Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos.
Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles
“Chusma, chusma, uuuuu,” le decía Kiko a Don Ramón antes de empujarlo, despreciarlo y retirarse a sus aposentos. Y se entiende, tan feo que es tener que convivir con la chusma, tener que compartir el espacio público con ellos, sufrir su mira acusadora, oír sus incomprensibles lamentos monetarios, ¡olerlos! Además, no es que Kiko tuviera otra opción. Tenía que hacerlo. Era el mandato familiar, la tradición, la respuesta condicionada al juicio materno: “No le hagas caso, tesoro. Y no te juntes con esta chusma,” le repetía una y otra vez Doña Florinda. Supongo que Kiko en algún momento dudó al repetir las palabras de su madre, al empujar a Don Ramón y despreciarlo por feo y por pobre; pero supongo también que finalmente terminó por internalizar el discurso, por tomarlo como parte intrínseca de su identidad y símbolo inequívoco de pertenencia a su clase social: la chusma, mientras más lejos, mejor.
Me pregunto ahora que pensaría Kiko cuando caminaba hacia su casa. ¿Se preguntaría, acaso, por qué no se mudaban a otra vecindad donde no hubiera chusma? ¿Pensaría, quizás, en qué hacer cuando fuera grande para no tener que convivir con la chusma, para mantenerse lo más alejado posible de ella? No es difícil imaginar cómo hubiera sido Kiko de grande: sería, probablemente, uno de esos prepotentes que andan por las calles de la ciudad en una Suburban polarizada; o, quizás, uno de esos empresarios que cada vez pagan menos a sus empleados argumentando lo difícil de la situación mientras se embolsan ganancias record. Sería, también, uno de esos que aportan fondos a las campañas de todos los candidatos para no tener imprevistos durante los siguientes cuatro años. Y, claro, si Kiko se hubiera mudado a Guatemala, muy probablemente ya hubiera comprado o estaría muy interesado en comprar una su casita en Ciudad Cayalá. ¡Y con toda la razón del mundo!
Con 62 manzanas de extensión, áreas verdes, calles y bulevares (de facto) privados, áreas residenciales y una variopinta oferta de espacios para oficinas, comercios, entretenimiento y “cultura” a distancias caminables, Ciudad Cayalá ofrece todas las comodidades y ventajas de una vida sin chusma. Más aún, Ciudad Cayalá ofrece una ingeniosa solución a un problema que venía afectando a los Kikos guatemaltecos. Si, por un lado, habían ya logrado aislarse de la chusma en diversas esferas de la vida cotidiana al vivir en colonias cerradas, estudiar en colegios y universidades privadas y elitistas, trabajar en centros corporativos, comer en restaurantes exclusivos y comprar en centros comerciales híper-vigilados, por otro lado lado, los Kikos tenían que desplazarse de una burbuja a otra, lo que inevitablemente implicaba al menos tener que atravesar el espacio público, ese espacio sucio y maloliente donde pulula la chusma. Ciudad Cayalá soluciona final y magistralmente este molesto problema desde la raíz al eliminar completamente la necesidad de desplazarse por el espacio público y, al mismo tiempo, crear su propio espacio “público” que, como en cualquier proyecto neo-urbanista que se precie, lo es sólo aparentemente.
Ciudad Cayalá está siendo construida bajo los lineamientos del llamado Nuevo Urbanismo, el cual se originó a principios de los ochentas en Estados Unidos e Inglaterra como una alternativa a la vida monótona, solitaria y desolada de los suburbios. Los proyectos del Nuevo Urbanismo buscan, por el contrario, recrear la vida urbana de las ciudades tradicionales y por ende incluyen, además de áreas residenciales, espacios públicos tales como plazas y centros comunitarios, religiosos y deportivos, así como áreas destinadas a oficinas, comercios y entretenimiento. Sin embargo, estos proyectos también incluyen estrictos reglamentos que norman no sólo los estilos y detalles arquitectónicos permitidos, sino también los patrones de conducta aceptables y, de manera menos abierta, el tipo “adecuado” de habitantes mediante los precios, la ubicación geográfica y lo que en Estados Unidos se llama racial profilingque es, esencialmente, una forma disimulada de discriminar racialmente.
