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Bajo vigilancia: La CIA, la policía uruguaya y el exilio de Arbenz, 1957-60

Roberto García Ferreira, Guatemala, CEUR-USAC, 2013, 262 pp.

Silvina M. Romano*

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El libro de García Ferreira nos conduce a uno de los momentos de mayor conflicto y tensión vividos en América Latina en la búsqueda por su emancipación. La Revolución Guatemalteca llevó a la caída del régimen dictatorial de Jorge Ubico (1931-1944) y a la instauración de la primera democracia conocida en Guatemala, bajo las premisas de la nueva Constitución de 1945, resultado de una Asamblea Constituyente que planteó las bases para una “nueva Guatemala” (García Laguardia, 2012). En 1945 es elegido presidente Juan José Arévalo, que se ocupó de ir entrelazando los principios de la democracia formal con los de una democracia sustantiva (orientada hacia una inclusión económica con justicia social). Entre algunos destacados logros encontramos el Código de Trabajo, la Ley de Seguridad Social, la Ley de Fomento Industrial, la Ley de Arrendamiento Forzoso, etcétera. A partir de esta experiencia, se abrió el espectro de participación política, inclusión económica y desarrollo cultural, como no había existido hasta entonces en el país. Esto fue profundizado durante la presidencia de Jacobo Arbenz (1951-1954), en particular con el Decreto 900, que propiciaba las pautas para una reforma agraria y la Ley de Regulación para el Capital Extranjero.

A pesar de las tensiones y conflictos internos entre campesinos indígenas, ladinos, fuerzas armadas y poder civil, partidos de izquierda, conservadores, etcétera (Handy, 2013), lo cierto es que el proceso de la Revolución Guatemalteca constituyó un periodo de aprendizaje democrático, de apertura, publicidad, discusión y visualización de tensiones ancestrales.

El derrocamiento de Jacobo Arbenz en 1954, como parte del primer golpe exitoso de la CIA en América Latina, y la persecución liderada por dicho organismo de inteligencia contra Arbenz y su familia en el proceso de su exilio, en particular su estancia en Uruguay, constituye uno de los capítulos fundamentales en los procesos de reforma-revolución y contrainsurgencia experimentados por América Latina. Sin duda, Guatemala fue un laboratorio de lo que se aplicaría en otros países de la región, bajo el nombre posteriormente sintetizado como Doctrina de Seguridad Nacional.

cien años del nacimiento de Jacobo Arbenz, y como aporte fundamental de la reconstrucción de la memoria de Nuestra América, la obra de García Ferreira da cuenta del nivel de persecución de la CIA y diversos organismos de inteligencia locales vinculados al anticomunismo. Es usual escuchar que “eso ya lo sabemos”, que la CIA operaba en materia de inteligencia a través de las policías locales. La obra de García Ferreira muestra, con ejemplos muy puntuales, cómo se llevó a cabo dicha persecución. No es lo mismo hablar de esto a nivel global, que en un caso concreto, y nada más y nada menos que de un ex presidente. De este modo, el libro nos ayuda a plantear varias interrogantes. Una de ellas es de corte teórico-metodológico: ¿Los documentos reflejan la realidad o son únicamente una lectura de la misma? Nos comenta el autor: “Estos documentos no cuentan los hechos como sucedieron sino que se trata de una visión de los mismos: la que proviene de los ‘prismáticos’ de la inteligencia policial [uruguaya]” (Ferreira, 2013: 22).

A partir de esta advertencia nos preguntamos qué nos aportan en tanto visión que se asume como sesgada por el anticomunismo desde el principio. Esta discusión atraviesa el quehacer de los historiadores y es de particular importancia hoy, pues nos invita a realizar una serie de preguntas: ¿Para qué los documentos?, ¿por qué son importantes?, ¿qué visiones y realidades muestran?, ¿qué mundos buscan legitimar? Tal como lo planteaba Walsh (1974), ningún documento o conjunto de ellos puede abarcar la totalidad o brindar una comprensión absoluta sobre un proceso, por eso es importante triangular fuentes, como lo hace García Ferreira, articulando entre documentos desclasificados estadounidenses, documentos de los organismos de inteligencia uruguayos y la prensa.

Por otra parte, los documentos tienen un sentido especial desde el hoy, el ahora, la coyuntura y la posibilidad de reinterpretarla (y reinterpretar los documentos) a partir de una perspectiva histórica que, por cierto, en el caso de Arbenz, hace notar un verdadero martirio vivido por él y su familia, no sólo en los últimos años de la presidencia, sino durante su exilio. Esto muestra el precio que pagó por desafi ar la estructura histórica de su tiempo, por buscar el punto de equilibrio entre comunismo y anticomunismo. La obra de García Ferreira nos facilita una descripción del anticomunismo visceral, pero no como mero “dato”, nos lo muestra, más bien, como discurso -práctica que marcó la vida de la gente, las familias, los grupos y las instituciones, que disminuyó el ámbito de posibilidad de lo político, en tanto que alimentó las prácticas de dividir, callar, cerrar, obturar. Todo lo contrario a lo vivido al comienzo del proceso de la Revolución.

