Como en el Sur
Por el interés de las capas medias, las pequeñas burguesías y la pobrería.
En 2009, el cineasta estadounidense Oliver Stone realizó su extraordinario documental Al sur de la frontera, en el que entrevistó a Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, Néstor y Cristina Kirschner, Fernando Lugo y Rafael Correa. Su propósito: establecer qué clase de cambios estaban ocurriendo entonces en América Latina por parte de estos gobiernos electos según las normas de la democracia liberal, y por qué las derechas los atacaban como “comunistas” en nombre de la libertad económica y la democracia, tachando a sus gobernantes de dictadores. El resultado: se trata de países que han logrado deshacerse de la deuda externa y que luchan por que sus recursos naturales no sean depredados por corporaciones transnacionales que lo poco que dejan en los países que les entregan sus territorios va a parar a manos de sus políticos corruptos y sus improductivas oligarquías rentistas, las cuales navegan enarbolando la bandera del liberalismo a la vez que traicionan su ideario, el cual se constituye mediante los principios de igualdad de oportunidades, libre competencia y prohibición de monopolios; el conjunto de los cuales conforma la libertad económica.
Cuatro años después de Al sur de la frontera, el intelectual mexicano Marcos Roitman Rosenmann publica un artículo titulado “¿Son reversibles los procesos revolucionarios en América Latina?” (La Jornada 24-2-13), en el cual, analizando los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, se hace la pregunta de si se puede seguir ganando elecciones indefinidamente como mecanismo para mantener los procesos revolucionarios en dichos países, de cara a la incesante agresión ultraderechista neoliberal. El razonamiento de Roitman tiene que ver con que la lógica de ganar elecciones se basa en el respaldo del pueblo a los regímenes democráticos mencionados, y con que en esta época de manipulación mediática las masas pueden “cambiar de opinión” de manera súbita. No sólo debido al intelicidio del que son víctimas por parte del discurso audiovisual vacío y hedonista del que extraen sus criterios –el cual está en manos de las oligarquías que sueñan con volver a imponer en esos países sus dictaduras monopolistas disfrazadas de libertad económica y democracia–, sino por la posibilidad de que sean “acosadas, hostigadas y llevadas al agotamiento de la paciencia política” por parte de estas ultraderechas mediante “desabastecimiento, boicot, mercado negro” y demás, como ha ocurrido en Cuba.
El neoliberalismo está acabado y la mejor prueba de ello es la crisis económica mundial. En Guatemala, país dominado por una oligarquía monopólica entreguista y un gobierno de servidumbre militar, el neoliberalismo sobrevive gracias a la represión y a la inducida ignorancia de las masas, a cuyas agrupaciones esta ultraderecha criminaliza con el mote de “terroristas” por medio de una red de organizaciones (cuyos nombres me reservo hoy) que, al hacerlo, practica el terrorismo ideológico para preparar el terrorismo de Estado mediante el cual busca imponer el neoliberalismo económico en su forma de extracción de minerales estratégicos y cultivos para la industria energética (de funestas consecuencias ecológicas).
Por ahora, no hay más opción que pararlos con la lucha cívica por la soberanía, la democracia y el interés de las capas medias, las pequeñas burguesías y los sectores populares. Como en el Sur. Luego, ya se verá.
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