Más aún, siendo en última instancia proyectos privados construidos con fines de lucro y por ende para sectores específicos de la población, los proyectos neo-urbanistas ofrecen una versión higiénica e idealizada de lo que es la vida urbana al eliminar de antemano cualquier posible o inesperado contacto con cualquier individuo o grupo social que represente, para los habitantes de estos proyectos, una amenaza ya sea física, espiritual o mental. El ejemplo más conocido de este tipo de proyectos quizás sea Seaside, la “ciudad” neo-urbanista que sirvió de fondo para la película The Truman Show, con Jim Carrey. Como la película misma lo muestra, la vida en estas “ciudades” es en gran medida una vida programada y superficial que se encierra en si misma para aislarse de los problemas que conlleva la vida urbana y convertirse, en esencia, en una simulación de la vida urbana en un entorno controlado. No es coincidencia que uno de los más grandes proyectos neo-urbanistas sea Celebration, una “comunidad” desarrollada en Florida por The Walt Disney Company cerca de Disneylandia y que, como la amplia mayoría de proyectos neo-urbanistas, parece más un parque temático que una ciudad.
Contario, entonces, al carácter auténtico de los centros urbanos en los que personas o grupos de diversos orírgenes, clases sociales, etnias, género, o religión pueden interactuar (o ignorarse) abiertamente, los proyectos neo-urbanistas se convierten en realidad en comunidades homogéneas en las que la diversidad, la espontaneidad, el encuentro fortuito, la convivencia entre sectores diferentes de la población y otros rasgos constituyentes de la vida urbana son eliminados de antemano. Acorde a los tiempos que vivimos, el Nuevo Urbanismo propone en esencia un urbanismo preventivo, es decir, un urbanismo que elimina cualquier amenaza o incomodidad antes que esta suceda, ofreciendo así la posibilidad de poder vivir una vida plena y placentera completamente aislado de la chusma y sin tener que oír sus quejas o ver lo feo que son.
En una país como Guatemala, un proyecto de esta índole se torna simplemente obsceno por obvio, como el nombre mismo del proyecto lo revela. Quizás sea un poco dado a pensar más de la cuenta, pero se me hace sumamente cínico llamar Cayalá, que en Cakchiquel significa paraíso, a una “ciudad” en la que seguramente ningún Cakchiquel vaya a vivir; a una “ciudad,” es más, en la que si llegara a entrar uno será, probable y únicamente, para servir o limpiar. El paraíso, pareciera sugerir Ciudad Cayalá, es aquél donde la chusma no tiene cabida más que como sirviente. Es esta ausencia de chusma y la seguridad de encontrarse al caminar únicamente con gente de buenas familias lo que sin lugar a dudas hará que en Ciudad Cayalá “de nuevo será agradable salir a pasear por las calles,” como lo indica uno de los slogans que promociona el proyecto. Lo que los slogans no mencionan es que las calle serán perpetuamente vigiladas por circuitos cerrados de televisión y que, asumimos, los guardias privados de seguridad estarán prestos y dispuestos a remover, por las buenas o por las malas, a cualquier visitante chusmoso que no se ciña a los patrones de conducta establecidos.
Habrán algunos que argumentarán que no es un proyecto cerrado pues no tendrá, al parecer, garitas de seguridad y que por ende cualquier persona puede visitarla. Pero de eso justamente se trata: de dar la impresión de ser inclusivo, de aparentar ser un lugar abierto y tolerante, de fingir ser público cuando la intención (no tan oculta) es que sea lo más privado y exclusivo posible. En este sentido, Ciudad Cayalá es un claro ejemplo del notable avance de la sociedad guatemalteca. Atrás quedaron ya los tiempos de las reducciones y los pueblos de indios, del reclutamiento forzado y la esclavitud por deuda; atrás han quedado ya también las políticas de tierra arrasada y los discursos abiertamente racistas. En estos tiempos de respeto a los derechos humanos, inclusión y tolerancia, Ciudad Cayalá ofrece más bien una civilizada y políticamente correcta forma de, finalmente, hacer realidad el sueño de Kiko: vivir en una “ciudad” hecha justamente a la medida de su deseo y, sobretodo, de su miedo.
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