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Caín, ¿dónde está tu hermano?

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

En este dulce y horrendo país nuestro, la capacidad de asombro (también de tristeza e indignación) es puesta a prueba una y otra vez.

Cuando creemos que lo hemos visto todo, que ya nada puede asombrarnos (también entristecernos e indignarnos), ocurre lo inesperado, lo inimaginable.

Aún estaban tibias las tumbas de las 41 adolescentes sacrificadas el 8 de marzo, en el Hogar Virgen de la Asunción, cuando la nación debía agregar un duelo más en el registro del irracional martirio al que se somete a la juventud de este país.

Me refiero, claro está, a la muerte de Brenda Viviana Domínguez Girón, la joven estudiante de la Escuela de Ciencias Comerciales No.2, quien fuera deliberadamente arrollada junto a varias de sus compañeras, hace una semana, mientras realizaban una manifestación pacífica en la calzada San Juan, de la zona 7 de la ciudad de Guatemala.
De acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Ciencias Forenses durante el primer trimestre de 2017 fueron asesinadas con armas de fuego o blancas 126 mujeres, en tanto que otras 113 fallecieron a causa de traumatismos ocasionados por accidentes de tránsito, además de tres que fueron decapitadas o desmembradas, y las 40 víctimas del incendio en el Hogar Virgen de la Asunción fallecidas en marzo (20 a causa de asfixia por sofocación, 17 por quemaduras térmicas, una por intoxicación por exposición a gases y vapores, y dos a causa de sepsis generalizada).

En total, entre enero y marzo pasados murieron en forma violenta 282 mujeres. Por qué entonces, razonará más de un cínico, tanto aspaviento por la muerte de Brenda Domínguez, cuyo caso pasará a formar parte de la terrible estadística de la muerte.

Pequeño detalle: la alevosía irracional, incomprensible desde cualquier ángulo, del conductor del automóvil, ahora consignado e identificado como Jabes Emanuel Meda Maldonado.

Muchos debaten, desde el 26 de abril mismo, sobre la responsabilidad de las y los manifestantes, en un no tan velado cuestionamiento a su derecho de petición y de manifestación pública, al tiempo que reivindican torpemente “el derecho de libre locomoción”. Una ex ministra de Educación hasta llegó a escribir que “No se justifica el acto violento del piloto, pero también es un alertivo (sic) para quienes toman calles”.

Otro pequeño detalle: la vida y la integridad de las personas está por encima de cualquier pretendido “derecho de locomoción”. Pero a este punto hemos llegado en la deshumanización causada por una sociedad enferma de violencia e impunidad.

Esta sociedad es “juvenicida”, no solo porque puede sacrificar la vida de una niña como Brenda Viviana en el altar de la incuria estatal, sino también porque ha procreado, por millares, a jóvenes con el alma de Caín, capaces de embestir con un automóvil a patojas y patojos apenas unos años menores que ellos. Olvidados de palabras como solidaridad y hermandad.

“Jabes Emanuel, ¿dónde está tu hermana Brenda Viviana?”

Así estamos.

En este dulce y horrendo país nuestro, la capacidad de asombro (también de tristeza e indignación) es puesta a prueba una y otra vez.

Fuente: [www.s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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