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Clasemedierismo

Triste definición de una lamentable condición humana.

Al contrario de lo que el vulgo supone, la palabra clasemediero no define nada más a un miembro de la clase media. Es una acepción despectiva que alude a personas que, aunque se ubican en las capas medias, no se ganan el apelativo sólo por eso.

La clase social a la que uno pertenece se deduce del lugar que uno ocupa en el proceso general de producción. Si uno posee medios productivos es burgués o pequeñoburgués. Si uno es asalariado a cambio de servicios, pertenece a una de las muchas capas que componen la variopinta clase media. Y si uno es asalariado a cambio de trabajos manuales, es proletario. Si como proletario uno no consigue un empleo permanente, es un pobre o un miserable, según sean los niveles de precariedad que padezca.

Los trabajadores que prestan servicios a cambio de salarios pertenecen pues a la clase media, de modo que en ella se ubica desde el cirujano especializado de un hospital y el prominente político, hasta la cocinera de la casa, habiendo pasado por todo tipo de empleados (profesionales o no), desde los de confianza (como los gerentes de los monopolios) hasta los temporales (como sus guardaespaldas, abogados y sicarios).

La clase media es la más “aspiracional” de las clases. La pobrería campesina ni siquiera se atreve a ambicionar un escalamiento social. Los ricos (nuevos o viejos) aspiran a mantener el estatus quo. Pero la clase media siempre quiere ser como sus empleadores, sueña con tener más y mejores consumos, y fantasea con ser lo que no es sacrificando sus salarios para dotarse de los marcadores de identidad clasista de sus patrones. Esto, como mera tendencia. Porque hay gente de clase media que no se desborda en sus aspiraciones convirtiéndolas en conductas consumistas para aparentar lo que no es, y que circunscribe su ascenso social a las posibilidades concretas de lograrlo.

El clasemedierismo es un acto fallido porque se trata de un fingimiento fracasado. Tratando de aparentar lo que no es, el clasemediero se viste con prendas que atentan contra su presupuesto concreto; concurre a lugares y ejerce en ellos consumos que merman su capacidad de compra, y a cambio trabaja el doble o el triple amargándose la vida y haciendo así insatisfactorio el esfuerzo por cambiar falsamente de identidad económica. El clasemediero es pues un wannabe (para que me entiendan los especímenes que no hablan inglés pero que fingen hablarlo).

La realidad de este pobre individuo es el trabajo disciplinado y servil bajo el yugo humillante de un jefe; es la casa y el auto a plazos; es el endeudamiento y la merma de los ahorritos acumulados a base de privaciones, los cuales dilapida de pronto en viajes a lugares y en condiciones que le son ajenos, a fin de presumir ante personas que no conoce. La gratificación que logra con esta dura y tensa vida de sacrificios y mentiras es exigua, no sólo porque en el fondo de su conciencia jamás deja de saber quién es realmente, sino porque su clasemedierismo perenne hace que todas sus pretensiones sean fallidas, es decir que en todo lo que aparenta “se le salga el cobre”; y por eso es sistemáticamente discriminado por aquellos a quienes con tanta fruición y disciplina pretende imitar.

Un buen ejemplo de clasemedierismo lo dio en Facebook una cándida muchacha quien posteó que odiaba a Arjona porque por su culpa la chusma había conocido Cayalá (¡guac!) y ahora ya sabía cómo llegar.

 

Mario Roberto Morales
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