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El rol de las jóvenes ante los últimos acontecimientos debe ser analizado por ellas mismas.

Irma A. Velásquez Nimatuj

El domingo 25 de agosto se realizó la elección de la Umial Tinamit Re Xelajuj No’j que concluyó en acusaciones de fraude entre los cinco grupos participantes. Estas acciones son un ejemplo de lo que el evento ha sido en el seno de la sociedad k’iche’ de Quetzaltenango, un sable para azuzar o provocar absurdas divisiones entre familias o personas que terminan siendo irreconciliables.

Esta elección evidenció una vez más, cómo las participantes, todas jóvenes, en pleno Siglo XXI, terminan siendo usadas por agrupaciones dirigidas por hombres, la mayoría de ellos mayores, que son quienes controlan la participación de las candidatas y de sus familias. Son además, quienes asumen la voz en los espacios públicos, en nombre de ellas, como quedó grabado el domingo pasado por los medios de comunicación, los que controlan el certamen y hasta empujan a tomar decisiones viscerales, como por ejemplo, presionar para lograr la destitución de funcionarias que cumplen con su trabajo, como lo hicieron con la directora del Teatro Municipal de Quetzaltenango, la artista Vanesa Rivera, quien se negó a que usaran el teatro para eventos de feria porque se encuentra en proceso de restauración.

Este certamen nació con otro nombre en 1935 y buscó abrir espacios para la población k’iche’ que no tenía canales de expresión, este fue uno de esos intentos. Este proceso no fue exclusivo de Quetzaltenango, ocurrió con similitudes en otras comunidades, a extremo que en 1978, Teresa Leiva, representante de Quetzaltenango, unió su voz de protesta junto a otras representantes, por la masacre de Panzós, Alta Verapaz, negándose a participar en el certamen de Rabin Ajaw, dirigido por algunos militares y familias afines.

El rol de las jóvenes ante los últimos acontecimientos debe ser analizado por ellas mismas, por sus familias y sectores críticos. Es cierto que la ciudad y la propia comunidad k’iche’ carece de espacios en donde pueda recrear su cultura, en parte, por eso, este certamen aún tiene fuerza, pero este vacío no puede seguir siendo utilizado por individuos y colectivos que vulgarizan su propia cultura para fines deleznables. Y, mientras no se deduzcan responsabilidades y se castigue ejemplarmente, los traficantes de la cultura continuarán ejerciendo su poder.

Teresa Leiva, representante de Quetzaltenango, unió su voz de protesta junto a otras representantes, por la masacre de Panzós, Alta Verapaz, negándose a participar en el certamen de Rabin Ajaw, dirigido por algunos militares y familias afines.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj