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Aura Elena Farfán

Manolo Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

A Rubén Amílcar su mamá lo esperó hasta su último suspiro en esta tierra.

Tras su desaparición, el 15 de mayo de 1984, semana tras semana, Mamadela le sacaba a asolear su ropa para cuidar que no se impregnara de ese olor a guardado que se acumula en los roperos. Cuando preparaba frijol blanco con espinazo siempre tenía el cuidado de guardar un poco en un cacito que para eso había comprado, por si acaso en esos días su hijo regresaba. Su puesto en la mesa nunca fue ocupado por otra persona. Los 18 de octubre, la fecha del cumpleaños de Rubén, aunque él no estuviera, ella preparaba ese caldo de gallina que desde el primer hervor perfumaba todos los rincones de la casa; y de postre: el suspiro del rey, un manjar de leche con turrón. Mamadela se enojaba si durante la noche a alguien se le ocurría apagar el foco que da a la calle, porque si regresaba su hijo, no iba a encontrar puesta esa luz.

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En 1984 la Ciudad de Guatemala fue convertida en un gran cementerio en el que podía respirarse una profunda sensación de miedo.
Los militares acumulaban tres décadas de ser los dueños del poder; y se hallaban en su zenit, el punto más alto. Se sabían ganadores de la guerra, estaban logrando hacer frente a la crisis económica, y tenían bajo su control un proceso de transición a la democracia que estaba en marcha. Ante los embates de olas represivas, las organizaciones sociales habían dejado de existir.

Y como en un circo de lo grotesco, ese profundo miedo en la sociedad y esa omnipotencia de los militares se mezclaba con las nuevas elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente, que se realizaron en julio de 1984. Las risas y los aplausos de la nueva democracia se mezclaban con los gritos de los torturados y el silencio de los desaparecidos. Esa fue Guatemala en 1984.

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En ese contexto un grupo de mujeres, sin ninguna experiencia política previa –Aura Elena trabajaba como enfermera en el Hospital Roosevelt–, desafió a los militares. Les increpaban por algo muy básico: ¿dónde estaban sus familiares desaparecidos?

Todo empezó en mayo de 1984, cuando Aura Elena, que buscaba a su hermano, Rubén Amílcar; doña Catalina Ferrer, que buscaba a su esposo, Hugo de León; doña Emilia García, madre de Fernando García y Nineth Montenegro, esposa de este; y doña Raquel Linares, que buscaba a su hijo, Sergio, coincidieron por casualidad en la Catedral de la Ciudad de Guatemala. Pedían algún apoyo al Arzobispo, Próspero Penados. Así fue como, el 4 de junio de 1984, dieron su primera conferencia de prensa. Ese fue el origen del Grupo de Apoyo Mutuo por el Aparecimiento con Vida de Nuestros Hijos, Hermanos, Esposos y Otros Familiares, que iba a ser conocido por su acrónimo: GAM.
Luego de buscar por las morgues, los hospitales y las cárceles a sus familiares, estas cinco mujeres se dedicaban a revisar los periódicos y, aprovechando los anuncios que los familiares de los desaparecidos ponían, hacían llamadas y les invitaban a acercarse al grupo.

Para el desfile militar del 30 de junio, organizaron una protesta en la Sexta Avenida, a la altura del Parque Concordia: “¡Asesinos! ¡asesinos! ¿dónde están nuestros familiares?, ¡vivos se los llevaron! ¡vivos los queremos!”, gritaban.

Aura Elena recuerda ahora que ellas siempre llevaban en sus bolsos una piedra que, para las marchas, les servía para aporrear el piso del Palacio Nacional. Ellas creían que en los sótanos de ese edificio funcionó un centro clandestino de detención. Ellas querían hacerles saber a sus familiares que ellas estaban pidiendo por ellos, que no les iban a olvidar.

Los militares las toleraron unos meses, hasta que decidieron actuar. Y lo hicieron como solo ellos sabían hacerlo: enviando a sus asesinos a salir a cazar seres humanos. El 30 de marzo de 1985, unidades del Ejército secuestraron a Héctor Orlando Gómez Calito, que buscaba a su hermano, Orlando; el 4 de abril de ese mismo año, secuestraron a Rosario Godoy de Cuevas, a su hermano, Mynor, de 21 años, y a su pequeño hijo, Augusto, de 2 años. Rosario se había hecho parte del grupo para buscar a su esposo, Carlos Ernesto Cuevas. Días más tarde, los cadáveres de todos ellos aparecieron con brutales señales de tortura.

