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Carta fraterna al manifestante anónimo

Conciudadano/a:

Qué orgullo llamarle así, saber que usted, en la calle y en la plaza, devolvió su verdadero significado a la palabra ciudadanía; con su dignidad y su valentía, por fin sobrepuesto a la herencia del miedo y el egoísmo.

Le escribo para agradecerle la sonrisa compartida cuando nos cruzamos, sin conocernos, en la plaza. Le agradezco recordarme la certeza de los versos de Pablo Neruda dedicados A mi Partido:

Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco.
Me has agregado la fuerza de todos los que viven.
Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento.
Me has dado la libertad que no tiene el solitario.
Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego.
Me diste la rectitud que necesita el árbol.
Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres.
Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos.
Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos.
Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca.
Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético.
Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría.
Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo.

Amiga, amigo manifestante anónimo, le escribo para pedirle que no aflojemos, pues lo hemos cantado juntos en la plaza: “esto apenas empieza”.

Porque es cierto, apenas empezamos a derruir el muro de indiferencia y de inmovilismo del que se aprovechan los dipucacos y los maestros de la transa y el transfuguismo politiquero. Si les dejamos la plaza y las calles reconquistadas, seguirán en el Congreso, en los ministerios y las secretarías de gobierno, en los juzgados y magistraturas, en las fiscalías y en las comisarías, medrando a costa del hambre, la enfermedad y la pobreza de nuestros hermanos más desprotegidos.

Le agradezco, manifestante anónimo, por la energía que nos ha trasmitido a quienes casi perdíamos la ilusión de ver las luces del amanecer. Gracias a usted sabemos que la primavera democrática es posible y que juntos podemos hacerla nacer, así como lo estamos haciendo: en paz, sin violencia, sin derramar una gota de sangre.

Sigamos, pues, adelante. Pasando de la indignación a la conciencia, del enojo compartido a la convicción de que así, juntos, cada quien con sus razones y sus sueños, podemos construir la patria amorosa a la que cantó Otto René Castillo, para que ella deje de ser “la antigua madre del dolor y el sufrimiento. / La que marcha con un niño de maíz entre los brazos”.

Gracias, amiga, amigo manifestante anónimo. Un abrazo fraterno desde esta

Pequeña patria, dulce tormenta mía,
canto ubicado en mi garganta
desde los siglos del maíz rebelde:
tengo mil años de llevar tu nombre
como un pequeño corazón futuro
cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.
(Otto René Castillo)

Edgar René Celada Quezada

Edgar Celada Q.
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