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Carlos López

I

Desde Obraje, su primera novela escrita en 1970 —publicada 40 años más tarde—, Mario Roberto Morales encontró una voz característica: lúdica, iconoclasta, irónica, que luego confirmaría como «hedonista, dionisiaca y festiva», según escribe en el prólogo de Los Demonios Salvajes, un banquete lingüístico que modernizó la manera de narrar en Guatemala.

Hay escritores que nacen viejos para ejercer su oficio, es decir, con sabiduría, conocimiento, sensatez. Hay escritura vieja desde que nace, como La tumba, de José Agustín, el precedente literario mexicano de Los Demonios Salvajes. El paralelismo entre ambas novelas es inevitable, pues son semejantes los protagonistas capamedieros que sin ocupación dedican su ocio al consumo de mariguana, en el primer caso, y a sustancias etílicas, en el segundo. La diferencia abismal entre Agustín y Morales es que el tiempo ejerció la crítica implacable en contra de aquél: su novela no aguanta una segunda lectura.

Otras literaturas en las que abrevó Morales fue en las de los mal etiquetados por Margo Glantz autores de la Onda (con Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y José Agustín a la cabeza), en México; en Cuba, en Guillermo Cabrera Infante, que revolucionó la literatura continental con su libro inicial Así en la paz como en la guerra, que prefiguró a Tres tristes tigres, la cima de la escritura experimental en América Latina; en Julio Cortázar y su Rayuela; pero antes que todos ellos, Macedonio Fernández, con su Museo de la novela de la eterna; los estadunidenses Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Lawrence Ferlinghetti, de la generación Beat y, en la antesala, Louis-Ferdinand Celine, en Francia. También en Francia, la novela Les valseuses (traducida como Los rompepelotas y Las cosas por su nombre), convertida en película y dirigida por Bertrand Blier en 1974.

Éste era, grosso modo, el panorama literario de la época de la creación de Los Demonios Salvajes. El ambiente político en el mundo en ese entonces era —como ahora— de alta tensión: Estados Unidos, con su política del gran garrote, invadía países, derrocaba gobiernos electos dentro de los pocos espacios que el sistema electoral burgués permitía para legitimar las dictaduras que eran afines al imperio. En la Universidad de California, Berkeley, el Free Speech Movement o Movimiento Libertad de Expresión —con el liderazgo de Mario Savio— fue el germen del activismo militante estudiantil que dio origen a una ola de protestas en todo el mundo. Una de éstas, tal vez la de más impacto contra la política racial, intervencionista, antidemocrática de Estados Unidos tuvo lugar con el movimiento hippie que dura hasta la fecha. En París y Portugal, la juventud inició una vigorosa protesta, la Revolución de los Claveles, para decir no al fascismo; en México los estudiantes libraron su batalla junto al pueblo para oponerse a la dictadura fascista de Gustavo Díaz Ordaz. En Guatemala, los estudiantes de secundaria y bachillerato, aglutinados en el movimiento Fuego, impulsaron las jornadas de protesta de marzo y abril de 1962.

En México se había publicado en 1976 la novela Los compañeros, de Marco Antonio Flores, el antecedente guatemalteco de Los Demonios Salvajes, aunque Morales había terminado la escritura de esta narración un año antes de que se publicara la obra más conocida de El Bolo Flores. Con la resaca de una revolución capitalista abortada por la reacción guatemalteca y la Central de Inteligencia Americana estadunidense, y por la derrota del primer brote guerrillero de los tiempos modernos en el país, los jóvenes guatemaltecos se sentían huérfanos de ideología, aunque su actividad militante cambió de forma: se organizó, se amplió, maduró.

II

Derrocado el presidente Jacobo Árbenz Guzmán el 27 de junio de 1954, en Guatemala se instauraron los gobiernos de Carlos Alberto Castillo Armas (CACA) (8 jul., 1954-26 jul., 1957), Guillermo Flores Avendaño, Miguel Ydígoras Fuentes (2 mar., 1958-31 mar., 1963), Enrique Peralta Azurdia (31 mar., 1963-1 jul., 1966), Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), Carlos Manuel Arana Osorio (1970-1974), Kjell Eugenio Laugerud García (1974-1978), Fernando Romeo Lucas García (1978-1982), José Efraín Ríos Montt (23 mar., 1982-8 ago., 1983), Óscar Humberto Mejía Víctores (1983-1986). 250 mil muertos, un millón de desplazados internos y 2 millones de exiliados y refugiados dejaron como saldo en el país estas persignadísimas personas, protagonistas de novela todas ellas, desde Manuel Estrada Cabrera, el más conocido en el mundo gracias a Miguel Ángel Asturias, que lo inmortalizó en El señor presidente.

