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Crema batida

Mario Roberto Morales

En un artículo sobre la amistad (elPeriódico 2-2-14), en el cual Dante Liano alude a varias de sus conocidas lecturas para sazonar el tema por él escogido, inserta un párrafo antimarxista que no viene al caso dentro de la lógica discursiva que conforma su escrito y, derrochando pornográficamente una excesiva dosis de esa torva y cínica ignorancia de la derecha y el fascismo guatemaltecos, espeta orondo lo siguiente: “Marx sentenció que ‘todo lo sólido se desvanece en el aire’, cosa terrible, y que ‘el amor se ahoga en las gélidas aguas del cínico egoísmo’. Marx era como esos soñadores que quieren hacerse pasar por cínicos, y terminan diciendo barbaridades que ellos mismos no serían capaces de actuar (sic). Ya se ve: luego de tan cáusticos enunciados, inventó la utopía del comunismo, que soñaba a los hombres compartir (sic) los bienes materiales sin ningún egoísmo, sino dando (sic) a cada quien según sus necesidades. Eso, solo en el Imperio Incaico, y porque el Inca lo mandaba”.

La frase “todo lo sólido se desvanece en el aire” (usada por Marshall Berman como título de uno de sus libros), la escribieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista para metaforizar el hecho de que las nuevas relaciones capitalistas de producción disolvían los criterios que cohesionaban las relaciones comunitarias tradicionales del Medioevo en materia económica, social y afectiva, las cuales, por siglos, habían constituido todo lo sagrado y lo “sólido” de aquellas sociedades. De pronto, con el capitalismo, se instauraban nuevas relaciones sociales basadas sólo en la fuerza de trabajo que las mayorías fueran capaces de vender al mejor postor, dando con ello lugar a un nuevo criterio de cohesión de las relaciones entre los seres humanos: el criterio del egoísmo individualista como norma de la convivencia social. Esto, porque todo aquello que sostenía las relaciones comunitarias y las solidaridades gremiales y colectivas en general (lo “sólido” medieval), necesitaban ser disueltas por las nuevas relaciones de producción, basadas en la compra-venta de la fuerza de trabajo, para que el nuevo sistema funcionara. Este cambio en las relaciones sociales de producción implica el paso de la antigüedad a la modernidad.

No se trata de nada “terrible”, como dice Liano, sino de un hecho histórico que Marx y Engels consignan como parte de una explicación que pretende ser objetiva. En ningún momento dicen que esto pudo haber sido de otro modo. Lo consignan porque así fue, y punto. No se trata de una afirmación hecha en el aire, como una de esas frases célebres o citas citables del Reader’s Digest, sin referencia histórica a ningún hecho concreto. No es una ocurrencia, como supone Liano, de quien (desde la candidez de la ignorancia) él califica como un soñador que quiere hacerse pasar por cínico y que termina diciendo barbaridades que no sería capaz de poner en práctica. Vaya insulto gratuito. No sé a qué barbaridades se refiere, pero si alguien fue un hombre práctico fue Marx. En tal sentido, bien haría Liano en revisar la biografía de Karl para que se entere de toda su actividad a la cabeza de la organización obrera en la Europa de su tiempo. Si no lo hace, valdría la pena que nuestro letrado se preguntara quién es más cínico, si quien escribe a partir de la investigación teórico-práctica o el que lo hace desde referencias de segunda mano.

Luego afirma Liano, con esa misma candidez que apena, que Marx “inventó la utopía del comunismo, que soñaba a los hombres compartir (sic) los bienes materiales sin ningún egoísmo, sino dando (sic) a cada quien según sus necesidades”. Ignora nuestro letrado que la utopía no es una invención de un individuo. Confunde nuestro literato el proceso intelectual que llevó al renacentista Tomás Moro a imaginar un lugar llamado Utopía, con la utopía como guía de la acción política, es decir, como la Estrella de Belén (para que el católico Liano me entienda) que señala un camino pero que jamás es un punto de llegada como tal. Porque los Reyes Magos no querían legar a la Estrella de Belén, sino a Belén. Punto. Ignora por lo mismo nuestro intelectual que la utopía es irrealizable, porque si se realizara dejaría de ser utopía. Repito: es sólo una guía para la acción. La utopía comunista fue una guía y una meta (utópica) a larguísimo plazo del socialismo. Y la utopía, la meta de una praxis política, se deduce de las posibilidades históricas de realizarla en la práctica. No la imagina un soñador, como supone nuestro aprendiz de sociólogo, psicoanalista y politólogo. La necesaria crítica al socialismo real es otro problema, el cual no voy a tratar aquí porque si no se entiende a Marx, menos se puede entender que el socialismo real poco tuvo que ver con él.

La guinda sobre esta crema batida es la alusión que hace Liano al imperio incaico, usándolo para ilustrar, según él, la afirmación marxista: “de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad”. Liano, como los de la Marro, cree que Marx proponía repartirlo todo igualitariamente y que un psiquiatra debía ganar lo mismo que un lustrador de zapatos, y que la tierra debía ser repartida a todos en partes iguales para que a cada cual le correspondiera una maceta. Uf. Marx jamás propuso semejante imbecilidad. No entiende nuestro erudito que el viejo Karl venía de la tradición liberal europea y que el concepto de “justa distribución de la riqueza” lo entendía como igualdad de oportunidades. No como el reparto que un emperador (inca o no) hace entre algunos de sus súbditos de ciertos (no de todos) bienes materiales que en última instancia son otorgados en usufructo, pero le siguen perteneciendo al imperio. No se trata de la justicia salomónica que propone partir en dos al niño. La cosa es un poco más complicada, y por eso hay que estudiarla fuera de la Biblia (yendo, en este caso, a Marx mismo y no quedándose en lo que otros dicen de Marx). El principio “de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad” expresaba la meta utópica del socialismo. Y a esta se llegaría no repartiendo en partes iguales todo lo que existe, sino mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta alcanzar un bienestar no sólo de las élites, sino también de las mayorías. Para contribuir a esto, Marx (sabiendo que jamás lo vería) puso su granito de arena teórico y su granito de arena práctico. Esto es lo que a Liano le parece propio de un irresponsable soñador y aprendiz de cínico. Qué le vamos a hacer. Que con su pan coma el insulto.

Para finalizar, el párrafo dantesco de marras es una solemne idiotez. Pero lo más triste de todo es que resulta absolutamente prescindible en el contexto de la disquisición que su autor publicó en elPeriódico sobre un hermoso librito de John Steinbeck, el cual deja sin comentario crítico al dedicarse a divagar sobre la amistad, navegando erráticamente por sus viejas y conocidas lecturas. Aquellas que realizó en la Facultad de Humanidades de la USAC bajo el magisterio de un par de profesores que estudiaron literatura en la España franquista, y cuyo mal reciclado uso a destiempo lo hace escribir artículos y párrafos meramente impresionistas y sin el menor sustento bibliográfico. Al hacer esto, el letrado que nos ocupa ratifica –desde Italia– la triste verdad de que no existe la crítica cultural responsable en nuestro medio.

Mario Roberto Morales
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