa y acaricia la cabeza a su pequeño hijo. Ella alcanza a escuchar que les dice ¡Cuídense mucho, los amo! El corazón le da un vuelco y la angustia le oprime el pecho, como una extraña y enigmática premonición.

Lo ve correr a grandes zancadas los cincuenta metros aproximadamente que los separan de los vehículos accidentados. Joaquín es bombero de la 60ª. Compañía del Benemérito cuerpo Voluntarios de Bomberos con sede en Palín Escuintla y ese día estaba de descanso. Él decide actuar ante el peligro que se cierne sobre las personas accidentadas, pues la cisterna puede estallar en llamas en cualquier momento. Y como siempre lo decía: “Cuando el deber llama y una vida está en peligro no hay descanso”.

Llega jadeante al vehículo pequeño y rápidamente abre la puerta que esta trabada, ayudándose con un palo que se le quiebra entre las manos, pero logra su cometido. Comienza a evacuar a los asustados ocupantes, dos de ellos en crisis nerviosa; algunos timoratos pilotos, bajando de sus carros, se animan a ayudarlo. Cuando los ocupantes del carro pequeño, cuatro en total, han sido puestos a salvo, Joaquín se dirige hacia el camión de combustible y descubre que ahí, en la cabina del camión, está el piloto malherido. Mientras se introduce en la cabina, advierte que de la parte de atrás del camión, sale humo; ello no le importa de momento mientras evalúa la situación. El piloto herido está consciente pero atrapado por una pierna entre los hierros retorcidos de la cabina. Joaquín comienza la lucha por destrabarlo. Sólo con la ayuda de sus manos no puede. Entonces se baja 0a buscar algún hierro o algo con lo cual hacer palanca para ayudarse a liberarlo. Cuando sube de nuevo al camión el piloto le dice que tiene mucha sed y que le alcance un poco de agua que lleva atrás del asiento en una botella; cuando busca la botella para darle de beber al piloto, se da cuenta que las llamas han comenzado en la parte de atrás del camión.
Entonces Joaquín redobla su esfuerzo en su afán por liberar al hombre herido; forcejea una y otra vez; se lastima las manos que comienzan a sangrar, parece que todos sus esfuerzos son en vano. El piloto se pone histérico y gritando le suplica que lo saque pronto, teme que el camión pueda estallar con el fuego pues va cargado de combustible. Joaquín sigue la lucha con todas sus fuerzas pero no puede liberarlo; advierte que el incendio que se inició en la parte de atrás, rápidamente se está propagando y amenaza con llegar a la cabina.

Desde afuera los pocos hombres que se han animado a tratar de ayudarlo le piden que mejor se baje y se aleje rápido porque el camión va a estallar de un momento a otro. Joaquín sólo los mira y no les hace caso. Mientras tanto dentro de la cabina el calor se hace cada vez más intenso, el humo lo llena todo, casi no se puede respirar y Joaquín sigue luchando por liberar al piloto.
En ese momento se da cuenta que el piloto ha perdido el conocimiento y es cuando duda: – «Y si lo dejo y me salgo» – Se dice para sus adentros. Inmediatamente rectifica y dándose valor se reprende diciendo: «Que cobarde sería eso.». «No lo abandonaré, es mi deber luchar por él hasta el último momento.»

Las manos le sangran abundantemente, pero lo intenta otra vez, se da cuenta que lo que hace falta para liberarlo es una pieza de latón que le atrapa el pie. -«Ya mero. Ya mero está.» Es lo último que se le escucha decir antes que el combustible explote y el camión sea abrazado por una inmensa bola de fuego que asciende en remolinos hacia el cielo.

Segundos después las llamas lo cubren todo; los hombres dentro del camión no han gritado. Ninguno de los presentes da crédito a lo que miran; todos se retiran lo más que pueden por el intenso calor. Su esposa y su hijo lloran desconsoladamente fuera del carro. Varias señoras que se han acercado tratan de consolarla y la detienen pues ella intenta correr hacia la bola de fuego llamando a Joaquín desgarradoramente. Minutos después llegan los compañeros de Joaquín con las motobombas y se preocupan por apagar el fuego, sin presentir la sorpresa que les guarda el destino.

A ella, la tarde la sorprende en el suelo, de rodillas abrazando a su hijo que la sujeta fuertemente, sin lágrimas para llorar más; mientras las personas que fueron rescatadas por Joaquín le dan gracias a Dios por haber puesto en su camino a ese ángel que las salvó de una muerte segura.

Cuando los bomberos revisan la cabina del camión, encuentran los dos cuerpos calcinados. Joaquín quedó abrazado al piloto que está sentado en su sitio. Con ese abrazo quiso protegerlo con su cuerpo, de la explosión. Paradójicamente los compañeros se dan cuenta que el cuerpo del piloto está libre, que Joaquín se lo había arrancado al camión, aunque ya no tuvieron tiempo para salir.

Cuando sacan los cuerpos, la esposa lo reconoce por la hebilla de su cincho. Un cincho que ella le regaló para su cumpleaños.

Joaquín dio su vida en un acto de heroísmo en el cumplimiento de su deber, no sólo de bombero, sino de ser humano solidario con la desgracia ajena. Era un hombre que cumplió con su deber.

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