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Crear belleza

Gerardo Guinea Diez

En este noviembre que parece mayo, hay días que casi no hay que decir. Entonces, viene el silencio y los ejercicios de “mirar” el presente como superior a nuestras fuerzas y empeños. Y decir no ayuda mucho, o en todo caso, siempre resulta oportuno citar la frase de Nicolás Boileau: “El equívoco fue la madre de todas nuestras tonterías”. Atrapados en los vaivenes de la coyuntura, solemos obviar que tenemos ante nosotros graves problemas de fondo. Es cierto, nos preocupa la suerte del Presupuesto General de la Nación, el combate a la corrupción, el miedo a los asaltos y las extorsiones; nos agria el día el déficit fiscal, más todavía, las cifras de desarrollo humano y el cúmulo de problemas no resueltos a lo largo de décadas, a pesar de ello, vemos para otro lado cuando algún desconsiderado empieza con la letanía del cambio climático, no importa las evidencias duras que ofrecen los científicos; nos fastidia las cifras del hambre en el mundo; las guerras aburren mientras no lleguen a nuestro patio y el drama de los millones de migrantes es como ver una película ajena, aunque éstos nos envíen casi 50 mil millones de quetzales al año. En pocas palabras, de pronto, opinamos de cualquier tema y marcamos la ruta del “deber ser”. En su Diccionario filosófico, Voltaire nos da una joya: “Ese hombre ha de ser un gran ignorante, porque sabe contestar a todo lo que se le pregunta”.

En estos días convulsos, de hombres que blanden su fe o sus misiles inteligentes, para asesinar a hombres y mujeres, se toma conciencia de cuán ignorantes somos en relación con tantos temas. Hay dos momentos históricos que, contrastados, nos dan cabal idea del péndulo entre el bien y el mal. Voltaire lo señala en su diccionario. Fue en Persia que comenzó a conocerse la doctrina del ángel de la guarda y el ángel malo. Siglos más tarde, en Europa, fueron sentenciados a muerte más de 100 mil brujos y brujas. Muchos creían a pie juntillas que Lutero era hijo de un macho cabrío.

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Sin embargo, una buena parte de los hombres se han dedicado a crear belleza, incluso, desde la religión, como santa Teresa, san Juan de la Cruz, sor Juana Inés de la Cruz. El escritor mexicano Guillermo Sheridan, condena utilizar el nombre de Isis —madre primordial del mundo, como se le retrata en la novela El asno de oro de Apuleyo— y equipararla a esa “horda coagulada de sangre” que es el Estado Islámico. Como sabemos, Isis, figura crucial, alargó su hermosura en Catulo, Dante, Novalis, Breton, Joyce, López Velarde y Octavio Paz.

Como sea, esa fue y es la impronta humana: crear belleza, incluso desde el dolor y la insensatez, el odio, las guerras, los extremismos de cualquier pelaje. Así, en estos días de estridencias políticas y desgarres ideológicos, la esperanza sigue dando frutos en las páginas de poetas y novelistas, en Mozart, Bach, Picasso, Veermer, Munch, Hopper, en la terquedad de Ramírez Amaya o en los dorados y azules de Rudy Cotton, en la memoria de nuestros colores y sabores; ahí, en los galardones por doquier a los cineastas guatemaltecos; en los premios y homenajes literarios a Halfon, Barillas y Rey Rosa.

Gerardo Guinea Diez
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