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Camino de vuelta

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

Luego de una semana, volvemos a vivir con la posibilidad: la de la violencia, la sospecha, la ira, el odio, todas esencias de esa extraña fatiga de existir. Después de antiguas piedades o cultos hedonistas, inevitablemente seremos presa de “ese estado de irritabilidad continua”, tal y como lo define Javier Marías. Algo, sin duda, que tarde o temprano, nos complica “la artesanía de la felicidad cotidiana”, término acuñado por el psiquiatra Boris Cyrulnik.

Pero, no puede ser de otra forma. Ya la Semana Santa no es lo que fue en algún momento. Antes, quienes no podían viajar, se encerraban a ver las películas de romanos, otros, más virtuosos, cargaban dos o tres veces. No existían los restaurantes de comida rápida, menos los supermercados y nadie consumía carne por esos días. Como sea, el guion era predecible.

Ahora, sin el mayor reparo, ocurrieron varios atentados terroristas, con cientos de víctimas. Europa, África y el Medio Oriente fueron los escenarios. Por otro lado, más allá de las butacas de ese gran teatro del mundo, el narcisismo de las redes sociales y los viajes todo pagado. No importan las cifras, es decir, 14 mil atentados en los últimos años son los signos de identidad de una era que camina hacia una anomalía terminal.

En nuestro caso, tampoco la situación es para echar las campanas al vuelo. Según Fundaeco, 3.7 millones de guatemaltecos viven sin agua potable y unos siete sin sistemas de saneamiento. Es más, 95 por ciento de los desagües que van a los ríos, lagos y mares, lo hacen sin ningún tratamiento. Incluso, algunos sectores ya advirtieron sobre el riesgo de que la Costa Sur termine siendo un páramo yermo por los severos daños a ríos derivados del cultivo de palma africana y banano. Tal pareciera que esos contrastes solo nos llevan a una especie de estética abrumadora de logros fallidos y alcantarillas, donde resultamos huérfanos de preguntas y respuestas.

Apenas siete días y un retrato incomprensible de un tiempo que nos lleva a pensar en aquella pregunta de André Malraux: “Existir, ¿para qué? Damos por sentado ciertas dinámicas humanas, sin reparar en esa retórica de la emergencia, con su menú de respuestas y soluciones inmediatas, donde las nimiedades se transforman en hechos excepcionales y a partir de ello, nos encontramos ante ese letargo que todo lo vuelve plano, igual. Si no, véase cómo se asumió la victoria de la selección de futbol ante Estados Unidos.

Norman Mailer creía que “nadie puede cumplir las demandas de la piedad; como demanda diaria, es inhumana.” En ese camino de cruceros nos encontramos, ante una indiferencia en curso. Quizá lo sensato sean las palabras de Jesús Silva-Herzog, recordando a Marcel Duchamp, “vivir es un indefinirse”. O mejor, la definición del mismo Duchamp: el arte es “la condición heracliteana de estar siempre cambiando”. ¿Cuánto hemos cambiado? Mientras tanto, hoy se celebra en Japón el “Hanami”, día para admirar la belleza de los cerezos en flor y muchos de nosotros nos defenderemos de los ataques de la realidad.

Apenas siete días y un retrato incomprensible de un tiempo que nos lleva a pensar en aquella pregunta de André Malraux: “Existir, ¿para qué?

Fuente: Siglo21 [www.s21.com.gt]

Gerardo Guinea Diez
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