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Eunice Odio

Señor muy precioso, niño sapientísimo:

Hoy, que es La Hora de Junio, voy a regalarle varias cosas que me pertenecen: una gota de Sol; un azul que encontré en la calle; la segunda parte de una golondrina; el manto de un insecto del color del mundo; varios sueños diamantinos y multitudinarios. ¿Le gustan estos objetos celestes? ¿Los acepta? ¿Verdad que sí porque los sintió en los ojos desde antes que en su infancia apareciera la primera Luna redonda de marzo?

Y le doy más: un espejo en que se mira el cielo; una pátina de césped; un desplazamiento de mariposa; una cucharada de golondrinas de Chichén Itzá; un gran río que corre al compás de los marinos y los pescadores; un sonido tintineante de Raimundo Lulio; el corazón mío en el momento en que se alegró, porque lo miraban; una mirada verde que fue al aire y regresó al infinito; el sol del cielo y el del sonido: Le regalo el fondo de una perla dinosauria que es donde vamos a vivir y morir usted y yo, dentro de tres árboles de años. Le doy una florecita de árbol potente y dulce. Le doy la vida que ya no tienen sus abuelos y sus padres. Le regalo la sonrisa de una bisabuela suya que usted no conoció porque era ángela y árbola y se fue a la eternidad en un segundo, junto con sus trenzas de río y su perfil de escamas resplandecientes. Le regalo una espuma que vi un día que ya he perdido, pero que podemos recobrar a la vuelta de cualquier año bisiesto y poderoso. Le doy mi amor, fugitivo de los bosques; le cedo la mitad de una criatura que no puede morir y que anda en la Tierra, dirigida por el aire; le doy un caballo que se soñó; un rocío que se alejó del tiempo y del espacio para ser inmemorial; mi cabeza desatada por el viento; mi alma vestida de cereza y con un gran afán de aventura; le regalo una calle de abril; un santo que se deshizo en el viento; un niño que se construyó, ojo por ojo y diente, cada vez que lo nacieron; un duende que venía cuando iba, porque no le temía al milagro; le regalo un vaso lleno de mariposas que no duermen jamás y que siempre andan en manojos de árboles; una mujer que se perdió de súbito porque el aire la quería y la miraban los cedros masculinos; y también le regalo una mujer hallada en el fuego, a quien nadie pudo entender. Le doy el suelo donde se juntan muchas flores irisadas y desnudas, tal como Dios las trajo al mundo; una mano tendida en medio del mar y usted.
Reciba, Maestro, mis dádivas sin fin. Lo ama profundamente,

Eunice Odio

PD.– Se me había olvidado regalarle todo el horizonte y sus consecuencias.

29 de junio de 1971, México.

…le regalo un vaso lleno de mariposas que no duermen jamás y que siempre andan en manojos de árboles; una mujer que se perdió de súbito porque el aire la quería y la miraban los cedros masculinos; y también le regalo una mujer hallada en el fuego, a quien nadie pudo entender…

La carta se tomó de un artículo de Ricardo Bada en la Revista Nexos. Fuente: Eunice Odio: una historia de amor | Nexos