Ayúdanos a compartir

Si seguimos defendiendo el capitalismo, los niños de hoy aprenden más rápido a dominar y destruir la naturaleza que a convivir armónicamente y a aprender de ella.

Marcela Gereda 

Estamos en el atardecer de una economía de lógica competitiva, extractivista y monopolista. Señala Boaventura de Souza Santos, “todo está vinculado; la crisis alimentaria, la crisis ambiental, la crisis energética, la especulación financiera sobre los commodities y los recursos naturales, la apropiación y la concertación de tierras, la expansión desordenada de la frontera agrícola, la voracidad de la explotación de los recursos naturales… las enfermedades producidas por un medio ambiente degradado”. Todo es producto de esta economía del delito en el que las oligarquías planetarias concentran el poder y los recursos.

En una estratégica alianza, gobiernos y corporaciones se las arreglan para lucrar destruyendo el medio ambiente poniendo en riesgo el futuro del planeta y de la humanidad.

Si seguimos defendiendo el capitalismo, los niños de hoy aprenden más rápido a dominar y destruir la naturaleza que a convivir
armónicamente y a aprender de ella.

Es tal el cinismo de las corporaciones –y tal la catástrofe social y ecológica a la que se ha llegado– que hoy las empresas generan estrategias publicitarias para blanquear su imagen, diciéndole a los consumidores que son social y ecológicamente responsables para obtener sellos que muchas veces poco tienen que ver con sus verdaderas prácticas cotidianas con el trato a los trabajadores y el uso de los recursos.

Para Smith, Mises, Hayek, etcétera, son las personas individuales y no los colectivos los que actúan en la sociedad y en la economía y quienes se relacionan entre sí intercambiando bienes y servicios por dinero.

Se les olvida (y le hacen olvidar al poder y a quienes los siguen) que los colectivos están formados por individuos, y que los individuos solo pueden ser libres formando parte de colectivos.

En nuestro paso por el mundo la historia ha demostrado que fue en la vida colectiva que pudo surgir la vida individual.

Adam Smith dijo que para el bien de todos, cada uno debe hacer lo mejor para sí mismo, el economista John Nash logró demostrar matemáticamente que Adam Smith se equivocó, y que la colaboración es más beneficiosa que la competitividad.

En 1994 John Nash recibió el premio Nobel de Economía por demostrar esta teoría del equilibrio. Ya hay muchos movimientos sociales alrededor del globo apostándole al intercambio, la colaboración, para anteponer el bienestar colectivo sobre la satisfacción inmediata de la sociedad individualista de la sociedad capitalista. Estamos pues a la puerta de una histórica aventura colectiva.

Está demostrado científicamente que los árboles se comunican y que cuando a un árbol le hace falta carbono, otro se lo puede otorgar a través de una red de hongos o micelios subterráneos. Podemos hacer biomimesis (imitación de la naturaleza), aprender a ser más como ella. Muchos campesinos, indígenas, mujeres ya lo están haciendo. No todo está perdido.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2019/01/28/colaborar-en-vez-de-competir/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcela Gereda
Últimas entradas de Marcela Gereda (ver todo)