Buscando paz en la impunidad (VIII y final)
A militares con las manos manchadas de sangre se les permitió firmar la paz.
María Aguilar
La impunidad sobre la que se funda y se sostiene el Estado guatemalteco, permitió que se cometieran delitos contra la humanidad y genocidio contra el Pueblo Maya de 1975 a 1988. Esa impunidad que ahora acepta a criminales en la Presidencia, Congreso y en el resto del circuito político.
Por eso, la memoria es un campo de batalla. En la posguerra, el silencio de las armas representó el comienzo de una lucha por la defensa oficiosa de la impunidad, por el silencio, olvido y amnesia sobre los crímenes ejecutados por el Estado contra su población. A militares con las manos manchadas de sangre se les permitió firmar la paz y se les tendió la alfombra para que llegaran a la Presidencia, aun cuando impulsaban la “mano dura” en un país ahogado en un océano de sangre.
Los presidentes civiles no se quedaron atrás, hoy, el “Presidente de la paz”, Álvaro Arzú, es uno de los políticos “criollos” más racista, peligroso e intocable.
La vida política nacional, entonces, es reflejo de las grandes carencias del proceso de paz, que permitió que militares siguieran operando con el mismo poder que tenían durante el conflicto armado. Una paz que permitió que se impusiera una agenda de amnesia en el imaginario social y se oficializara en el sistema educativo.
Para pensar el futuro, es clave entender la forma en que operan los gobiernos militares, sus apologistas y financistas. Es decir, hay que desenmascarar al poder que existe detrás de la maquinaria de terror que continúa gobernando a Guatemala. Y es allí, donde surge la necesidad de cuestionar las narrativas existentes sobre el periodo de las violencias que busca generalizar los hechos. Por eso, hay que documentar cómo los pueblos vivieron “la guerra”. Discernir experiencias e historias permitirá entender los conflictos sociales que ahora afectan a las distintas regiones.
El camino es largo y las luchas actuales por justicia transicional son una pequeña parte de lo que se les debe a los pueblos sobrevivientes. Negarles ese derecho es permitir que la violencia del pasado carcoma a Guatemala. Y aunque el camino hacia la paz es un campo minado, no por eso, debe dejar de recorrérsele.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2018/01/15/buscando-paz-en-la-impunidad-viii-y-final/]
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