En el caso de Guatemala, el anticomunismo está vinculado a la intervención extranjera (la estadounidense). La impunidad con que la élite de ese país se ensañó contra el proceso de cambio en Guatemala. El anticomunismo como superestructura, herramienta fundamental de hegemonía y discurso para generar un enemigo común, junto a la Doctrina de Seguridad Hemisférica, fue contra el comunismo internacional y, a partir de la experiencia en Guatemala, se combinó con un nuevo enemigo: el interno, el infiltrado, el subversivo, el insurgente.

El objetivo de la CIA era claro, tal como lo resalta García Ferreira retomando documentos de dicha agencia: “Sería un triste error que nos quedáramos de brazos cruzados mientras Arbenz exitosamente se rehabilita […] y se saca el saco de mártir de la intriga cínica de Estados Unidos” García Ferreira, 2013). Así, todo valía con tal de arruinar la imagen del ex presidente y su familia. Había que “retratar a Arbenz como alguien incapaz para la cosa pública” (García Ferreira, 2013: 55). Con la distancia que se merece el contexto, en los wikileaks abordados en las relaciones con América Latina se visualiza también esta estrategia de hacer aparecer a los mandatarios de la región como incapaces, y con falencias de salud, etcétera. Un caso interesante es el modo en que el Departamento de Estado incentivaba a su cuerpo diplomático en Argentina a investigar sobre la salud mental de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: “¿Bajo qué circunstancias maneja mejor las tensiones? ¿Cómo afectan las emociones de Cristina Fernández de Kirchner su toma de decisiones y cómo se calma cuando está bajo estrés?” (BBC Mundo, 30 noviembre de 2010).

“Hacer parecer”, es decir, crear una idea de lo que es, más allá de lo sucedido en los hechos, es la ocupación u objetivo principal de la guerra psicológica.1 En este sentido, es de enorme valor la cantidad de documentos presentados por García Ferreira que dan cuenta de la forma como sellevó a cabo esta guerra extendida a nivel latinoamericano, tal como aparece en los “Fondos especiales” de la CIA que, según apunta el autor, fueron utilizados para filtrar “noticias, fotografías y grabaciones de cinta” que concentraban la atención del público “en la resolución anticomunista y la sola oposición de Guatemala”. Las estaciones de la CIA dispersas en Latinoamérica se encargaron de diseminarlos, y para ello hubo “conversaciones con editores, comentaristas y líderes de la opinión pública” (García Ferreira, 2013: 31).

Sin duda, tal como lo deja claro el joven autor, la herramienta principal de esta guerra por cautivar “los corazones y las mentes” fue la prensa escrita. Uno de los ejemplos más contundentes fue el de “La Voz de la Libertad”, que de hecho era uno de los canales de trabajo de la CIA en América Latina (García Ferreira, 2013: 79). Esto nos recuerda, no sólo por el nombre, sino por su función a “La voz de la liberación”, programa de radio clandestino organizado y financiado por la CIA como una de las estrategias para desestabilizar al gobierno de Arbenz (Congreso de los Estados Unidos, 1954).

Situados en la actualidad, consideramos fundamental lo planteado por el mismo autor en la introducción y es el contexto de Guerra Fría que operó como discurso/práctica legitimador/a del imperialismo (los dos imperialismos, el de la Unión Soviética y el de Estados Unidos, como plantea Chomsky, 2003) el que alimentó la ceguera, la polarización, la tortura psicológica vista meticulosamente ejemplificada en el caso de Arbenz y su familia.

El aporte del libro se encuentra en la línea, claramente abonada por García Ferreira, orientada a recuperar las trayectorias individuales y familiares de aquellos que salieron al exilio, dejaron sus vidas; se adaptaron a otras culturas, idiomas, espacios, gente; empezaron nuevas rutinas sabiendo que no podían volver. Por si fuera poco, a esto se sumaba la persecución política en un contexto de tensión que tendía a erosionar las prácticas solidarias y la confianza. Y es que al otorgar visibilidad a los operativos de inteligencia implementados contra los exiliados en sus nuevos lugares de asentamiento, también se abre la puerta para preguntar qué tipo de democracias eran aquellas, como la de Uruguay, donde la policía estaba absolutamente familiarizada con el espionaje. Qué tipo de democracia se alimenta desde el secreto y la persecución. Todo esto se pone en evidencia en los documentos, la mayoría inéditos, recuperados por García Ferreira con agudeza y meticulosidad.