Como toda tiranía, la forma de gobernar en Guatemala era mediante descomunales decretos. Veamos tres ejemplos de periodos históricos distintos. 1. En el Palacio Nacional se emitió el 13 de octubre de 1876 el decreto 165, que desapareció a los indígenas y los convirtió por arte de magia en ladinos (se conservan la ortografía y redacción originales, para mayor aterrizaje clasista del lector): «Justo Rufino Barrios General de División y Presidente de la República de Guatemala, CONSIDERANDO: Que es conveniente poner en práctica medidas que tiendan a mejorar la condición de la Clase Indígena. Que varios aborígenes principales de San Pedro Sacatepéquez (departamento de San Marcos) han manifestado deseo de que se prevenga que aquella parcialidad use el traje como el acostumbrado por los ladinos; DECRETA Artículo único: Para los efectos legales, se declaran ladinos a los indígenas de ambos sexos, del mencionado pueblo, quienes usarán desde el año próximo entrante el traje que corresponde a la Clase Ladina».  2. Estrada Cabrera decretó en 1902 que el volcán Santa María nunca hizo erupción, pues el gobierno estaba ocupado en la organización de los festejos de Minerva dedicados a él y una tragedia como la sufrida por el pueblo de Quetzaltenango —dos veces el mismo año— no interferiría en dichos preparativos. 3. En 1916, Guatemala tenía dos millones de habitantes, pero Estrada Cabrera fue relecto por diez millones de votos. Dos años después de esto, en 1918, decretó la creación de la Universidad de Guatemala, que entonces se llamó Universidad Estrada Cabrera, y le otorgó al presidente el primer doctorado honoris causa. Hace algunos años, también un miembro del ejército, ministro de Educación, dispuso que ese año todos los estudiantes se graduarían por decreto.

A lo anterior, debe agregarse el folklore de los mandatarios guatemaltecos. Un caso ilustra su tesitura: cuando Miguel Ydígoras Fuentes era candidato a la presidencia de la República prometió que todos los guatemaltecos «iban a poder tener un pollo en sus ollas» y que iba a gobernar con «mano de acero inoxidable». Los tiranos son, se sienten dioses omnnipotentes: crean la realidad o la borran del planeta con guante blanco.

III

¿Qué hacía en ese entonces el autor de Los Demonios Salvajes en el país de la eterna dictadura? Militaba en la guerrilla, leía, escribía. Era un ser privilegiado, capamediero, estudiado; cantaba boleros. Con sólo 25 años de vida escribió una novela que es el antecedente de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño; hasta en el nombre. Los detectives salvajes hicieron la cartografía cultural de México; Los Demonios Salvajes hicieron la de Guatemala. Aquélla es la obra más metaliteraria de los últimos tiempos; ésta es la novela más revolucionaria de Guatemala (no por el tema, donde hay diferencias no sólo en la vida personal de los autores, sino de compromiso, de toma de conciencia, de lucha). Las rupturas narrativas de las que ambos escritores echan mano, que marcan el ritmo, el lenguaje desenfadado y culto, las referencias académicas de ambas novelas, el viaje, el alcohol, el sexo, el desgarriate, la distopía de Bolaño, la utopía que cargaba Morales en la mochila. Ambas novelas son filosas; Bolaño desmorona los adobes en que se suben los literatos grises; Morales socava la solemnidad de una sociedad hipócrita adormecida con religión, marimba, alcohol, nacionalismo, pollo rostizado; también derriba los cimientos de una educación mediocre. Hallo más analogías entre estas dos novelas, pero también entre los autores: los dos hicieron sus personajes de 17 y 18 años y ambas están ubicadas en casi el mismo periodo histórico (Morales, 1972-1975; Bolaño, 1975-1976); los registros del habla coloquial, el centón de su arquitectura, las minihistorias que cuenta cada fragmento crean gajos autónomos del relato central, que es difuso en ambas novelas y lo que menos importa: el hilo de cada relato pasa por el absurdo, la parodia, el sarcasmo, la crítica: uno narra los viajes de dos adolescentes en busca de Susana Tinajero, la fundadora del movimiento literario Real Visceralista; el otro, los viajes de los Demonios Salvajes en busca tal vez del Real Surrealismo. Morales se anticipó 30 años a Bolaño. Morales surgió de una realidad lacerante, en llamas; Bolaño, de una realidad parecida; no defendió con su vida a su pueblo en los momentos cruciales. Morales, sí, con la pluma y el fusil, como lo hicieron Otto René Castillo, Roberto Obregón, Luis de Lion, Mario Payeras, y tantos más que combatieron al lado de su pueblo por las causas justas, democráticas, emancipadoras.

