Ayúdanos a compartir

Seguimos con la pena, Cambray II

Carlos Aldana Mendoza
carlosaldanam@gmail.com

Ha transcurrido ya una docena de días desde la tragedia de Cambray II. Con el paso de los días, las historias de dolor, de pena y de angustia han seguido apareciendo. Una profesora que pierde la vida junto a su hijo y su esposo, un señor que perdió a sus dos hijas y su esposa, y las sigue buscando sin encontrarlas; un deportista del que aparecen sus medallas, su joven amigo que se salva pero pierde a toda su familia; cajas mortuorias infantiles que nos rompen el corazón, un señor que perdió todo, incluida su familia; migrantes que por la desesperación del subdesarrollo buscaron en esa área un lugar para residir y poder trabajar en la ciudad. Los escolares, haciendo actos de recordatorio sentido por sus compañeros y compañeras fallecidas.
Realmente, ¡qué pena!

Un gigantesco monumento de dolor.

Una vergüenza enorme, también, porque algo no se hizo bien allí: se vendieron lotes y casas en un área que se había declarado de alto riesgo, se promovió su habitabilidad. La determinación de responsabilidades estará en camino, han dicho las autoridades, pero hasta que no se alcance con precisión, no podremos saber exactamente quiénes son los responsables de esta tragedia.

Sin embargo, sí podemos saber que casi el 10% de nuestro territorio está en alto riesgo y que en esa realidad, la región metropolitana aparece con más peligrosidad por la alta concentración de población. Es decir, sí hay condiciones para determinar políticas, planes y acciones que puedan evitar más tragedias como la de Santa Catarina Pinula.

Claro que lo que urge ahora es la reparación de esta pena y la búsqueda de soluciones habitacionales para los sobrevivientes y para quienes hoy por hoy tienen allí su casa, pero no tienen la más mínima posibilidad de pretender estar sintiendo que allí está su hogar. Claro que lo que urge es fortalecer todo esfuerzo por los dos grandes tipos de necesidades de la gente de Cambray II: las necesidades materiales, principalmente vivienda y empleo, en quienes lo perdieron todo.

El otro tipo de necesidades son las de carácter emocional, espiritual y psicológico: superar el trauma, caminar con su duelo, aprender a vivir sin los suyos o los cercanos, superar el susto. Recuperar la sonrisa o, por lo menos, ponerse en el sendero que los lleve a volver a sonreír algún día.

Todo eso es urgente, pero también es importante por la memoria de quienes se fueron y por la dignidad de quienes sobrevivieron. Como también es importante, e igualmente urgente, empezar ya con el esfuerzo nacional de evitar más muertes por tragedias, que no necesariamente debemos asumir como inevitables. Las políticas habitacionales, el control y ordenamiento territorial, la paralización de licencias extractivas que contribuyen a destruir los recursos y afectan los territorios.

Lo reactivo no puede seguir siendo el tipo de respuesta privilegiada por las autoridades del gobierno central o municipal. Lo preventivo salva muchas más vidas. Por eso, ese medio millón de personas en riesgo necesitan respuestas que incluyan, aunque no les guste, su traslado.

Ojalá que Cambray II sea una lección que nos movilice, que impacte en el corazón y en la mente de esta sociedad y de sus gobernantes. En la medida que leyes, políticas, planes y programas surjan para enfrentar la vulnerabilidad y preparar las condiciones preventivas a favor del 3% de la población guatemalteca, la tragedia también será una escuela de vida para otros.