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Babel

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Subo lentamente las gradas. La vista se topa de inmediato con los murales de Carlos Mérida. Es media tarde del jueves, conversaré con el Club de lectores del Banco de Guatemala. Esa cita me impidió asistir al homenaje al poeta Francisco Morales Santos, extraño las conversaciones enlazadas de historia, poesía y coraje que sostuvimos a mediados de agosto en Panamá. La primera escala de la visita es un recorrido por el Museo Numismático de Guatemala. Comprender la historia de las monedas es entender la precariedad del desarrollo del país. Hay de todas las épocas: de México, Perú, Bolivia, España. Recuerdo una anécdota a quien nos guía. En Chiapas, a los guatemaltecos nos llaman “Cachucos”, por una moneda guatemalteca que circulaba en el siglo XIX.

Recorro varios pasillos donde observo una riqueza inesperada: la pinacoteca que guarda mucho de lo mejor de la plástica guatemalteca. En sí, todo el edificio está pensado por artistas. Su fachada oriente es de Dagoberto Vásquez, y del lado poniente, de Roberto González Goyri. Camino con dificultad, algo que me ayuda a observar cuadros de Carlos Mérida, Humberto Garavito, Alfredo Gálvez Suárez, Juan Antonio Franco, Rodolfo Galeotti Torres, Roberto Ossaye, Guillermo Grajeda Mena, Marco Augusto Quiroa, Efraín Recinos, Magda Eunice Sánchez, Zipacná de León, entre otros.

Antes de llegar a la puerta de la biblioteca, recuerdo que Platón sostenía que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Sí, cuánta eternidad hay en estos muros, me pregunto. Ricardo Piglia, en el primer tomo de sus memorias, Los diarios de Emilio Renzi, afirma que la palabra “idea” se inventó a partir de la raíz de un verbo griego que significa ver. Y aquí el ojo no se cansa.

Por fin, ingreso a la biblioteca, una entre 67 que hay en todo el país. El olor es inconfundible. El recinto tiene ánima. El orden en que están colocados los libros es simétrico. En miles de páginas habrá, imagino, la aventura, la pasión, la vida misma. Pienso en la “Capilla Alfonsina”, la biblioteca de Alfonso Reyes, en la colonia Condesa de la ciudad de México. Alberga libros desde el siglo XVI. Por ahí pasaron los grandes escritores y pensadores del siglo XX.

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Entonces, me pongo histórico y traigo el mito de la Biblioteca de Alejandría, fundada en el siglo III aC, por Ptolomeo. Poseía 400 mil volúmenes y alcanzó 900 mil en la época de Marco Antonio. Pienso también en la Biblioteca Brañas, dirigida por Arely Mendoza y sus iniciales 41 mil libros en 1980 y que hoy atesora mucho más que esa cifra inicial.
Antes de iniciar el encuentro con el club de lectura, luego de deambular por algunos pasillos, caigo en la cuenta que me faltaba “La biblioteca de Babel”, ese hermoso y complejo cuento de Borges, incluido en el libro El jardín de los senderos que se bifurcan. El argentino creía en la idea de la biblioteca infinita como el otro nombre del universo.

Me siento enfrente de los lectores. Hora y media de una conversación inteligente, deliciosa. Hablamos de la novela La mirada remota, retrato crudo de la violencia contra la mujer. Me retiro agradecido por ese tiempo que nada recrimina. Piglia lo dice más claro: Kant creía que el tiempo “no es una cosa entre las cosas, sino una forma pura de todas las cosas posibles”.

Gerardo Guinea Diez
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