IV

Canche, Choco, Bianchi, Chispa, Chali, Chabela, Güicho, Chang, Davicho, Chuy, Bitch son algunos de los nombres de los personajes de Los Demonios Salvajes. La utilización de sustantivos con el dígrafo ch se debe a la musicalidad que genera y nos remite a los extremos de lo cómico y de lo trágico; está a tono con el carácter festivo de la novela. En el dialecto guatemalteco, canche se le dice al rubio; choco, al ciego; muchos sustantivos y adjetivos inician con ch: chilero-cholero (bonito-sirviente), chalán-chancle (mentiroso-catrín), chapín-chapucero (guatemalteco-mal hecho), chance-chapuz (trabajo-arreglo a medias), chenca-charamila (colilla-licor), chispa-chito (borracho-beso). Varios topónimos del país también contienen la ch: Chiquimula, Chichicastenango, Chimaltenango, Quiché, Chajul, Suchitepéquez, Chinautla, Pochuta. La mayoría de chapines llama Chapinlandia en espánglish a su país; éste es también el nombre de la marimba oficial de Guatemala.

Morales se nutrió de la cultura popular mexicana: de su música, su teatro, su cine. La serie televisiva de más duración (empezó en 1971 y no se sabe cuándo terminará) y de más impacto en América Latina, El chavo del ocho, tenía entre sus personajes a la Chilindrina, la Chimoltrufia y Chespirito. Otro programa que alternaba con El chavo del ocho era El Chapulín Colorado, que portaba en su traje de antihéroe la ch en mayúsculas y sus palabras preferidas eran chispoteó y chanfle; con él actuaban Chapatín, Rascabuches y el Chato. Chabelo, otro personaje de la farándula mexicana que duró casi setenta años en distintos programas de Televisa (el más largo, En familia con Chabelo, de 1967 a 2015), se inició en la televisión mexicana en 1950 y también marcó a generaciones de latinoamericanos que adoptaron como suyos los personajes que difundía el imperio cultural mexicano. Enrique Fernández Tellaeche, nombre real de Enrique Alonso, que actuó en la zarzuela Chin Chun Chan, creó el  programa televisivo Teatro Fantástico (1955-1969), cuyo protagonista fue Cachirulo, que despedía su programa con un «¡Adiós, amigos! No olviden tomarse su chocolatote». Su influencia fue tal que Manuel Loco Valdez creó el personaje Cachiruloco. Los futbolistas de la selección juvenil de México protagonizaron un escándalo mundial por haber alineado a cuatro cachirules en las eliminatorias del Campeonato Mundial Juvenil de Arabia 1989. En México, cachirul es el vocablo que denomina a una persona que se hace pasar por algo que no es y huachicolear es la acción de adulterar, rebajando, una sustancia, como el alcohol.

Además de la cuestión fonética relacionada con la ch (que dejó de aparecer como letra independiente en la Ortografía desde la edición publicada por la Real Academia Española en 2014) en la novela de Morales aparece el estribillo ¡Ay, tú! de manera intermitente. En Guatemala, esta expresión encierra ironía y crítica, y en una sociedad patriarcal tiene connotaciones racistas, económicas, sociales, culturales, clasistas. En la sociedad guatemalteca, el uso del pronombre en lugar de vos entre hombres es visto como una mariconada; si a esto se antepone la conjunción ay, la expresión denota refinamiento, insoportable en una sociedad que exalta el machismo. Ay, tú también hace referencia a alguien exagerado, a quien no soporta que se le toque ni con el pétalo de una rosa; es la forma sustantivada de fino, de exquisito. La expresión No seás ay, tú equivale a No seás sombrerito de Esquipulas, lleno de babosadas, de tiquismiquis. Morales de nuevo reta al stablishment y con dos palabras le da un golpe en cada mejilla a la doble moral. Ésta es la otra historia de Los Demonios Salvajes, la del lenguaje con apariencia lúdica, iconoclasta, pero con una profundidad conceptual, crítica; la del lenguaje como arma.

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Este artículo forma parte del libro Ética y estética de la violencia, Estudios críticos y entrevistas sobre la obra literaria de Mario Roberto Morales, libro que puedes descargar en formato PDF dando click aquí.

Carlos López