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Durante aquellos años, Óscar Humberto Mejía Víctores, quien falleció en febrero de 2016, fue el Jefe de Estado. Su Jefe de Estado Mayor fue el general Rodolfo Lobos Zamora. El Jefe de la Dirección de Inteligencia fue el coronel Byron Lima Estrada. El mayor Marco Antonio González Taracena era el jefe del Archivo, el escuadrón de la muerte que hacía parte del Estado Mayor Presidencial, comandado por el coronel Nuila Hub. Fernando Andrade Díaz-Durán era el Canciller, el encargado de hacer frente a las críticas de la comunidad internacional por los actos de terror estatal. Aura Elena recuerda una audiencia, en noviembre de 1984, con el general Mejía, donde este le dijo: “mire señora: si mi mamá es comunista y yo recibo la orden de matarla, a mí no me va temblar la mano para matarla”.

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Cada batalla ganada en este largo recorrido de más de tres décadas, es un reconocimiento a la lucha de su hermano Rubén Amílcar. Como Rubén, hubo miles de guatemaltecos que en aquel tiempo lucharon por un país más justo, y lo que recibieron fue la brutalidad de la represión. Lo que ellos hicieron en aquel tiempo sigue presente en las luchas cotidianas, grandes y pequeñas, de todos hoy.

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A sus 98 años, cuando estaba entre la vida y la muerte, Mamadela decía que extrañaba que todos la llegaban a ver, a despedirse de ella, pero que faltaba Rubén, que por qué él no llegaba, que le hacía falta. Y lo esperó y lo esperó. Hasta que yo misma, nos dice Aura Elena, le dije que no tuviera pena, que ya no se resistiera, porque Rubén la estaba esperando allá donde ella se iba. Adela Farfán murió el 7 de junio de 2015.

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Al momento de su secuestro, en mayo de 1984, Rubén Amílcar era militante del PGT, el Partido Guatemalteco del Trabajo, estudiaba letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos, trabajaba como corrector de estilo en la Editorial Universitaria y hacía parte del STUSC, el sindicato de la Universidad.

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En 1991 Aura Elena se retiró del Grupo de Apoyo Mutuo para formar Famdegua, la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Desde allí ha librado batallas en procesos judiciales –nacionales e internacionales– para que la justicia llegue a los familiares de los detenidos desaparecidos. Esto se ha hecho realidad en varios casos: la masacre ocurrida en Las Dos Erres, Petén; los casos de desaparición forzada ocurridos en Choatalúm, Chimaltenango. Otros casos siguen su curso en los tribunales.

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Aura Elena recibió –la semana pasada– el Premio Internacional Mujer de Coraje que otorga el Departamento de Estado de los Estados Unidos. El premio es también un homenaje a los sueños de Rubén por hacer una Guatemala más justa, a la memoria de Mamadela, que ya no está más con nosotros, y a todos los guatemaltecos que luchan a favor de la justicia.

Durante aquellos años, Óscar Humberto Mejía Víctores, quien falleció en febrero de 2016, fue el Jefe de Estado. Su Jefe de Estado Mayor fue el general Rodolfo Lobos Zamora. El Jefe de la Dirección de Inteligencia fue el coronel Byron Lima Estrada. El mayor Marco Antonio González Taracena era el jefe del Archivo, el escuadrón de la muerte que hacía parte del Estado Mayor Presidencial, comandado por el coronel Nuila Hub. Fernando Andrade Díaz-Durán era el Canciller, el encargado de hacer frente a las críticas de la comunidad internacional por los actos de terror estatal. Aura Elena recuerda una audiencia, en noviembre de 1984, con el general Mejía, donde este le dijo: “mire señora: si mi mamá es comunista y yo recibo la orden de matarla, a mí no me va temblar la mano para matarla”.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/domingo/2018/03/25/aura-elena-farfan/]

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Manolo E. Vela Castañeda