Tal como lo describe el autor, Arbenz se mostró sumamente respetuoso con las pautas e imposiciones del gobierno uruguayo con lo relacionado a reportar todo tipo de actividades que pudieran generar sospechas durante su estancia en dicho país. El asunto es que desde la perspectiva de la CIA, esto no importaba. Tampoco importaba que el expresidente cumpliera a rajatabla las peticiones, en ocasiones absurdas y totalmente desgastantes, de los organismos de seguridad uruguayos. La CIA lo tenía claro: “Si Arbenz en efecto llega a este hemisferio, se hará el intento de exponer sus actividades políticas y subversivas, y por lo tanto mostrar que él ha violado la regla de asilo” (García Ferreira, 2013: 91).

Este tipo de actitudes de la CIA nos lleva de vuelta al epicentro del conflicto entre el proyecto de la Revolución Guatemalteca y su radicalización durante el gobierno de Arbenz y la tensión con Estados Unidos, pues tal como lo remarcó en su momento el canciller Toriello, Estados Unidos continuaría con la campaña anticomunista aun cuando ya no hubiese un solo comunista en Guatemala (FRUS, Guatemala, Doc 14). Para eso estaba la CIA; para eso trabajaban sus distintas oficinas, para urdir una trama de realidad paralela que justificara la intervención, la desestabilización, la Guerra Fría y caliente. Este punto es importante porque en varios escritos sobre Guatemala, sobre Arbenz y sus decisiones se juzgan sus acciones como erróneas alegando que “se radicalizó”, se dejó asesorar por comunistas, debería haber repartido las armas antes de la invasión de Castillo Armas, debería haber negociado con Estados Unidos, debería haber esperado para expropiar a la UFCO, etcétera.2

Lo importante es hacer el ejercicio de pensar si tales decisiones hubieran evitado que lo derrocaran. Parece una pregunta de historia contra-fáctica. Pero no lo es, si observamos lo ocurrido después con cada uno de los gobiernos elegidos en procesos de democracia formal y que intentaron llevar a cabo algún tipo de reforma de la estructura económica y de poder. Estados Unidos estuvo presente de modo directo o indirecto, financiando, asesorando, etcétera, a los sectores opositores a tales proyectos: desestabilización y derrocamiento de Goulart, Boshc, Illia, Allende (Romano, 2012). Y no se trata de teoría de la conspiración. Están los documentos, están los testimonios, las pruebas del modo como el gobierno estadounidense y sus agencias de seguridad actuaron a lo largo y ancho de América Latina, sea en calidad de líderes de los complots, los boicots, la contrainsurgencia, o en calidad de apoyo a lo que ya se estaba generando a nivel local.

Ciertamente, desde una perspectiva del Estado de derecho (y sus atributos) y retomando la tradición panamericana (desde las primeras reuniones de la Unión Panamericana, que datan desde 1889), este tipo de decisiones y acciones atentaron (y atentan) contra la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Y esto lo decía Martí antes de la Revolución Rusa, lo que invita a pensar el comunismo como un enemigo interno más, la Guerra Fría fue el escenario donde se agudizó la lucha por los recursos, por el territorio, donde el enfrentamiento bipolar fue el discurso/práctica más adecuado para justificar el avance de los imperios sobre el espacio para manipular el tiempo y el presupuesto en pos de la guerra atómica y la carrera al espacio y penetrar en las políticas de los Estados.

Sin embargo, no se trata sólo de lo anterior, tal como nos lo muestra sin omisiones García Ferreira, este enfrentamiento permitió a las potencias, en este caso Estados Unidos, penetrar en los “mundos de la vida”3 de los sujetos, como sucedió con el caso de Arbenz. Ir a lo más básico. Y ésa es la tarea por excelencia de la guerra psicológica, que por cierto, es una de las exitosas sobrevivientes a la desarticulación del bloque soviético. Podría decirse que es uno de los hilos de continuidad más claros con la Guerra Fría del modo en que la vivimos desde la periferia.

Por ello, el libro de García Ferreira constituye una pieza fundamental del rompecabezas de la historia de América Latina, una obra que invita a reflexionar lo estructural desde lo local y viceversa, obligando a (re)pensar la memoria sobre comunismo-anticomunismo a partir de las vivencias cotidianas en el exilio de uno de los presidentes más emblemáticos para el proceso de emancipación de Nuestra América.

* Profesora del Programa de Posgrado de Estudios Latinoamericanos, UNAM

1 La guerra psicológica se inaugura como tal con la creación de la CIA en 1947 en el marco de la Ley de Seguridad Nacional estadounidense.

2 Ver Handy, 2013; Jonas, 1979; Gleijeses, 1990.

3 En referencia al concepto planteado por Habermas en teoría de la acción comunicativa (Habermas, 1987).

Fuente: Revista De Raíz Diversa vol. 1, abril-septiembre, 2014